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Susana y Wilson, amor con perfume de política y tango

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Wilson y Susana con sus hijos: Gonzalo, Silvia y Juan Raúl.

Compartieron casi seis décadas de vida y peripecias que incluyeron el exilio.

Fue una gran mujer que compartió casi 60 años de su vida junto a un hombre que marcó el rumbo político del país desde la década de 1960 hasta su muerte en 1988. Testigo privilegiada de la historia y también víctima de los avatares de la política, nunca albergó rencor y siempre tuvo una sonrisa y una palabra de aliento y cariño para quien lo necesitara. Fui un afortunado que la conoció y conversó con ella muchas veces. Siempre me recibió con una sonrisa y la calidez que la caracterizaban.

En largas charlas en su apartamento de Bulevar España, Susana Sienra compartió historias que forman parte de un libro que publiqué hace 15 años. Hoy que ya no está entre nosotros, vale la pena evocar algunos de esos recuerdos.

Susana Sienra Burmester nació el 26 de octubre de 1920, era hija de Raúl Sienra un profesor de francés que perfeccionó el idioma en París, donde también cursó estudios de Medicina, y de Silvia Burmester, una criolla oriunda de Maldonado. Tenía un hermano, Raúl un par de años mayor que ella.

Cursó sus estudios primarios en la escuelita de Mrs. Thompson en Pocitos que hoy es el colegio Ivy Thomas. Sus estudios secundarios los hizo en las Hermanas Domínicas.

Cuando cumplió cuatro meses, llegó por primera vez a Punta del Este y durante 50 años no faltó un solo verano. Su familia se instalaba durante tres meses en Villa del Mar, la casa de su abuelo Carlos Burmester. Fue uno de los primeros chalets que se construyeron sobre la vieja Mansa. Susana recordaba de aquellos años el viaje en tren hasta Maldonado y luego el traslado hasta la península en los ómnibus rojos de Monformoso, y el disfraz que su madre le confeccionaba para Carnaval: "Era tan importante como el traje de baño. Los tuve de manola, de campesina gallega y de aldeana suiza".

"Buenomocísimos".

Fue el 27 de enero de 1934 y en la terraza de Villa del Mar que Susana y Wilson se conocieron. Ella tenía 14 años y él cumplía 17 al día siguiente. Una prima de Wilson, Martha Ferreira, la había atormentado los días previos con la llegada de sus primos (Wilson y su hermano Juan) a los que definió como "buenmocísimos". Cuando Susana vio a Wilson, no le pareció nada buen mozo. "Era demasiado delgado, con una cara muy angulosa y una nuez enorme que sobresalía de su cuello. Tenía además una espalda muy angosta". Sin embargo, algo la sorprendió: "me llamó mucho la atención su mirada. Tenía unos ojos castaños verdosos y enormes pestañas que irradiaban alegría". Al día siguiente, Susana le pidió permiso a su madre para cocinarle a Wilson una torta de chocolate, de regalo de cumpleaños. Aquel gesto fue una solapada declaración de amor.

Tres años más tarde, en 1937, volvieron a reencontrase en Punta del Este. Wilson terminó de conquistar a Susana y también se ganó la simpatía de sus suegros. Dos años después, en el parque de El Jagüel, él se le declaró y sellaron el noviazgo con el primer beso, al tiempo que se concedieron el "tuteo". Ferreira le regaló un libro especialmente encuadernado en tapas de cuero: San Michele, del sueco Axel Munthe. En su portadilla escribió una frase del propio Munthe: "No se da nada a los hombres sino se entrega uno mismo". Ese libro fue lo primero que pidió Susana a sus hijos que le mandaran cuando comenzó el exilio en Buenos Aires, y la acompañó siempre en el exterior, para permanecer en su mesa de luz hasta sus últimos días.

El noviazgo de Susana y Wilson estuvo pautado por la militancia estudiantil de Ferreira, entonces un blanco independiente que, junto a sus amigos más íntimos y compañeros de la Facultad de Derecho Enrique Beltrán, Juan Carlos Bracco y Pedro Aladio (este último colorado) tenían su peña en el bar Sportman. Pero también lo pautaron canciones románticas de Charles Trenet que bailaban a la luz de la luna en la playa Mansa, y Misa de Once, el tango preferido de la pareja cantado por Gardel:

Entonces tú tenías / dieciocho primaveras /

Yo veinte y el tesoro preciado de cantar ….

A fines de 1944, Susana y Wilson se casaron. No hubo fiesta, porque el padre del novio, el doctor Juan Ferreira, había muerto en un accidente de tránsito meses antes. En el verano del 45, el joven matrimonio se instaló en una casa en San Rafael que el doctor Ferreira había hecho construir un par de años antes y que su esposa doña Fortuna Aldunate, bautizó como El Bohío. En su enorme parque sobre la avenida del Mar y Pedragosa Sierra, Wilson plantó un roble por cada uno de sus hijos, a medida que fueron naciendo: Gonzalo en 1945, Silvia (Babina) en 1947 y Juan Raúl en 1953. Esos tres árboles, son lo único que se mantienen hoy en pie de esa casa en la que, en palabras de Susana, "transcurrieron muchos de los momentos más felices de mi vida".

El exilio.

Punta del Este fue el lugar donde Susana y Wilson se conocieron y se enamoraron y también resultó ser el sitio que los vio partir rumbo al exilio en un helado anochecer de junio de 1973.

El destierro fue largo y duró 12 años. A Susana le obsesionaba que sus nietas, que por entonces eran tres, se olvidaran de ellos. "Vuo" había bautizado la más grande a Wilson y "Mane" a Susana. Viviendo en Londres, los martes, a las 9 de la mañana, llegaba la correspondencia de Uruguay con británica puntualidad. Se levantaban más temprano que el resto de los días y se sentaban a desayunar en una mesa desde la que veían claramente al cartero cuando colocaba los sobres en el buzón. "No sacábamos los ojos de la ventana, y siempre llegaba una larga carta de Babina que leíamos con desesperación".

En una ocasión, le pregunté qué fue para ella el exilio y me contestó: "Enterarnos por una llamada telefónica de que nació un nieto y no poder salir corriendo a conocerlo y tomarlo en brazos. Saber que se casa un hijo y que no vamos a poder estar. O saber por una comunicación telefónica que mi madre murió y que no podré despedirla y llorarla junto a los míos".

¿Italianos?

La relación de Susana y Wilson estuvo signada por el buen humor. Aun en los momentos más dramáticos él tenía una salida, un comentario que le arrancaba a ella una carcajada. En una ocasión estando en París, mientras caminaban a las risas rumbo a la Place Vendôme, un señor francés los paró y les preguntó:

—¿Son ustedes italianos?

—No, uruguayos, respondió Wilson.

—¿Por qué cree usted que somos italianos? dijo Susana

—Porque solo he visto reir así, a parejas italianas.

Recuerdos.

Wilson Ferreira Aldunate y Susana Sienra, arriba, con sus hijos: Gonzalo (1945), Silvia (1947) y Juan Raúl (1953). A la izquierda, una foto de 1923 muestra a Susana de niña, con sombrilla, en una playa de Punta del Este. La foto apareció en la tapa de la revista Mundo Uruguayo que hacía las primeras coberturas informativas del verano en el balneario esteño, un lugar clave en varias etapas de la vida de Susana y Wilson, desde el noviazgo hasta el exilio.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Wilson y Susana con sus hijos: Gonzalo, Silvia y Juan Raúl.

REPASO A LA VIDA DE UNA GRAN MUJER

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