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La casona de Pocitos que no se rinde a las ofertas millonarias

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El exintendente Mariano Arana fue uno de los tantos que tocó el timbre de la casa para felicitar a Pedro por el cartel. Foto: Leonardo Mainé

ARQUITECTURA Y FAMILIA

El dueño colgó un mensaje “espiritual”; dice que jamás será demolida.

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Cuando la familia Mainolfi adquirió la finca de 500 metros cuadrados ubicada en Avenida Brasil y Baltasar Vargas era una construcción más entre tantas casas, pero Montevideo cambió su apariencia medio siglo después y hoy es la única casa que sobrevive en la cuadra entre altos edificios. Sucedió gracias a su dueño, Pedro Mainolfi, de 83 años, que se niega a que tiren abajo el sitio donde atesora sus recuerdos más entrañables.

Harto de atender a constructoras interesadas en derribar su casona para levantar una torre, Pedro decidió colocar un cartel en la fachada avisando que jamás sería derrumbada. Seis años atrás, meditó noches enteras lo que escribiría, pero se volvió viral esta semana cuando la periodista Alejandra Pintos tuiteó la imagen con el mensaje. Acumuló 2.000 retuits, 7.358 ‘me gusta’, y muchas ganas de conocer a su ideólogo.

“Esta casa ha cumplido 100 años, sus habitantes han vivido alegrías y tristezas, igual que los de ahora, porque así es la vida. No será derribada porque sus dueños creen en la espiritualidad que el ser humano transmite a sus objetos cotidianos. Ojalá pudiera contarnos los momentos que fue testigo”, dice el cartel. Pedro asegura que se rompió la cabeza para redactar estas palabras.

Mensaje: "No será derribada porque sus dueños creen en la espiritualidad del hombre". Foto: Leonardo Mainé
Mensaje: "No será derribada porque sus dueños creen en la espiritualidad del hombre". Foto: Leonardo Mainé

Vive en otra casona a pocas cuadras porque alquiló la de Avenida Brasil a una doctora que instaló el residencial Habitus. Ahora cuando suena el timbre ya no es una empresa constructora ofertando hasta un millón y medio de dólares para hacerse de esta propiedad, sino maestras que piden permiso para ingresar con sus alumnos.

“Quieren visitar la casa y mostrarle a los estudiantes que hay mucha gente que se preocupa por lo que han hecho los antepasados y por las casas antiguas y lindas de Montevideo que por el dinero se fueron tirando abajo”, asegura Pedro Mainolfi a El País. Y cuenta la historia de su casona.

No transa.

Pedro sabe que la edificación tiene 120 años y hasta recuerda el nombre del arquitecto que la construyó: Juan Tossi. La finca de 500 metros cuadrados tiene tres plantas, 17 cuartos y garaje para 10 coches. Pedro vivió bajo ese techo durante años con seis personas más: sus tres hermanos, sus padres, y su primo, Néstor Guichón.

“En el ’82 me agarró la famosa tablita, tuve que llevar a mi mamá a operarse del corazón a Estados Unidos y hubo que pedir un préstamo al Banco República. Para devolver el dinero, mi primo Néstor y yo decidimos poner una casa de salud llamada Amigos de la tercera edad porque nos gustaba trabajar con ancianos”, cuenta.

Se jacta de conservar la única casa que queda en la cuadra y revela que cuando él deje este mundo la heredarán sus sobrinos. Ya está hecho el testamento, y puso una única condición en el documento: no podrán tirarla abajo. Su mayor deseo es que “sigan pasando los años y la casa quede”. Dice querer mucho “todas las cosas antiguas”, y en especial las viviendas. Considera que haber hecho una “Rambla moderna” fue un error garrafal y echa la culpa a los “malos gobernantes” que tuvo Uruguay.

“Teníamos una Rambla espectacular con casas antiguas, y aquí se les ocurrió hacer ese desastre. Después uno va a Europa a ver esas maravillas”.

No quiere que derriben ese que fue su hogar por años “bajo ningún concepto” porque “las lindas historias que tenemos en estas casas de antaño valen mucho más que el signo de pesos”, asegura Pedro, que ya perdió la cuenta de la cantidad de ofertas que recibió de constructoras. No se aburrían de tocar timbre una y otra vez en la mansión de Avenida Brasil y Baltasar Vargas, pero su dueño no cayó nunca en la tentación.

“Primero me ofrecieron un millón de dólares, después un millón y medio, y ahora no me interesa cuánto dinero me podrían dar por la casa. Por suerte no lo precisamos. Solo queremos que no la tiren abajo”.

Un pedido especial para Daniel Martínez.

Pedro vivió durante años con su familia en esta casa donde hoy cuelga el famoso cartel viralizado en las últimas horas. Transformó la vivienda en un negocio junto a su primo Néstor Guichón con el fin de pagar un préstamo que pidió al Banco República para superar la crisis de 1982 y poder llevar a su madre a operarse del corazón a Estados Unidos.

La residencial se llamó Amigos de la Tercera Edad, y Pedro recuerda con gran nostalgia aquella época. Alquilaban un ómnibus para sacar a los ancianos a pasear por Montevideo y llevarlos a hacer distintas actividades: iban a museos, al teatro, a comer afuera y al Parque Rodó. “Me acuerdo que los llevamos a ver La Traviata y que solíamos invitarlos con helado y fainá”, comenta entre risas Pedro Mainolfi.

“Cuando esa etapa terminó dijimos, ‘alquilemos la casa, pero busquemos a alguien que le interesen los ancianos y los traten bien’. Dimos con una doctora muy amable, y hoy funciona el residencial Habitus”.

Si bien ya no es su negocio, Pedro siempre encuentra una excusa para darse una vuelta por su viejo hogar. “Cuando me invitan a alguna reunión o algún cumpleaños me hago presente un ratito”, dice.

Pedro Mainolfi compró la propiedad en 1970. Foto: Leonardo Mainé
Pedro Mainolfi compró la propiedad en 1970. Foto: Leonardo Mainé

Le gusta volver a pisar el lugar donde vivió con su familia durante décadas, y es tanto el cariño que siente por esa mansión de tres plantas y 17 cuartos que hace dos años se contactó con el entonces intendente de Montevideo, Daniel Martínez, y consiguió una reunión con él para hacerle un pedido especial. El hoy precandidato a la presidencia por el Frente Amplio lo recibió en su despacho y lo escuchó.

“Conversamos y yo le pedí que nombrara la casa como monumento histórico para que nadie pudiera demolerla, por si mis sobrinos se tientan y quieren venderla para que la tiren abajo, más allá de que el testamento diga que no se puede”, cuenta Pedro.

Quería asegurarse de que nadie pudiera tocar su casa. Daniel Martínez le contestó, ‘no te preocupes, yo me voy a ocupar de esto y vas a recibir mi llamado’. “Pasaron dos años y todavía no supe nada. Me pareció un muchacho macanudo, a lo mejor tuvo mucho que hacer y no tuvo tiempo de comunicarse conmigo”.

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