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El día que el coronavirus se adueñó de Montevideo

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La llegada del coronavirus cambió el día a día para muchos uruguayos. Foto: Leonardo Mainé

LA VIDA COTIDIANA ALTERADA

Restaurantes y bares casi vacíos, largas filas en los bancos y en una droguería; casamientos solo con testigos y menos movimiento en general definieron la jornada en Montevideo.

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El nuevo coronavirus trastoca la vida y la muerte, literalmente. Es el primer martes con el virus circulando por Uruguay y a la sala fúnebre apenas ingresan los familiares directos. Los deudos más jóvenes entran con tapaboca “para cuidar a los más grandes”, se dan el pésame con abrazos distantes y aceptan la disposición que el Congreso de Intendentes fijó a la misma hora en que falleció su abuela: “se restringe la participación en los velatorios”.

A menos de tres kilómetros de esa despedida, una madre con mascarilla puesta le da la bienvenida a su hija recién nacida. En las clases de preparto no le habían enseñado a inhalar y exhalar con un pedazo de tela tapándole la boca y la punta de la nariz. Pero la felicidad, expresada en una sonrisa que también queda oculta, no se la quita nadie. Tampoco a su acompañante, la única que en la maternidad del Pereira Rossell dejan entrar por vez.

La “emergencia sanitaria” que el gobierno uruguayo decretó el viernes pasado, tras el diagnóstico de los primeros enfermos por Covid-19 (los virus tienen hasta nombres extraños), devino en un feriado laborable no decretado. Los niños y los adolescentes están sin clases, los adultos mayores se confinan en sus casas y el resto (porque no le queda más remedio o por simple incredulidad) sale a las calles.

La llegada del coronavirus cambió el día a día para muchos uruguayos. Foto: Leonardo Mainé
La llegada del coronavirus cambió el día a día para muchos uruguayos. Foto: Leonardo Mainé

Una fila de 60 personas aguardando en la puerta de una droguería para comprar alcohol en gel, en pleno Centro de Montevideo, en horario laboral y que se asemeja a aquellas colas a las afueras de las farmacias cuando empezaba la venta de marihuana legal, es la postal más clara de que algo (invisible, nuevo y contagioso) anda en la vuelta del barrio.

Los restaurantes casi vacíos, y los bancos con una larga espera para que ingrese uno por vez. Las plazas semidesiertas, y las farmacias con varios turistas aguardando comprar un tapaboca. Los supermercados con alguna góndola sin reponer, y las ferias como si nada.

Al menos “como si nada” para Julio Fernández, uno de esos feriantes que lleva cinco décadas vociferando “fresquitas las lechugas” y que, pese a trabajar con guantes de látex y tapaboca, siente que el coronavirus nada cambió. “A lo sumo ha aumentado la venta de frutas que tienen vitamina C”, dice este hombre que empezó “repartiendo limones con ocho años” y ahora tiene su puesto propio en la feria de Martínez Trueba y Maldonado.

A quien el virus sí le cambió la rutina es a una de sus clientas que, gracias a la suspensión de las clases, cuenta con la ayuda de su hija para cargar las chismosas. La pequeña lleva un tapaboca negro que, en letras blancas y mayúsculas, dice: “SUGA”. Es el nombre artístico de su rapero surcoreano favorito, ese que canta: “Todavía no estoy seguro sobre el secreto del éxito, pero creo que sé el secreto del fracaso”.

Corea del Sur ha sido señalado por los epidemiólogos como el país “más exitoso” en el combate al coronavirus. Por su cercanía con el epicentro, China, ha detectado más de 8.000 contagios. Pero la cantidad de fallecidos viene siendo apenas el 0,6% y los servicios sanitarios han dado una respuesta óptima. ¿La clave? Mientras en Uruguay se hacen 20 pruebas de diagnóstico por día, en el país asiático superan las 600. Y en los mercados de Seúl, hasta los asintomáticos llevan su tapaboca puesto.

