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El botín de guerra que un veterano de Malvinas le devolverá a la familia de un inglés

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Diego Arreseigor viajará a Londres para devolver el casco Foto: La Nación/GDA.

ARGENTINA

Diego Arreseigor encontró el casco de un paracaidista inglés al que empezó a buscar tres décadas más tarde.

Diego Arreseigor tenía 23 años cuando desembarcó en Malvinas, el 12 de abril de 1982. En aquel entonces era Teniente de la Compañía de Ingenieros Mecanizada 10 y tenía 40 soldados y 5 suboficiales a su cargo. Su misión había sido poner minas. Al finalizar la guerra, el 14 de junio de 1982, los ingleses lo tomaron prisionero y lo obligaron a quedarse, junto a otros, para desarmar los campos minados que habían puesto. En esos recorridos por los campos que debía desminar, encontró el casco de un paracaidista inglés al que empezó a buscar tres décadas más tarde.

"A mí me llevó años superar que fui derrotado, por eso, en ese momento, encontrarme con cosas de las bajas que habíamos hecho a los ingleses era sentir una especie de triunfo", explica Arreseigor. Hijo de un odontólogo y una maestra, fue el primer militar de carrera en su familia. Casado hace muy pocos años y sin hijos, uno de sus mayores orgullos es que su compañía volvió al continente sin ninguna baja.

Diego Arreseigor tenía 23 años cuando desembarcó en Malvinas Foto: Gentileza Diego Arreseigor.
Diego Arreseigor tenía 23 años cuando desembarcó en Malvinas Foto: Gentileza Diego Arreseigor.

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En sus 30 días como prisionero de guerra al servicio de los ingleses para desarmar las minas le tocó ir a Monte Longdon, donde había peleado en uno de los combates más terribles de la guerra. Murieron ingleses y argentinos por igual en una batalla que comenzó con armamento pesado y terminó cuerpo a cuerpo, con bayonetas.

Mientras recorría la zona minada y desolada, fue encontrando rastros de bengalas, vendas, máscaras, jeringas y equipos de los ingleses que le recordaron esa noche infernal entre el 11 y 12 junio de 1982. Le llamó la atención un casco porque, algo inusual, llevaba en su interior un nombre escrito con tinta: "A. Shaw". Pero en ese momento no pensó en la historia que había detrás de ese nombre, una persona como él pero del bando enemigo, sino que vio el casco como un trofeo de guerra.

Arreseigor en plena tarea de colocar minas. Foto: Gentileza Diego Arreseigor.
Arreseigor en plena tarea de colocar minas. Foto: Gentileza Diego Arreseigor.

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"Cuando vi estas cosas que pertenecían a los ingleses, busqué la forma de distraer a los soldados que nos vigilaban y fui guardándomelas. Yo era muy flaco, así que todo lo que juntaba, lo metía entre la campera y mi cuerpo y, a la noche, lo escondía entre mis cosas. No sabía bien cómo me las iba a arreglar para llevármelas, pero ¿qué tenía que perder?", dice.

Traer su botín de guerra no fue tarea fácil. Una mañana, unos desconocidos de uniforme los habían interrogado camino a sus tareas cotidianas de desminado y ellos les detallaron los trabajos que les habían sido asignados. Esa misma noche, los ingleses les dijeron que guarden todo porque embarcaban al continente. Su tarea ahí había terminado.

Era la hora de volver a casa, de enfrentar la derrota y de armar un destino. Pero antes, había que salir de ahí con el botín conseguido. Arreseigor y los otros prisioneros que quedaron en las islas, dormían en el edificio de la municipalidad y él iba guardando en las estanterías de los repuestos viales todo lo que había encontrado en los campos minados. Les dieron muy poco tiempo para empacar sus cosas y embarcarse al continente. Antes serían despojados de todo lo que fuera equipo militar y les mirarían hasta el último bolsillo.

Arreseigor y los suboficiales a su cargo. Foto: Gentileza Diego Arreseigor.
Arreseigor y los suboficiales a su cargo. Foto: Gentileza Diego Arreseigor.

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"Yo tenía que ver cómo romper el orden sistemático que tenían para revisar nuestras cosas. Empecé a rondar a los guardias y empecé a distraer a uno con un poco de charla. Era muy tedioso el trabajo de revisión y ellos también estaban cansados. Al verlo aburrido, le pedí que aprovecharámos el tiempo y me revisara, así adelantaba. Accedió pero, a medida que sacaba las cosas de mi bolso, yo las acomodaba tranquilo en las estanterías. Vació el bolso, lo dio vuelta y me ordenó que volviera a guardar todo. De esa manera, disimuladamente, volví a meter mis cosas y mi botín. Al llegar a la puerta, me pararon, me miraron, me preguntaron quién me había revisado y cuando lo confirmaron, me dejaron ir. Caminé despacio hacia el lanchón que nos llevaba al barco que me sacaría de las islas para siempre", recuerda.

El casco que perteneció a Alexander Shaw. Foto: Gentileza Diego Arreseigor.
El casco que perteneció a Alexander Shaw. Foto: Gentileza Diego Arreseigor.

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Al regresar de la guerra, Diego Arreseigor guardó en un baúl su uniforme, sus medallas y todos las reliquias enemigas que había conseguido arrebatarles al "enemigo inglés", para seguir su vida y su carrera militar. Nunca más pisó las islas. Malvinas fue un tema silenciado durante muchos años, arrumbado en la memoria colectiva y él se sentía maltratado, como todos los que combatieron allí. "Me costó años superar la angustia por la derrota y por eso me anoté como voluntario para ir a donde sea. El desminado pasó a ser una tarea humanitaria y Cascos Blancos pidió voluntarios del Ejército. Así fue como me anoté. Estuve en Yugoslavia y luego fui a Centroamérica", recuerda.

Hacia el 2000, Diego Arreseigor volvió a Argentina para quedarse. El tiempo había pasado y las heridas se iban cerrando lentamente, pero nunca habría olvido.

El casco de Alexander Shaw seguía en el baúl de la casa paterna y Diego Arreseigor lo tenía presente en su memoria. "En el 2006, empecé a googlear su nombre para ver si lo encontraba. Algo había cambiado en mí y quería devolvérselo. Me alegré cuando encontré su nombre en un blog de la Brigada 3 de Paracaidistas. Estaba en una lista de veteranos de Malvinas y ahí confirmé que la A era de Alexander. Pero también confirmé que había muerto en la batalla de Monte Longdon, donde había encontrado su casco. Se me vino el alma al piso. Leí que tenía un hijo de tres años cuando zarpó a las islas y, a pesar de que nunca quise saber nada con los ingleses ni con ir a Inglaterra, decidí llevarle el casco de su padre", cuenta.

La lápida de Shaw en Inglaterra. Foto: Gentileza Diego Arreseigor.
La lápida de Shaw en Inglaterra. Foto: Gentileza Diego Arreseigor.

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Pasaron muchos años hasta que Diego Arreseigor pudiera encontrar a la familia. Craig, el hijo de Alexander Shaw, debía tener alrededor de 40 años pero no lograba llegar a él. Recién hace unos meses, con la ayuda del Coronel Jorge Zanella, del Departamento de Veteranos de Guerra del Ejército, Diego Arreseigor pudo contactar a la familia de Shaw.

A partir del pedido de Zanella, Edward Goodall, el mismo coleccionista inglés que el año pasado había encontrado el casco del soldado argentino Alejandro Gorzelany y se lo había devuelto en un encuentro muy emotivo, logró encontrar a la hermana de Shaw, Susan. Ella, al conocer la historia, se emocionó.

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