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Hafter, el conspirador que sueña conquistar Trípoli

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Hafter: el mariscal ataca Trípoli desde la semana pasada. Foto: AFP

REVUELTA POR EL CONTROL DE LIBIA

Integró el estado mayor de Gadafi, pero fue traicionado.

Miembro de la cúpula militar que participó en el golpe de Estado que en 1969 derribó la monarquía de Idris I en Libia, el general Jalifa Hafter pertenece a esa larga estirpe de uniformados árabes curtidos en la conspiración política.

Una saga de oficiales de aspecto cuartelero que han anclado el autoritarismo en el mundo árabe y a la que pertenecen dictadores de ayer -como el sirio Hafed al Asad- y de hoy -como el egipcio Abdelfatah al Sisi- que ha tenido como amigos y modelo a imitar.

Nacido en 1943 en la ciudad de Ajdabiya, fue uno de los hombres fuertes de la dictadura de Muamar Gadafi hasta que su prestigio militar, ganado en el campo de batalla, le convirtió en un elemento peligroso y sospechoso.

Primero en la guerra del Yom Kipur (1973), en el que comandó un batallón libio de apoyo a Egipto y Siria en su ataque por sorpresa a Israel, y después en el largo conflicto por los recursos naturales con Chad que supuso su ascenso y ruina.

Naserista y panarabista convencido, cultivado en el nacionalismo y el socialismo árabe, a mediados de los 80 fue designado jefe de Estado Mayor por un Gadafi ya enfrentado a la comunidad internacional a causa del terrorismo.

Sin embargo, una sonrojante derrota militar en Chad, combinada con el oportunismo de los Servicios de Inteligencia de Estados Unidos, torcerían en 1986 el camino hacia su verdadera ambición, la silla del poder en Trípoli.

Traicionado por Gadafi, Hafter y unos 600 de sus hombres más fieles fueron derrotados y hechos prisioneros por las tropas chadianas tras un bombardeo del Ejército francés en Wadi Doum, en el norte de Chad.

Consciente de la felonía de su antiguo camarada, Hafter aceptó el plan que le propuso la CIA: fue trasladado a Zaire con la mitad de sus hombres y creó la Frente Nacional de Salvación para Libia (NFSL), germen de la oposición en el exilio.

Tras una breve estancia en Kenia, el grupo fue trasladado de nuevo en aviones norteamericanos a Virginia, donde se estableció en un área próximo al cuartel de la CIA, en Langley.

Hafter regresó a Libia en marzo de 2011, apenas un mes después de estallar la revuelta contra Gadafi y en plenos bombardeos de la OTAN, en un viaje a través de Egipto que fue objeto de controversia en el Senado de Estados Unidos.

Nombrado jefe del antiguo Ejército Nacional Libio (LNA), en mayo de 2014 lanzó la ofensiva Operación Dignidad con el objetivo de expulsar a las milicias islamistas de Bengasi y respaldar el Gobierno establecido en Tobruk.

Apoyado militarmente por Rusia, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, que han quebrado en diversas ocasiones el embargo de armas impuesto por la ONU a Libia en 2011, meses después extendió su operación a la ciudad vecina de Derna, bastión del yihadismo en el norte de África.

Documentos de Inteligencia europeos aseguran que el mariscal, que siempre se opuso al plan de paz propuesto por la ONU a Libia, origen del actual conflicto, abrió las puertas al Estado Islámico para la conquista de Sirte.

Convertido ya en el hombre más poderoso en el país, en julio de 2018 recibió el respaldo político que ansiaba: en contra de la opinión de Italia y de la Unión Europea, que apoyaban al gobierno en Trípoli, el presidente de Francia, Enmanuel Macron le invitó a París y le dio así estatus de actor necesario.

En febrero de este año, y tras una ofensiva rápida y directa, logró extender su poder a las principales ciudades del sur de Libia, claves en el contrabando de personas, armas y combustible, motor económico del oeste del país.

Y asumió el control de los yacimientos petroleros de Al Sharara y Al Fil, esenciales para la supervivencia energética y económica de Trípoli, la ciudad que soñó dominar cuando hace medio siglo comenzó a conspirar contra la dinastía Al Senussi.

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