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“Los políticos uruguayos no tienen grandeza”

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Padre e hijo: Pablo y Diego Forlán. Foto: Marcelo Bonjour.

ENTREVISTA

Diego y Pablo Forlán, glorias futbolísticas y voces contraculturales de la sociedad civil

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Pocos orientales desconocen los impresionantes laureles que a lo largo de su vida han acumulado Diego Forlán Corazo (Montevideo, 1979) y Pablo Justo Forlán Lamarque (Mercedes, 1945).

Yerno de Juan Carlos “Nino” Corazo, que como entrenador de la selección obtuvo dos veces la Copa América, Pablo -más conocido como “El Boniato”- conquistó el mismo trofeo. Entre otras cosas, también salió Campeón Uruguayo, de América y del Mundo con Peñarol, y Campeón Paulista con el San Pablo, donde su profesionalismo, su proyección constante desde el lateral derecho y su potencia en el remate exterior todavía son recordados.

Siguiendo aquel mandato de sangre, Diego se quedó con la cuarta Copa América de selecciones de la familia Forlán-Corazo en la edición argentina del año 2011. Y, además de haber sido el mejor futbolista del Mundial Sudáfrica 2010, ganó dos Botas de Oro como máximo artillero de Europa, en la última de las cuales anotó 32 goles en 33 partidos con el Atlético de Madrid.

Pero este deportista, que según César Luis Menotti “hubiera descubierto cualquiera, porque tenía todo lo que se le puede pedir a un jugador”, no es un ídolo nacional solamente por haber deleitado a un pueblo ávido de gloria con sus cambios de frente, sus pases quirúrgicos y sus tiros ambidiestros de media y larga distancia, sino por la calidad humana que heredó de sus padres y a la que le imprimió su propio carácter, frontal, pero jamás hiriente, corajudo, pero nunca pendenciero.

Con ese reconocimiento a cuestas, los Forlán se reunieron con El País para hablar de algunos de los dramas que enfrenta el Uruguay y sobre los que, desde el rol que la sociedad civil les ha conferido, machacan para modificar el statu quo. La inseguridad, el costo de vida, la relación disímil entre los impuestos que un ciudadano paga y los servicios que obtiene, el papel “insustituible” de la madre en la crianza de los hijos y la dolorosa “pérdida de generaciones enteras” de compatriotas por el deterioro educativo fueron algunos de los temas de esta entrevista construida sobre un telón de fondo esencial: el amor filial.

-Diego, usted ha decidido vivir en este país. Desde la perspectiva que le da viajar constantemente alrededor del mundo, ¿cuáles diría que son nuestros principales problemas?

-La situación no está fácil, se nota y es una lástima, porque podría ser mucho más cómoda. Evidentemente, Uruguay es un país caro para cualquiera, incluso para quienes pueden viajar, comer afuera o irse un fin de semana para el campo. En otros países encontrás provisiones a precios bajos, medianos y altos. Y acá todo es caro. Eso afecta nuestra calidad de vida, ya que en el exterior la gente puede darse los gustos con más facilidad y tomarse unas buenas vacaciones en la playa o en la nieve. Aquí, los gastos diarios permiten ahorrar muy poco. Encima, pagás impuestos altos, lo cual me parece bien, pero a cambio de servicios que no se reflejan ni en la limpieza de las calles ni en la seguridad, la salud o la educación pública. En Estados Unidos la gente se muda de estado en función de la jerarquía que tienen las escuelas a las que asistirán sus hijos.

Padre e hijo: Pablo y Diego Forlán. Foto: Marcelo Bonjour.
"La situación no está fácil, se nota y es una lástima, porque podría ser mucho más cómoda", dijo Diego. Foto: Marcelo Bonjour.

-Estos asuntos, ¿son estructurales o responsabilidad exclusiva de la clase política?

-PF: Obviamente, yo voto, pero la política no me gusta. Antes de empezar la entrevista, recordaba la razón por la que se nos llamaba la “Suiza de América”, donde no vi gente revolviendo la basura para comer por lo menos hasta los 17, 18 años, cuando vine a Peñarol. Más medida que esa no hay para darse cuenta de que el Uruguay no está bien.

-¿Por qué, entonces, sigue valiendo la pena habitar este suelo y, en su caso, Diego, criar a sus hijos?

