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Voluntarios del mundo le ponen color a las escuelas

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Sábados: hay 60 estudiantes uruguayos y extranjeros que realizan jornadas solidarias con alumnos de Obra Banneux y la escuela Nª230 de Manga. Foto: Proyecto Colibrí

Juegos en las aulas

Los jóvenes universitarios colaboran en las zonas de contexto crítico.

Juan José Riva volvió de un intercambio académico en 2011, empezó a dar clases de inglés en Obra Banneux, escuela del barrio Marconi, e identificó una necesidad: no existía una oferta para los estudiantes extranjeros interesados en hacer voluntariado en Uruguay. Y ese plan benéfico calzaba perfecto para ser ejecutado en el colegio donde trabajaba.

Trasladó la idea a sus amigos y compañeros de Estudios Internacionales y se contagiaron rápido. Advirtieron que había un nicho para ser explotado y pusieron manos a la obra.

Cuando empezaron a juntarse no tenían un plan maestro, ni imaginaban que llegarían a la temporada 14, que iniciarán en septiembre. Sobraban ganas de emprender, pero era pura intuición. "Nos pusimos en la cabeza de esos niños y pensamos qué les podía llegar a divertir", dice Agustina Macagno, fundadora de Proyecto Colibrí.

Se fijaron como meta usar juegos para enseñar, transmitir valores e incluso poner límites: evitar que se suban a un árbol porque se pueden caer, pedir perdón si le pegaron a otro, o lavarse las manos antes de comer.

La dinámica lúdica consiste en que niños de quinto y sexto de escuelas apelen a su imaginación para recorrer el mundo. Los destinos dependen de los alumnos de intercambio que digan presente esos seis sábados por semestre.

Ida y vuelta.

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El intercambio es recíproco: los niños conocen tradiciones y costumbres de afuera, y los extranjeros toman contacto con una faceta de Uruguay que no hubieran descubierto sin haber pasado por el voluntariado.

En la merienda compartida después de los juegos fluye la afinidad, la complicidad, y se da un intercambio culinario. "Cada extranjero lleva comida típica de su país, y así también viajan con aromas y sabores", comenta Florentina Ortas.

Ha habido colibríes hispano parlantes, pero también de India, Estados Unidos, Brasil, Francia, Corea del Sur, China, Inglaterra, Canadá, Finlandia, Bélgica, Suecia, Italia, China. El idioma jamás es una barrera porque los juegos son universales y la comprensión sucede desde otro lugar.

"Tuvimos una chica de Corea del Sur que no entendía una gota de español ni de inglés, pero iba a todas las reuniones y solo sonreía. Ella tradujo los nombres de los chicos al coreano, se los escribió en un origami y quedaron fascinados", recuerda Agustina.

Evolución.

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Colibrí creció en cifras y en experiencia a lo largo de estos siete años. Participan más de 60 voluntarios u2014locales e internacionalesu2014 en las actividades de los sábados. Durante mucho tiempo solo estuvieron en Obra Banneux, pero hace un año y medio decidieron dar el salto porque "éramos la misma cantidad de niños que de adultos" . Y así llegaron a la escuela N°230 ubicada en Puntas de Manga.

Los 11 uruguayos que componen el staff tienen entre 19 y 30 años. Los fundadores de Colibrí están "empapados y comprometidos" hoy pero quieren "empoderar a gente más joven para que continúen el proyecto cuando nosotros tengamos otros planes de vida y no podamos estar todos los sábados", dice Agustina.

Elisa Álvarez es una de las 50 estudiantes de intercambio que integra Colibrí. Es española, va a la Facultad de Arquitectura, y se enteró del voluntariado porque los colibríes "están infiltrados en el grupo de intercambio de Facebook y anunciaron el proyecto allí. Un chico que había participado me contó un poco más y decidí sumarme en la edición de marzo". Hizo amigos y le gustó tanto que repetirá la experiencia en septiembre.

Broche de oro.

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Los extranjeros eligen un hilo conductor por temporada, y en función de éste se planea un paseo para hacer al final del semestre. En 2017 jugaron a ser los tataranietos de Artigas. La consigna era encontrar el mate del prócer. Anduvieron por Europa, Brasil, Estados Unidos, México, y terminaron rescatando el mate en la fortaleza del Cerro.

