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Una ruta se llamará Paéz Vilaró

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Foto: Gentileza Enrique Benech

A 3 años de la muerte del artista,se le rinde tributo en la panorámica de Punta Ballena.

Sesenta años después de que Carlos Páez Vilaró decidiera construir su atelier en Punta Ballena, la ruta Panorámica que recorre el lomo de la sierra más austral del Uruguay llevará el nombre del artista compatriota .

El próximo 24 de febrero, fecha en que se cumplirán tres años de la muerte de Paéz Vilaró, la carretera será bautizada con el nombre del creador de Casapueblo; el hombre que supo construir su propia leyenda y atraer a miles de turistas a Punta del Este, cuando el balneario era solo conocido por unos pocos rioplatenses.

La iniciativa fue del intendente de Maldonado Enrique Antía, quien envió el mensaje a la Junta Departamental, donde su presidente Rodrigo Blas le dio un rápido tratamiento, respaldado por la unanimidad de los ediles. Para el atardecer del viernes 24 está prevista una ceremonia en la que participarán autoridades departamentales y nacionales.

La ruta Panorámica está ubicada sobre el lomo de la sierra de la Ballena, en el kilómetro 126 de la Interbalnearia. Fue inaugurada en 1978 y tiene una extensión de 2 kilómetros y medio.

La sierra, como gran parte de los bosques circundantes, pertenecieron a don Antonio Lussich, que los adquirió en octubre de 1896. Desde ese promontorio se puede contemplar una de las vistas más extraordinarias y completas de las bahías de Portezuelo y Maldonado. Cada verano, decenas de miles de turistas concurren allí para disfrutar el atardecer.

En las alturas.

Páez escaló por primera vez el lomo de Punta Ballena el l° de noviembre de 1957, día que cumplía 34 años. Había salido a buscar en su destartalado Land Rover un lugar donde instalar su atelier.

Hasta entonces y durante varios años funcionó en lo que se denominaba el Molino de la Pastora, en la parada 3 de la Mansa; una torre cilíndrica, que décadas atrás sirvió como depósito de agua para consumo humano.

Nunca tuvo aspas ni aberturas, pero la gente lo llamaba molino, y de la pastora porque, según la leyenda, una mujer llevaba a pastar a sus ovejas y cabras. Hoy allí se encuentra el Hotel Conrad.

Lo cierto es que un buen día, un político de aquella época autorizó a una radio local a instalarse en el mismo lugar donde Páez pintaba y vivía.

El espacio era reducido y la calma del sitio se perdió por completo. El artista decidió marcharse una tarde en la que llegó y vio que el locutor de turno había puesto una de sus pinturas, para parar la lluvia, en una de las ventanas que el propio Páez había abierto a fuerza de cincel y martillo.

El descubrimiento de Punta Ballena fue una casualidad o como Páez decía, una de las tantas sorpresas que la vida le deparaba frecuentemente.

El lomo de la Ballena era una sucesión de tierras rocosas con alambrados semi destruidos y solo habitado en su ladera este por un puñado de pescadores.

Páez solía contar que escaló el morro bajo una pertinaz llovizna y que, cuando llegó a la cima, el cielo se despejó y, embriagado por el paisaje que se le presentó ante sus ojos, cayó seducido por la puesta de sol que, como hoy, sigue siendo un regalo de la naturaleza o de Dios.

Muchos años más tarde, el propio artista recordaría que la soledad del lugar era absoluta, "no había un solo elemento que denunciara la presencia del hombre. Rocas, yuyos, cardos y más rocas dominaban el paisaje (…) Ni un árbol, ni un pájaro. Solo piedras y el perfume de las lavandas mojadas por la lluvia. Y el sonido del ir y venir de las olas contra las rocas de la ladera oeste".

Meses después, cuarenta hectáreas del lomo de la Ballena fueron adquiridas por una sociedad anónima que integraban Carlos y Miguel Páez Vilaró, a los que se sumaron sus amigos argentinos Celedonio y Vicente Pereda, Tomás Anchorena, Julio y Carlos Menditeguy y Torcuato Sozio. El trazado de las calles le fue encargado al arquitecto Guillermo Jones Odriozola. Allí todo estaba por hacerse. La carencia básica mayor era el agua potable.

La pionera.

Páez empezó construyendo una casilla de chapa de tres metros por dos. Un año después, y con tablones que fue recogiendo en sus caminatas por la playa, edificó una casa un poco más amplia a la que bautizó La Pionera.