-DF: Es algo muy personal, y a algunos amigos, incluso a algunos ex compañeros de la selección, les llama la atención que viva acá. La verdad es que podría vivir en veinte lugares espectaculares, pero para mí no tendría sentido estar lejos de mis seres queridos. Es así de simple. Durante mis veinte años de carrera he viajado con una motivación, un objetivo y un desafío profesional. Ahora es distinto, porque puedo estar cerca de mi familia y de mis amigos. Y, aunque Uruguay no la esté pasando bien, es mi país. En otro lado, por más que te arropen, sos extranjero.

-PF: Digo lo mismo que Diego: soy uruguayo, nací acá y me gusta el Uruguay. Cuando estaba jugando en San Pablo, Pilar vino a tener a mis otros tres hijos al país.

-¿Qué valores necesitamos para revertir los problemas urgentes del Uruguay?

-PF: Los políticos locales no tienen grandeza. La tendrían si en las elecciones cada uno jugara su partido sin afectar la calidad de la educación, la salud y la seguridad. Con eso no se debería transar.

-DF: Estoy de acuerdo con papá: deberían ser políticas de Estado. Y me gustaría agregar que a veces hablamos del cambio climático o de lo mal que está la sociedad, pero no miramos hacia adentro ni hacemos una autocrítica profunda. En el caso de la familia, se nota fácilmente. Parece que ser ama o amo de casa estuviera mal visto, cuando es esencial quedarse educando a tus hijos e inculcarles los valores que faltan. Si los cría alguien que no es de la familia, y que tiene otra educación, estás quitándoles horas muy valiosas. Para mí, cada uno como padre debería ser responsable de decir: “Loco, hay cosas que pierdo por estar con ellos, y veré si las recupero”. Después nos quejamos. Lo mismo sucede con las reuniones multilaterales respecto a asuntos graves como el cambio climático. Pero en el día a día, ¿qué hacemos nosotros, por ejemplo, con el plástico? Esa concientización individual es muy importante para que el cambio de conducta sea masivo. Esperar todo del Estado es un error.

-¿Cómo afecta esa prescindencia individual a la familia?

-PF: Es un contexto distinto, pues cambiaron muchas cosas: para empezar, la mujer sale más a trabajar que cuando yo jugaba al fútbol, lo cual está muy bien.

-DF: ¡Hay que ser ama de casa, eh! La igualdad es fundamental, y me parece bárbaro que la mujer trabaje sin ningún tipo de diferencia. Pero la madre, que tiene nueve meses a su hijo en la panza, es insustituible. Yo creo que hay funciones naturales propias de la madre y del padre, algo que puede disgustar a la gente. Y apoyo los cambios positivos en la agenda de derechos de la mujer, no me estoy metiendo con políticas de género. Es cierto que hay personas que necesitan laburar y que hay otras que por su propio ego viven trabajando o viajando. ¿Y el tiempo con tus hijos? Si tenés calidad está bárbaro, pero eso no sustituye la cantidad: no justifiques.

-Los temas duros de los que hablábamos antes, ¿son reversibles a mediano plazo?

-PF: Yo no la veo bien.

-DF: Es muy complicado. Ya no se trata de dejar el liceo, sino de dejar la escuela. Uno recorre el país y los padres siempre tienen una justificación. Entonces, a un conocido que sabe mucho del tema le pregunté: “¿Qué pasa con la educación?”. Y me contestó: “Hay generaciones enteras que están perdidas”. ¿Y sabés qué más me molesta? Que quienes hemos sido educados de determinada forma y tenemos el privilegio de viajar, respetemos a rajatabla las reglas de los países desarrollados que visitamos. Somos hijos del rigor, y no ayudan las campañas según las cuales a un niño no se lo puede corregir bajo ningún concepto para no ofenderlo. ¿Por qué los mismos uruguayos que nos comportamos de una manera somos impecables en la cola de migración de Estados Unidos?

-PF: En el mundo desarrollado, el lugar izquierdo de las escaleras mecánicas es para las personas que están apuradas. Llegar a eso o respetar a rajatabla las leyes del tránsito es algo de lo que estamos muy lejos.

Padre e hijo: Pablo y Diego Forlán. Foto: Marcelo Bonjour.
"Soy uruguayo, nací acá y me gusta el Uruguay", sostuvo Pablo. Foto: Marcelo Bonjour.

-El casi anacrónico respeto a las reglas…

-DF: Y a la autoridad, que acá no importa. En otros países le levantás la voz a un policía y te meten en cana. No hay tutía.

