Hay escándalos sacudiendo a gobierno tras gobierno este año en América Latina: la misteriosa muerte de un fiscal en Argentina; la expulsión del primer ministro del Perú a causa de una operación interna de espionaje; las revelaciones de una vasta estratagema de sobornos en la empresa nacional del petróleo de Brasil.

Durante mucho tiempo se creyó que Chile estaba por encima de esas agitaciones, dada su reputación como una de las naciones menos corruptas de la región. Sin embargo, una serie de pasmosos escándalos está poniendo en caos a la cúpula política aquí, haciendo que surjan dudas repentinamente con respecto a un país que ha sido una de las estrellas de instituciones financieras del ámbito internacional, así como exponiendo al escarnio a figuras a lo largo del espectro ideológico.

El objetivo más prominente de críticas es la Presidenta Michelle Bachelet, pediatra de 63 años de edad que regresó a la presidencia en 2014 con una plataforma enfocada a reducir la desigualdad. En semanas recientes, su hijo ha sido acusado de hacer uso de su influencia durante la campaña de ella para asegurar un préstamo para un trato de tierras, el cual cosechó millones de dólares en ganancias en el espacio de unas pocas semanas.

Sin embargo, la conservadora oposición también está siendo objeto de ataques tras los arrestos en marzo de ejecutivos de uno de los mayores grupos financieros de Chile bajo cargos de fraude fiscal, soborno y lavado de dinero. La fiscalía informa que los cargos tienen su origen en un chanchullo para financiar a la Unión Democrática Independiente, partido tendiente a la derecha.

"De golpe, todas estas revelaciones están dejando en estado de shock al sistema", dijo Pablo Collada, el director de Ciudadano Inteligente, organización que promueve la transparencia en política. "Es como si nos hubiéramos dado cuenta de que esto es un pantano y todos tienen un pie en el lodo".

La sensación de consternación ha sido particularmente aguda para Bachelet, quien terminó su primer mandato como presidenta en 2010 con altísimos índices de aprobación, habiendo resguardado al país de una pronunciada crisis durante la crisis global de finanzas. Antes de su regreso a la presidencia el año pasado, ella tomó un puesto global como la directora del organismo de Naciones Unidas para derechos de la mujer.

El miércoles pasado, Bachelet declaró a periodistas que lamentaba el surgimiento de una "cultura de recelo" en vista de los escándalos. Sin embargo, insistió también en que las instituciones de Chile estaban haciendo su trabajo al investigar a figuras, incluidas aquéllas en su propia familia, al tiempo que dejó en claro que no tenía plan alguno de renunciar.

Bachelet dijo que ella, como casi todos los demás, se enteró de los tratos de negocios de su hijo, Sebastián Dávalos, por informes noticiosos en febrero, cuando lo acusaron de intentar asegurar un préstamo por 10 millones de dólares con la ayuda de uno de los hombres más ricos de Chile, Andrónico Luksic.

El banco controlado por la familia de Luksic otorgó el préstamo un día después de que Bachelet fuera reelegida en diciembre de 2013, suministrándole el dinero a una empresa perteneciente parcialmente a la nuera de Bachelet, según los investigadores. La empresa usó el préstamo para comprar tierra que fue revendida a las pocas semanas, en un trato que generó una ganancia estimada en varios millones de dólares.

El trato por esta tierra sigue bajo investigación. Sin embargo, cualquiera que sea la situación legal, el escándalo ha acentuado una perdurable fuente de tensión aquí sobre la política y los negocios chilenos: el uso de conexiones con la élite para ejercer influencia y obtener riqueza, avergonzando a una dirigente que había hecho de nivelar el campo de juego uno de sus objetivos para el segundo mandato.

Pocos chilenos siquiera podrían imaginar que consiguen una reunión con Luksic para pedir un préstamo de dicha magnitud, explicó América Economia, revista de negocios con sede en esta localidad. "Ya sea que vengan de la izquierda, el centro o la derecha, los miembros de una pequeña élite tienen el dinero y el poder en sus manos".

Los índices de aprobación de la presidenta Michelle Bachelet han caído a 31%, de acuerdo con lo que indica la empresa encuestadora Adimark. El sondeo de opinión popular fue realizado del 5 al 27 de marzo.

"La oposición está en el suelo con sus escándalos, pero es es una tragedia personal para Bachelet", indicó Robert Funk, catedrático de ciencias políticas en la Universidad de Chile. "Hubo una sensación de superioridad moral en torno a Bachelet, y ahora ella está luchando por recuperar legitimidad".

Chile mantiene importantes ventajas para limitar la magnitud de la corrupción, incluyendo una vibrante sociedad civil y un poder judicial independiente. Aún se prevé que la economía, si bien crece más lentamente que en años recientes, crezca aproximadamente 2.5% este año, tasa envidiable para países como Argentina, Brasil y Venezuela.

Algunos, en Santiago, también destacan que los escándalos, si bien son impactantes en Chile, aún están en un nivel diferente al de aquéllos en otras partes de la región. En Brasil, Rousseff, con un índice de aprobación de 13%, enfrenta una economía estancada y escándalos relacionados con sobornos y fraude fiscal resultante en pérdidas que se sitúan en los miles de millones de dólares.

"Los chilenos creen que estamos pasando por una crisis aguda, pero yo lo comparóocon un viaje a una sala de emergencias con un poco de dolor de pecho", dijo Patricio Navia, politólogo chileno en la Universidad de Nueva York.

Chile no está solo en la lucha con temas de corrupción. En Brasil, apenas tres meses después de haber empezado su segundo mandato, la presidenta Dilma Rousseff está peleando por su sobrevivencia política, debido a que Petrobras, la empresa nacional del petróleo que ella supervisó en otra época como ministra de Energía y ha defendido a lo largo de su presidencia, se estremece como consecuencia de un colosal escándalo de sobornos que tiene ramificaciones políticas.

La creciente susceptibilidad en torno a la corrupción en Chile y en otras partes de América Latina, refleja el fortalecimiento de la clase media en la región en este siglo, acompañado de una creciente exigencia de la ciudadanía para que los líderes políticos observen estándares éticos más elevados.

"Durante el periodo de auge, con mayor gasto social, la corrupción no truvo la gravedad y consecuencias políticas que tiene cuando los tiempos son duros y los gobiernos tienen escasa opción a no ser que lleven a cabo ajustes fiscales", dijo Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano, grupo de análisis estratégico, en Washington.

Bachelet enfrenta difícil situación por acusación contra su hijo