La llegada masiva de dominicanos al país comenzó hace dos años. En 2011, el Censo constató que sólo 50 personas de esa nacionalidad vivían en Uruguay, mientras que distintas estimaciones señalan que hoy ya pueden ser más de 4.000 los aquí residentes.

Esto fundamentado, entre otras cosas, en el hecho de que en 2013 ingresaron 1.870 dominicanos a nuestro país y en 2014 la cifra ascendió a 2.889, según los registros de Migración a los cuales accedió El País.

Al consultar a dominicanos residentes en nuestro país y autoridades que trabajan con migrantes, todos coinciden en señalar que en el país caribeño, y en especial en los contextos más vulnerables, se ha ido construyendo “de boca en boca” y por parte de personas que lucran con la venta de documentación y pasajes, la idea de que en Uruguay se consigue trabajo fácilmente, se vive bien y se ganan ostentosos salarios.

Sumergidos en las dificultades que supone la vida en República Dominicana, un país que tiene el 41% de su población bajo la línea de pobreza y que se ubica en el puesto 102 en el Índice de Desarrollo Humano (mientras Uruguay se posiciona en el 50), miles de personas se apuran a viajar en esta dirección sea como sea. Si bien algunos piensan en instalarse definitivamente fuera de su país, la mayoría viaja con la idea de vivir tres o cuatro años en el exterior y luego regresar con una “diferencia” en el plano económico.

Instalados en Uruguay, la mayoría de los dominicanos se ven rápidamente decepcionados y ya piensan en volver a su país. Ganan salarios muy bajos que apenas les dan para sobrevivir y pueden mandar muy poco dinero a sus familias. Además, deben vivir en pensiones, donde padecen por las condiciones que enfrentan.

Su situación se vuelve por demás vulnerable y están expuestos a las redes delictivas que actúan en el país caribeño y en Uruguay. Muchas mujeres son captadas para ser explotadas sexualmente.

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