-Diego, usted es muy conocido pero, ¿qué es lo más conmovedor de este hombre que se encuentra a su lado?

-Más allá de haber sido un gran jugador respetado en varias partes del mundo, cómo la gente lo quiere. Papá es un hombre de bien, un tipo franco, honesto, que camina por la calle y no se tiene que andar escondiendo. Eso es lo más grande que hay. Tenés que ver cómo lo saludan hasta el día de hoy. Además, como abuelo juega y se ocupa de todos.

-¿Cómo explicaría la importancia que ha tenido su madre, Pilar Corazo, en su vida?

-Mi mamá es como su nombre, un pilar que ha estado presente en todos los detalles, desde aquella época en que vivíamos con mis abuelos hasta aquella otra en que se ocupaba de la merienda, de hacer la torta de chocolate en la tarde, de educarnos, de saber cuándo decirnos que no y cuándo decirnos que sí. Quizás por eso, hoy cuando cenamos con mi mujer, por más que nuestros hijos se hayan peleado durante todo el día y nos hayan cansado, decimos: “Ya quiero que se levanten, son unos divinos”. Los recuerdos que tengo como niño de lo que era irnos de vacaciones todos juntos, bajar a la playa de Carrasco con papá y jugar en la calle con mi familia, son lo que como padre también quiero darles a mis hijos. Tener en la vuelta a tus afectos y formar parte de un refugio, es decir de un hogar con un ambiente amigable, es la base para formar buenos chicos.

-¿Y cómo los cambió el susto que sintieron a principios de año con Alejandra?

-DF: Para mí, paradójicamente nos ayudó a disfrutar más. Uno entra en una bola de actividades, sea por necesidad o por ego, y a veces decís: “¿Para qué tanto, si el tiempo va pasando y no se puede recuperar?”. Al final, el verdadero sentido de las cosas es otro.

-PF: Fue un susto muy grande. Ella estuvo internada varios meses, pudo salir adelante y vivimos turbulencias duras. Y ahora está en plena recuperación y firme, como siempre, porque es una luchadora. Todos mis hijos son divinos, pero Alejandra es un ejemplo de vida espectacular.

“Nos falta un escalón para ser una selección de élite”

-Pablo, usted jugó contra Cruyff en el Mundial de 1974. ¿Cómo lo recuerda?

-Como un futbolista de cabeza levantada que pasaba de 0 a 100 con enorme facilidad, que prefería tirarse sobre el lado izquierdo y que arrancaba como un 10 adelantado, iba bien de arriba, tenía tiro con las dos piernas y era sumamente inteligente y rápido para recibir y para tocar. Pero antes recordaría a Pelé, contra quien competí 11 años.

-¿Fue el mejor?

-Para mí, lo máximo. Jugó en canchas intransitables y fue descomunal. Messi y Maradona han hecho cosas únicas, pero el negro era tremendo. A los 17 años salió campeón del mundo. Nunca vi un delantero así.

-Para usted, Diego, ¿es traicionar el ser nacional pedir que la selección uruguaya juegue mejor ofensivamente, como ya lo hizo cuando comentó el último Mundial en la cadena estadounidense Telemundo?

-Hay que estar ahí, el que conoce es el entrenador y uno tiene que respetarlo, porque este deporte es muy opinable. Con la capacidad de jugadores que tenemos y con el cuerpo técnico más longevo en la historia del fútbol es normal que, después del Mundial de Sudáfrica y de la Copa América de Argentina, el listón esté más alto. A mi manera de ver, nos falta subir un escalón para ser una selección de élite. Tenemos mucha categoría, pero todavía somos el underdog. Hay jugadores como Luis, Edi, Godín y Vecino que se acoplan a un sistema de juego determinado en sus equipos, y que en la selección se integran a otro sistema más defensivo. Y hay algo que no se compra: una garra que nos permite jugarles de igual a igual a las potencias. Pero si queremos competir a nivel mundial, necesitamos un salto. Francia, como nosotros, defiende y tiene pelota quieta, aunque sabe asociarse mejor ofensivamente. Uruguay necesita romper y realizar esa transición al ataque con mayor facilidad. No estoy criticando a la selección del Maestro, porque es algo que viene de abajo.

-¿Usted sería director técnico de Nacional?

-Yo quiero entrenar a Peñarol.

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