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Felipe VI afianza el perfil diplomático y renueva la Corona

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Presencia. Felipe VI es un símbolo de la unidad en España. Foto: AFP.

Puede contribuir a encausar una crisis como en Cataluña.

Con la absolución de la infanta Cristina el pasado 17 de febrero empezó el principio del fin de la etapa adversa de la Corona en España, que acabó forzando la abdicación de Juan Carlos I el 2 de junio de 2014 y la proclamación de Felipe VI, de la que se cumplío el tercer aniversario el lunes pasado.

Los tres primeros años del Rey en el trono, con los drásticos cambios introducidos para salvar la institución, han estado conmocionados por ese proceso y lastrados por la interinidad institucional tras la eclosión del multipartidismo. Pero ese tiempo también ha sido el de la reversión del proceso de descrédito de la Corona ante la opinión pública.

Tras haberse curtido en cinco rondas de consultas, que le han aportado un profundo conocimiento de la clase política y han reforzado su imagen como jefe de Estado en un momento de fragilidad institucional, el Rey sigue teniendo en el horizonte internacional su frente de expansión más potente.

En este nuevo tiempo, más allá de la proyección como reciente jefe de Estado, es aquí donde los valores añadidos de la Corona, a través de los vínculos que mantiene con las monarquías de otros países, se cargan de contenido y adquieren mayor trascendencia.

Su reciente viaje de Estado a Japón, donde mantiene sólidos lazos con la Familia Imperial, ha sido la primera muestra de ese potencial diplomático. Felipe VI ha facilitado sin duda los contactos del Gobierno y unos empresarios muy interesados en insertar a España y sus empresas en el flujo del corredor marítimo Indo-Pacífico, un área de creciente importancia económica y estratégica.

Su presencia puede contribuir a la relación entre ambos países con vistas a los intereses de España en la cooperación bilateral y en los aspectos particulares del Tratado de Libre Comercio y el Acuerdo de Asociación Estratégica que negocian la Unión Europea y Japón. Como puede haber contribuido a la disposición de los grandes empresarios japoneses a aumentar las inversiones en España y a abrir vías a alianzas empresariales con España como puerta de acceso a Sudamérica.

Para los representantes de Hispanoamérica, la figura del Rey, por simultaneidad cultural y no ser una consecuencia política del Gobierno de turno, se sitúa en un plano simbólico diferente al del Ejecutivo español y su presidente.

Esa renta de situación, que ya aprovechó Juan Carlos I y sirvió a muchas empresas y trabajadores españoles para ampliar su horizonte, puede resultar muy oportuna para abrir las puertas trancadas. Como, por ejemplo, Cuba, país que todavía no ha visitado el Rey a causa de las contrariedades que mantienen ambos Gobiernos y al que podría ir antes de la retirada de Raúl Castro en febrero de 2018. La figura del Rey está descargada de las ansiedades que comparten las autoridades cubanas y españolas y puede allanar las dificultades para que España se incorpore al futuro de la isla, donde otros países llevan tiempo posicionados. En este ámbito, la función del Rey se perfila como una herramienta que puede resultar de gran utilidad a los intereses generales en este nuevo tiempo.

Pero más acá del ámbito internacional, ese potencial diplomático puede ayudar a encauzar situaciones internas desbordadas como la crisis territorial de Cataluña. En la situación límite del conflicto independentista catalán el Rey también podría desempeñar algún cometido extraordinario como símbolo de la unidad y la permanencia del Estado, al que corresponde la función arbitral moderadora del funcionamiento de las instituciones, en este caso el Gobierno de España y la Generalitat.

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Presencia. Felipe VI es un símbolo de la unidad en España. Foto: AFP.

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