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Historias de la travesía agotadora y de riesgo

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Hussein Raad, de 26 años, trabajó durante dos años en un centro de fitness, en Irak, para reunir el dinero que le permitiera llegar a la Unión Europea. Estaba junto a las vías del tren en Idomeini, Grecia, esperando cruzar a Macedonia.

Se mueve con rapidez porque hace el viaje solo. Como casi todos los jóvenes que busca entrar en la UE sabe usar la tecnología esencial que es característica de un migrante del siglo 21: Viber, un celular y conexión con WhatsApp. En su camino, tiene habilidad con la tecnología porque se graduó en ciencias de la computación. Raad no indica su destino. Dice que quiere ir a cualquier lugar seguro.

El tren que se dirige de Grecia a través de Macedonia y hacia la frontera con Serbia está deteriorado y cubierto de graffiti. Los migrantes colocan sus mochilas y bolsas de dormir en los racks, en tanto las familias con niños ocupan todos los espacios posibles. Abren las ventanas y toman agua embotellada para sentir alivio del calor agobiante. La puerta que separa a uno de los vagones de otro se abre de golpe. Varias mujeres gritan y sujetan a sus hijos para que no caigan a las vías. Están tan apretados que nadie corre el peligro de caer. Muchas de la mujeres no tienen el aspecto de haber viajado durante semanas por tierra y mar, aunque en realidad hacen una travesía muy larga. Una lleva lentes de diseñador. Otra tiene las uñas cuidadosamente pintadas. Estas mujeres logran mantener su dignidad pese a que están física y psicológicamente lejos de sus hogares, tuvieron que dormir en la calle y cruzar el Mar Egeo en precarios botes.

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