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Declarar no es construir

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LA BITÁCORA

Con excepción de los anarquistas de la CUP, cuya ideología se resume en patear tableros, el liderazgo independentista aprendió tarde que una cosa es preparar una declaración de independencia y otra cosa es preparar la independencia.

Puigdemont y Junqueras trabajaron arduamente para la declaración de la independencia, pero no para construir una independencia sustentable. Se percataron por la diáspora de grandes empresas, que se insinuó ni bien comprobaron que el Govern de verdad estaba intentando sacar a Cataluña de España.

La señal de estampida les hizo ver que, concretada la independencia, habrá que pagar aranceles para exportar productos a España y Europa, tener pasaportes para viajar por la Península y por el resto del continente porque quedarán afuera del Acuerdo de Schengen. Y como la Unión Europea estará obligada a castigar la secesión para que no genere un efecto Big Bang, le negará la suscripción que le otorgó a países ajenos a la UE, como Liechtenstein, Suiza, Islandia y Noruega.

Quedando fuera de la eurozona, además de tener que crear una moneda propia, Cataluña perderá las ayudas del Banco Central Europeo (BCE).

Si Bruselas facilitara la secesión aceptando a Cataluña de inmediato en la UE, en el norte de Italia renacería el separatismo lombardo y véneto con que Umberto Bossi quiso partir la Península y crear la Padania al norte del río Po. Los flamencos querrían salir de Bélgica y otros mapas se resquebrajarían.

Posiblemente, a la larga la UE aceptaría a los catalanes. El tema es atravesar el desierto. De eso no habló el liderazgo separatista. Estaba concentrado en la declaración, y no en la construcción de la independencia. Aún así, tampoco la declaración les salió del todo bien. Por la Ley de Referéndum se habilitó una votación que no establecía un piso de votantes que fuese acorde con la dimensión de lo que se decidía. Tampoco se logró un escrutinio creíble y un resultado verificable.

En rigor, el domingo de la votación solo le aportó al independentismo las imágenes de una represión exagerada y negligente, que fue usada por los líderes separatistas. Ni Rajoy ni el rey tuvieron la lucidez de pedir perdón por la desmesura policial. Y era importante que lo hicieran. Sobre todo Felipe VI, por ser un Borbón, la estirpe impuesta por Castilla a la parte de la Península Ibérica que más encono tiene con el castellanismo y el borbonismo.

Ese fue el aporte incomprensible de Madrid a la demagogia separatista, que intenta iniciar el cruce del desierto sin el agua y las provisiones para no desfallecer en la travesía.

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