En agosto de 1961, un periodista de El País publicaba:

"Carlos Páez Vilaró tiene múltiples y publicitadas actividades. Tiene también un vital y arrollador estilo de vida; en esa línea puede difícilmente entenderse que viaje constantemente a Punta del Este con un objetivo que en los últimos días se llama ´plantar palmeras´", comenzaba diciendo la crónica.

"Pero cuando se recorre junto a él el escabroso y casi desierto lomo de Punta Ballena, (continuaba escribiendo el periodista), cuando se descubren las grutas, las formaciones rocosas, el paisaje entero de la península, cuando se desciende hasta una casita en construcción prácticamente suspendida en el aire sobre un acantilado que baja verticalmente hasta el mar, la curiosa ocupación de Páez Vilaró parece tener justificación adecuada".

Ya por entonces el artista plástico contaba: "Estoy trabajando para una futura y paradisíaca Punta Ballena".

Con la mira en Gaudí.

A esa casa, La Pionera, le siguió Casapueblo, que tiene una historia más difundida, que trascendió las fronteras nacionales.

Al empezar a construirla, Carlos Páez Vilaró quiso emular una obra de su admirado Antonio Gaudí, el arquitecto catalán, creador de un lenguaje singular, respaldado en las formas presentes en la naturaleza.

En la cima.

El artista decía que el mundo es pequeño y merecía ser recorrido, pero cuando en noviembre de 1957 llegó a Punta Ballena decidió que ese sería el lugar para construir primero su atelier y después una casa “loca”, inspirada en la arquitectura de Gaudí desde los primeros bocetos hechos por el propio Carlos Páez Vilaró. La blanquísima Casapueblo, que se fue construyendo por etapas a lo largo de la década de 1960, terminó teniendo pasajes de una habitación a otra que tejen un laberinto, como si se estuviese dentro de una montaña.

FRENTE AL MAR.

Casapueblo conjugando el arte y la naturaleza.

De todas partes llegaban visitantes cual peregrinos a la Meca para ver esa construcción muy nueva, muy loca, que no tenía un solo ángulo recto, lo que terminaría llamándose Casapueblo. El artífice o diseñador, Carlos Páez Vilaró, recibía allí con su característica bonhomía tanto a ciudadanos de a pie como a reconocidos artistas u hombres de negocios.

Durante años, a la mayoría la invitaba a comer, y el menú era casi siempre el mismo: arroz con algún pescado que se hubiera logrado obtener en el mismo día.

"El hombre está hecho para ayudar, para darse a los demás", decía Páez, quien al final de su vida seguía obsesionado con la idea de crear un arte para no videntes.

"Me gustaría que esa gente pudiera tener la forma de encontrar el color por medio de sensaciones táctiles, perfumes, música", afirmaba.

Páez intuyó desde joven que el mundo era pequeño y merecía ser recorrido, explorado. Había hecho sus primeros garabatos en la plaza de Mayo de Buenos Aires, mientras Perón llegaba por primera vez al poder. Cuando el 1° de noviembre de 1957 Páez pisó el lomo de la Ballena, imaginó su arte comulgando con la naturaleza y allí mismo se puso a tejer su sueño y su leyenda.

El nombre que surgió en charla de amigos.

En 1965, Páez no había aún bautizado a su nueva casa de material, que si bien seguía en obras ya era una presencia importante en Punta Ballena.

Una tarde de enero, junto a sus amigos argentinos Rafael Squirru y Fernando Demaría, salió a caminar.

Luego de contemplar la puesta del sol en la punta misma de la sierra, comenzaron a especular con el nombre de la casa.

—A mí me gustaría bautizarla El Simún, como el viento del desierto en África —dijo Páez.

— Acá soplan todos los vientos y tenés el mar. Sería una contradicción llamarla así, comentó Demaría.

Squirru asintió y agregó:

—¡Si hay algo a lo que tu casa no se parece es a un desierto! Más bien se ve como un pueblo en permanente movimiento.

—¿Qué dijiste? —inquirió Páez.

—Que no podés llamarla El Simún.

—No, no, ¿dijiste que es un pueblo…?

—Que parece un pueblo en movimiento, siempre llena de gente, siempre…

Acababa así de nacer el nombre de una leyenda: Casapueblo, un "laberinto griego" en palabras de Vinicius de Moraes,quien sostenía que nunca se sabia si estaba entrando o saliendo de ella.

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Foto: Gentileza Enrique Benech

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