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Las primeras noches son la pesadilla del inmigrante

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Afincarse en Montevideo no es sencillo si se llega sin dinero; y tampoco es fácil conseguir papeles de garantía. Foto: Leonardo Mainé

EN BUSCA DE VIVIENDA

La mayoría se domicilia en el Cordón, Ciudad Vieja, Centro, Sur y la Aguada.

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Paola no recuerda si sus amigas le vendieron espejitos de colores, o si la ambición por trabajar y ganar un peso más para ayudar a su familia la llevó a imaginar que Uruguay era un paraíso. Como sea, esa ilusión se hizo añicos la primera noche que pasó lejos de su República Dominicana.

Un familiar de la amiga que viajó con Paola les reservó un cuarto en la pensión de René, ubicada en la calle Cerro Largo. Llegaron en ómnibus con la valija de 32 kilos a cuestas desde el aeropuerto. Al entrar supieron que debían pagar 10 mil pesos por mes. Era inviable, entonces contactaron a un grupo de dominicanos que habían conocido al bajar del avión a fin de abaratar costos.

Paola durmió en el mismo cuarto que otros siete extraños, y compartió cama con una de sus dos amigas. Pasó una "noche de terror" rodeada de chinches y cucarachas. Tembló toda la madruga sin poder pegar un ojo. La dominicana no olvidará jamás aquel gélido 27 de junio de 2014 lejos de su casa y sus cuatro hijos.

Gilza tampoco puede sacar de su cabeza las primeras horas en Uruguay. Pasaron dos años, y la venezolana todavía sufre cada vez que revive la escena. Llegó a las 0:15 a un monoambiente lleno de humedad en el Palacio Salvo, tiró un colchón inflable, y lloró en silencio hasta la mañana para no despertar a su esposo William, y su hijo, que dormían con ella.

"Lloré todo el mes. Fue deprimente. Me acordaba mucho de mi mamá, la tuve que dejar y me duele recordarlo", cuenta Gilza entre lágrimas.

La excuñada de William, que vive en Uruguay hace años, los contactó con el dueño del monoambiente. El hombre les alquiló a un precio excesivo ($ 17.000) sin exigirles garantía ni contrato, pero cuando le avisaron que se mudarían amenazó con mandarlos al clearing. "No debíamos nada pero él no quería que nos fuéramos. Estuve una noche entera sin dormir porque pensé que nos echarían del país", cuenta Gilza. Y agrega que podían pagar el alquiler gracias al sueldo de su esposo como programador en una empresa de software.

El boca a boca es el recurso más usado entre los inmigrantes para conseguir su primera vivienda. Suelen asesorarse previo a viajar con sus compatriotas ya instalados en Uruguay, y evitan andar a la deriva.

Pedro, por ejemplo, duerme hace dos meses en una pensión ubicada en Carlos Quijano y Soriano porque se la recomendó un amigo cubano. Paga $ 3.500 y tiene un compañero de cuarto. Comparte baño y cocina con mucha gente, y extraña la privacidad de una casa. Necesita dejar las changas y encontrar un empleo estable que le permita mudarse a un apartamento, mandar dinero a su familia y ahorrar para "seguir camino" a Estados Unidos. "Ahí seguro estás en la calle y vivís mejor que acá", presiente.

Daniel es artesano y pasó ocho noches arriba de un ómnibus para llegar desde Bolivia a Montevideo. Se encontró una madrugada en Tres Cruces solo y sin rumbo. Se tiró en un banco de la terminal a esperar que amaneciera. Luego cargó sus dos mochilas y un bolsón lleno de artesanías, le rogó al chofer de un ómnibus que lo dejara subir, y se bajó en Ciudad Vieja. Un cuidacoches le presentó a otro boliviano que lo acercó a una pensión. Estaba tan cansado que solo recuerda lo mucho que disfrutó esa ducha.

Carencias.

Raymar y su pareja viajaron cuatro días por tierra, avión y mar para llegar a Montevideo. Reservaron una pensión en Piedra Alta y Paysandú vía Facebook antes de partir de Caracas. Traían mil dólares en el bolsillo y la mitad fue a parar a un depósito que prometieron devolverles cuando se vayan de la residencia. Desembolsaron otros 13 mil pesos en el alquiler mensual.

La pensión no tiene cocina. Hace un mes que viven a sandwiches. "El dinero se nos fue más rápido comprando comida hecha", cuenta Raymar.

La venezolana consiguió trabajo como desarrolladora de software, pero aún no cobró su primer sueldo. Su esposo sigue buscando. Ella hizo números y supo que podrían mudarse a un apartamento, aunque no tienen forma de conseguir una garantía, ni plata para el depósito.

