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¿Está bien subir fotos de los hijos a Instagram?

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Mujer usando el celular. Foto: Shutterstock

OPINIÓN

Todos vendemos algún tipo de historia sobre nosotros mismos y usamos a nuestros hijos para hacerlo.

En medio de esta concentración actual de miseria y sobrecarga de información, no he podido dejar de pensar sobre el extraño y triste caso de Myka Stauffer. Para aquellos de ustedes que se distrajeron un segundo y no se enteraron, es una influente, una madre del Medio Oeste de Estados Unidos que publica sobre organización, acondicionamiento físico, decoración del hogar y la crianza de su progenie de niños pequeños. En su mejor momento, tuvo más de 715.000 seguidores en su canal de YouTube monetizado y más de 200.000 en Instagram. Muchos de esos seguidores querían ver a Stauffer y a su esposo, James, ofrecer una crónica de su vida con su hijo adoptivo, Huxley.

Los Stauffer comenzaron a publicar sobre su intento de adoptar a un niño de China -o en lenguaje de YouTube, su recorrido “emocional hacia la adopción”- en 2016. Llevaron a casa al niño de 2 años y medio que llamaron Huxley en octubre de 2017 y empezaron a publicar videos sobre la vida con su nuevo hijo pequeño y los desafíos de criar a un niño con autismo y trastorno del procesamiento sensorial. El viaje emocional también fue lucrativo: entre 2017 y 2018, la audiencia del canal de Myka Stauffer se duplicó y ella pudo convertir esas cifras en contratos a través de los cuales obtuvo vacaciones costosas, autos de lujo y un nuevo hogar de 530 metros cuadrados.

No obstante, a principios de 2020, los seguidores del canal notaron que Huxley había desaparecido de los videos familiares. A finales del mes pasado, Myka y James publicaron un video en el cual explicaron entre lágrimas que no estaban bien preparados para manejar los desafíos que enfrentaba Huxley. Mencionaron vagas alusiones a la seguridad de sus propios hijos y la confesión de que habían encontrado un nuevo hogar para Huxley con una nueva familia. Eso dio inicio a una inmensa indignación.

El escándalo ha generado debates sobre las adopciones internacionales, sobre si un segundo hogar puede llegar a ser lo más conveniente para un niño adoptado, sobre el racismo y el complejo del salvador blanco. Sin embargo, lo que permanece en mi mente es la pregunta de si los hijos de cualquier persona -influente o no- deberían aparecer o no en las publicaciones de redes sociales de los padres.

Revisa la plataforma de tu elección y verás niños. Niños protestando en Pinterest; niños posando en Instagram; los bailes y las graduaciones de niños con distanciamiento social en Facebook. Los hijos de personas que conoces en la vida real y los hijos de personas que no conoces. Niños que lo más probable es que no hayan dado su permiso para que tú y yo los veamos o que simplemente han aceptado esta exposición como parte de la vida moderna.

Cada vez que publicamos una imagen, estamos narrando una historia, creando el mito de nuestra propia vida. Las imágenes de nuestros hijos se convierten en parte de esa mitología. Una fotografía de los niños disfrutando en la playa o posando en Disney World cuenta una historia de prosperidad, felicidad y tranquilidad.

Entre las personas normales -aquellos que no tenemos canales monetizados de YouTube-, las cosas no están tan claramente comercializadas como lo estaban para los Stauffer. No nos estamos asociando con marcas, no estamos vendiendo bienes o servicios. Pero siempre nos estamos vendiendo a nosotros mismos.

Es complicado, especialmente si tienes cualquier tipo de perfil público. ¿Cómo se sentiría mi hija cuando tuviera la edad suficiente para hacer una búsqueda en Google y descubriera su vida entera en línea? Así que hice completamente lo opuesto. Durante años, no publiqué los rostros de mis hijas. Incluso, son raras las ocasiones en que mencionaba sus nombres. Entonces, comenzó la cuarentena. Con los niños en casa todo el día, los límites se relajaron, y mi hija de 12 años, que siempre quiere ser el centro de atención, decidió (de manera correcta, sospecho) que muchos de mis seguidores preferirían interactuar con ella que conmigo. ¿Quién soy yo para negarle el placer de tener fanáticos que la adoran o a los fanáticos el placer de conocer a mi adorable hija? Excepto que ahora estoy pensando en Huxley.

En su libro de 1977 Sobre la fotografía, Susan Sontag escribió: “Fotografiar personas es violarlas, pues se las ve como jamás se ven a sí mismas, se las conoce como nunca pueden conocerse; transforma a las personas en objetos que pueden ser poseídos simbólicamente. Así como la cámara es una sublimación del arma, fotografiar a alguien es cometer un asesinato sublimado, un asesinato blando, digno de una época triste, atemorizada”. Sontag murió el año en que Facebook comenzó, antes de que existieran los influentes. Sin embargo, ella habría reconocido la violación; la manera en que Myka y James Stauffer convirtieron a Huxley en el personaje de un programa para el que nunca hizo una audición, una versión extrema de lo que todos los nuevos padres hacen cuando muestran por primera vez fotografías de sus recién nacidos.

Innegablemente, vivimos en una época triste, atemorizada. Ahora, más que nunca, los niños en las redes sociales son un rayo de optimismo, pues ofrecen un respiro, un momento cómico, una conexión con amigos lejanos y familiares, incluso una esperanza para el futuro. No obstante, es cierto que muchos de nosotros nos hemos acostumbrado a publicar, así como a consumir y compartir esas imágenes de manera constante, incesante e inconsciente.

Críticas a canal de familia

Myka y James Stauffer, de Ohio, se hicieron populares en redes con sus videos sobre la adopción de Huxley y sus desafíos. Desde 2017 habían recibido patrocinios y también ingresos por sus videos. Pero recientemente salió a la luz que el niño ya no vivía con ellos, poco después de que algunos usuarios hicieran notar que el bebé llevaba tiempo sin aparecer. Todo el contenido del canal The Stauffer Life desapareció de YouTube.

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