Emanuela jamás pensó en casarse de tapaboca. Cuando su nombre y el de su pareja (Martín) aparecieron en el Diario Oficial, para cumplir con la normativa civil, el Covid-19 no era una pandemia. Ni siquiera afectaba a Italia, el país en que nació Emanuela. Pero este martes le toca “unirse en matrimonio” con una mascarilla que se corre para dar el beso tras la declaración del juez.

La llegada del coronavirus cambió el día a día para muchos uruguayos. Foto: Leonardo Mainé
El Registro Civil de Montevideo solo permite el ingreso de los contrayentes de matrimonio con sus testigos. Foto: Leonardo Mainé

Martín prefiere andar sin el tapaboca y cae al Registro Civil de la peatonal Sarandí con su traje inmaculado. Es “un casamiento cualquiera”, dice, salvo por la falta de público. No entran fotógrafos ni suegros. Solo están habilitados los cuatro testigos de los contrayentes.

Ocurre que el coronavirus tiene una afectación en la salud (la letalidad es baja, pero el contagio es alto), un impacto en la economía (todavía incalculable) y una intromisión en la conducta humana. Se mete sin pedir permiso en la sala de partos y en la velatoria; entra sin que lo inviten al casamiento y a la iglesia; le recuerda al chofer del ómnibus que tiene que limpiar el vehículo más seguido, al feriante que necesita el tapaboca y a todos que la vida sigue.

Filas en los bancos y en las bibliotecas
La llegada del coronavirus cambió el día a día para muchos uruguayos. Foto: Leonardo Mainé

Sale uno y entra el próximo. Así es la dinámica en algunos bancos de plaza y bibliotecas de universidades privadas que se las ingenian para permanecer abiertas y, a la vez, buscan evitar las aglomeraciones en lugares cerrados.

En la sucursal del banco Santander de Ciudad Vieja, los clientes aguardan con calma su turno e intentar conversar lo menos posibles unos con otros para que las gotitas de la saliva no sean vehículo de contagio.

A unas cuadras de allí, cuando la Ciudad Vieja da paso al Centro, la biblioteca de la Universidad ORT usa la misma estrategia: entra uno y sale uno. Una asistente del local, con guantes de látex, va en busca de los libros que los estudiantes le reclaman y que necesitan para cuando los docentes den inicio a las clases online. La devolución de ejemplares la realizan por ventanilla y entre los trabajadores guardan más de dos metros de distancia.

Pero la mayor de las filas es en la salida de la droguería de la calle Paysandú, en donde 60 personas esperan su turno para adquirir el poco alcohol en gel que va quedando en el mercado.

La Iglesia Matriz con olor del hipoclorito
Iglesia Matriz. Foto: archivo El País

La Iglesia Matriz huele a hipoclorito. Con la emergencia sanitaria que ocasiona el coronavirus, el olor a cebo derretido y a bancos de madera da paso al desinfectante. Una señora que viste delantal rojo burdeos se encarga de refregar con fuerza las puertas de la catedral y con el paso la franela libera ese dejo a cloro. Es una fragancia que al párroco Juan González no le gusta, pero que acepta como medida preventiva para que la casa religiosa siga abierta al público pese a las suspensiones de las misas.

Este edificio en el que fue bautizado Artigas y que fue testigo del final de la colonia, suele ser un punto de visita de los turistas. Pero los cuidados por el coronavirus han mermado el flujo de curiosos y entre la mañana y las primeras horas de la tarde del martes solo han entrado diez personas.

Luiz y Elane, una pareja de cariocas que estará hasta el sábado de visita por la capital, han encontrado “todo cerrado”. Por eso optan por entrar a una farmacia, comprarse un tapaboca para cada uno, y empiezan a caminar la ciudad. En la vereda frente a la Iglesia Matriz, sobre la plaza, se topan con una decena de deliverys que esperan la llamada para entregar la comida a pura tracción a sangre. Pero la llamada casi no llega. “Parece que la gente tiene miedo de comprar aquello que no está hecho en casa”, comentan los cariocas y siguen su paso.

INFORMACIÓN ÚTIL

Atención telefónica: 08001919

Es la línea telefónica que habilitó el gobierno para evacuar consultas sobre el coronavirus.

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