Alquilaron un ómnibus y dividieron los gastos entre todos los voluntarios. Ese día de excursión fue mágico para los niños.

"Para esa última actividad reunimos a las dos escuelas para que se integren, jueguen e interactúen. En esas jornadas finales te das cuenta del el impacto que generaste porque los niños están súper mimosos, te abrazan, y te dicen que te van a extrañar", sostiene Agustina.

Un sueño Detrás de una clásica parábola

Bautizaron el proyecto en honor a la Parábola del Colibrí. El bosque estaba en llamas, todos los animales huían para salvarse, y el colibrí iba a buscar agua al río, la almacenaba en su buche y la vertía en el fuego una y otra vez. "¿Acaso con ese pico tan pequeño vas a apagar el incendio?", le preguntó el león. "Ya sé que solo no puedo, pero estoy haciendo mi parte", le retrucó el pájaro. Esa respuesta del colibrí es la base del staff de voluntarios: "sabemos que no vamos a modificar a toda la sociedad, pero sí a generar un impacto positivo en esos niños. Así sea mínimo el aporte, puede provocar cambios", reflexiona Agustina Macagno.

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Una fiesta para los niños, sus padres y los alumnos extranjeros

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Incorporar otra institución educativa resultó complejo. Golpearon varias puertas sin suerte hasta llegar a la escuela N°230. Precisaban un director "buena onda y que confiara en nosotros", dice la colibrí Anaclara Acuña. Su madre trabaja en Primaria y en una charla informal comentó el proyecto a Gonzalo Rodríguez, director de la escuela N°230, le interesó, y lo contactó con los colibríes.

"Intentamos abrir las puertas a toda propuesta que llega a la escuela y deja algo. Estas jornadas son una fiesta para los niños. Los padres están locos de la vida con el proyecto", asegura Rodríguez.

Está tan enganchado que no se pierde un sábado: "la escuela tiene caseros y funcionarios que viven cerca pero yo intento estar siempre".

Esta actividad opcional es un éxito entre los niños: "están toda la semana pendientes y tratan de portarse mejor en clase para poder estar".

OTRAS METAS

Próspera alianza con un proyecto brasileño

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La idea que proponían diez estudiantes en 2011 y dieron en llamar Proyecto Colibrí sonaba alocada, pero siete años después lograron que el programa esté sólido y camine solo. Por eso, decidieron fijarse metas más potentes y ostentosas. Quieren llegar a una tercera escuela y convertirse en una sociedad civil. Eso les dará mayor seriedad, les permitirá recibir donaciones, y participar en diversos fondos.

Pero hoy todas sus energías están puestas en una mega actividad que tendrá lugar el 25 de septiembre en Obra Banneux, y se hará codo a codo con los brasileños de Hamburgada do bem. Este proyecto nació entre amigos y llevan dos años planificando almuerzos recreativos con niños de barrios marginales de San Pablo. Hamburgada do bem se propuso replicar el exitoso programa en Argentina, Paraguay y Uruguay. Los chicos de Colibrí se ríen al contar que en Buenos Aires la pata local es Boca Juniors, y que mientras "en Brasil auspicia Mercedes Benz, aquí todavía no hay un sponsor".

Pero necesitaban un referente en cada sede para poder ejecutarlo y se contactaron con ellos a través de Ícaro, un excolibrí brasileño.

Está todo pronto para que el 25 del próximo mes lleguen 50 voluntarios paulistas, y necesitan otros tantos uruguayos dispuestos a ayudar. Si bien hay fondos para cubrir gran parte del almuerzo, Proyecto Colibrí quiere abarcar a todo el alumnado de la escuela ubicada en Marconi. "Necesitamos recaudar fondos, aunque sean mínimos, para poder comprar pan y carne picada, y así poder llegar a todos los niños. Hamburgada do bem no cubre a todo el colegio, pero a nosotros nos parece horrible que algunos queden por fuera", comenta Agustina Macagno. Los interesados en colaborar pueden comunicarse a través del Facebook @ColibriProyecto, o la página web.

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