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Los gritos de la historia

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No es mucho más que un maquillaje. En algunos puntos, se hicieron cambios en serio, pero en otros, solo hubo retoques como para dar la sensación de que el "No" fue verdaderamente escuchado y tenido en cuenta en la renegociación del acuerdo de paz.

La verdad es que si el presidente Santos quisiera realmente la aprobación popular a "su" paz, debiera refrendar también el nuevo acuerdo. Sin embargo, para no correr riesgos, el pacto irá al Congreso y serán los legisladores los que aprobarán o rechazarán el trato con las FARC. Y allí el oficialismo cuenta con una cómoda mayoría dispuesta a dar el visto bueno.

Que así sea, hará sobrevivir algunas concesiones que implican impunidad a crímenes atroces. De tal modo, no le faltan razones al rechazo de Álvaro Uribe al acuerdo retocado. No obstante, el accionar del ex presidente podría resultar más dañino y peligroso que las estratagemas de Santos para alcanzar su objetivo y, de paso, justificar el Nobel de la Paz que recibió.

El discurso anti-acuerdo de paz del uribismo evoca a las voces que se alzaron en la década del ochenta contra el acuerdo de paz firmado por el presidente Belisario Betancur y el fundador de las FARC Jacobo Arenas. Por aquel pacto se habían desmovilizado la guerrilla Autodefensa Obrera y los frentes Simón Bolívar, del ELN, y Antonio Nariño, de las FARC. Muchos insurgentes que dejaron las armas se integraron a Unión Patriótica (UP), fuerza izquierdista nacida en 1985. Hacia el final de la década, UP había conquistado en las urnas más de veinte alcaldías, decenas de escaños en concejos comunales, catorce legisladores nacionales y dos candidatos presidenciales: Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo.

El discurso cada vez más dramático de que el comunismo se estaba adueñando de Colombia, antecedió a la proliferación de sicarios y paramilitares que asesinaron a más de cuatro mil miembros de UP, entre ellos cientos de concejales, alcaldes, legisladores y también los líderes Pardo Leal y Jaramillo.

Desde los aparatos de inteligencia y la elite política se organizó aquella guerra sucia que devino en genocidio. Semejante antecedente debiera imponer cautela a Uribe y quienes acompañan su embestida contra el acuerdo. En su discurso resuenan algunos ecos de los que terminaron ahogando en sangre la pacificación de hace tres décadas.

LA BITÁCORA

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