Entre 2014 y 2018, el Estado otorgó 51.440 residencias a extranjeros. Foto: Leonardo Mainé
Entre 2014 y 2018, el Estado otorgó 51.440 residencias a extranjeros. Foto: Leonardo Mainé

Esta realidad es figurita repetida entre los inmigrantes. Paola y sus cuatro amigas dominicanas cambiaron la pensión por una casa en Cerro Largo y Barrios Amorín. Le rentaban un cuarto a cinco peruanos por $ 9.500. Tenían la residencia en trámite y no podían conseguir una garantía propia. Paola durmió con dos amigas en una cama grande hasta hace un año y medio, que pudo alquilar un apartamento con su hermana, su prima y tres personas más en Galicia y Yaguarón gracias a la ayuda de su pareja. Él es uruguayo y les hizo el depósito para la garantía.

Hoy su gran tristeza es vivir sin sus hijos. Los tres mayores trabajan y estudian en Dominicana, pero el de 8 años duró 18 meses en Montevideo. Pasaba el día entero solo mientras Paola trabajaba, así que lo mandó de vuelta a su país con su padre y su abuela. "Lo extraño, miro sus cosas en la casa y me pongo a llorar".

Lo más simple.

William trabajaba desde Venezuela como freelance en una empresa uruguaya. Cobraba en dólares, alguien se enteró de su ingreso, y lo amenazó. Sus jefes le compraron el pasaje para que se instalara con su esposa Gilza y su hijo en Uruguay.

A ella no le gusta molestar, y estuvieron seis meses sin lavarropa, heladera y dos sin cocina. "Lo primero que hicimos al comprar una cocina fue una pasta casera. Mi hijo me decía, qué felicidad volver a comer tu comida. Fue lo mejor que me pasó en la vida", dice Gilza. (Producción: Camila Beltrán).

Las consultas más comunes

Todos los martes, el consultorio jurídico de la Facultad de Derecho recibe preguntas sobre tres asuntos: documentación, discriminación en el trabajo y vivienda. "A muchos inmigrantes, como no tienen la residencia, se les dificulta conseguir trabajo formal, por lo que tampoco tienen garantías de alquiler. A su vez, muchas veces vienen con niños y son varias las pensiones que no aceptan, por lo que las opciones se reducen bastante", dijo Juan Ceretta, encargado del consultorio. Explicó que las condiciones de esas pensiones son muy precarias y han identificado varios abusos por parte de los administradores: precios desorbitados por una cama (hasta $8.000) o aumentos indiscriminados del costo del alquiler, así como amenazas con ir a la policía si no pagan son algunas de las cuestiones que atienden.

La ONG que le da a los migrantes "una mano"

Entre 8 y 13 personas aparecen a diario en la Asociación Idas y Vueltas —Juan Carlos Gómez y Piedras— aunque algunas jornadas han llegado a recibir 50 en la antigua casona. Se trata, en su mayoría, de inmigrantes procedentes de Cuba que arriban buscando información, datos y trámites necesarios para instalarse en el nuevo país.

Muchas veces tienen el alojamiento solucionado gracias al boca a boca entre los propios compatriotas, y el lugar elegido suele ser la Ciudad Vieja porque allí se encuentran buena parte de las pensiones. "Se basan en la experiencia de otros que ya están en Uruguay para encontrar una vivienda", según Carlos Silva, voluntario de Idas y Vueltas.

Los más precavidos envían un mail a la ONG para evacuar las dudas sobre su futura residencia desde su país. Algunos quieren alquilar pero carecen de los requisitos para hacerlo (garantía, dinero para el depósito y/o antigüedad laboral), aunque tengan cédula.

Critican que el refugio y la migración es una mera cuestión administrativa y no una protección de derechos. Foto: F. Ponzetto
Foto: F. Ponzetto

Leonardo Fossatti, responsable del área vivienda en Idas y Vueltas, procura recomendarles la mejor alternativa, y suelen ser pensiones. Estas no requieren contratos, pero muchos dueños regulan el precio a su antojo.

Igual consejo corre para quienes se acercan al espacio Bienvenido cada miércoles en la sede de la ONG buscando dónde instalarse: "elegimos entre un listado de 150 pensiones habilitadas por la Intendencia. No tenemos nombre ni número de teléfono, solo les damos la dirección", asegura Fossatti.

Muchas de estas personas comentan que llevan días en situación de calle, y la reacción inmediata de Fossatti es buscar dónde se los puede recibir o alojar.

La situación se vuelve más compleja si los inmigrantes tienen hijos a cargo, ya que la mayoría de las pensiones no admiten menores de edad. En ese caso, Fossatti recurre a migrantes que llevan años en Uruguay para que les digan una residencia que los acepte o los contacten con algún administrador que les permita quedarse.

"Es un problema porque siempre están al filo de que los echen o desalojen. Y la persona queda rehén del dueño de la pensión, ya que muchas veces los niños se tienen que quedar en la pieza mientras los padres trabajan y pasan ocho horas encerrados", dice Fossatti.

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