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Al rescate de los seres anónimos que enriquecieron Punta del Este

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La autora: Yolanda Clavijo en su casa de Punta del Este, con su libro de recuerdos. Foto: R. Figueredo
Yolanda Clavijo, foto Ricardo Figueredo, corresponsal de Maldonado, 20171020 - Archivo El Pais
Ricardo Figueredo/Archivo El Pais

CUANDO EL BALNEARIO ERA APENAS UNA ALDEA

Libro de Yolanda Clavijo rescata historias y personajes del balneario esteño.

La necesidad de plasmar los recuerdos de un lugar y de una época para que no se pierdan. El deseo de homenajear a personajes anónimos que ayudaron a construir la identidad de un lugar de ensueño. La evocación de perfumes, sonidos y aromas que se han perdido y que marcaron un tiempo. O simplemente la forma en que Yolanda Clavijo Enrique, una puntaesteña de pura cepa, encontró para expresar sus sentimientos. Eso es Punta del Este y yo, un libro que Clavijo presentó el viernes último en la Liga de Fomento y en el que pinta la aldea que la vio nacer hace 85 años.

Bien puede decirse que el abuelo materno de Yolanda, Gervasio Enrique, fue si no el primero, uno de los primeros habitantes que se radicaron de forma permanente en la península. Llegó en 1853 desde su Entre Ríos natal, era pescador de profesión y vino porque le dijeron que en la zona había muy buena pesca. Se instaló en el lugar que más le gustó y entre rocas y pastizales construyó su casa con tablones de madera que el mar iba dejando en la costa. Dos años después se tuvo que mudar porque en ese predio iban a edificar el faro de Punta del Este. Es el comienzo de la historia y del vínculo que une hasta hoy a Yolanda y su familia con el mar de Punta del Este. Su abuelo Luis Enrique tuvo un barco Isabelita que transportaba las provisiones y los faeneros a la isla de Lobos. Su padre, Domingo Clavijo y su tío Washington fueron pescadores. También estaba el tío Luciano que, según Yolanda, fue un gran artesano que hacía "carabelas de madera que nunca quiso vender".

El mar y la literatura.

Con esos antecedentes, Yolanda no pudo ni quiso romper con la tradición familiar y ella misma se convirtió en 1968 en la primera mujer en tener la licencia para explotar la línea de transporte entre Punta del Este y la isla Gorriti. Su embarcación se llama Parador Tajes.

Pero el mar es una parte de su vida, por cierto muy importante, la otra, la que llena sus horas libres es la escritura y particularmente la poesía. Ha obtenido varios premios a nivel nacional y en Chile y Brasil. Aunque los dos últimos años los dedicó a escribir sus recuerdos y memorias de la Punta del Este que, según ella, aún está debajo del cemento y el hormigón que desde hace décadas se apropió de la Península.

"Quise escribir un libro diferente a todos los que se han publicado sobre Punta del Este", dijo a El País y agregó "mi intención es que que no caigan en el olvido los personajes de mi infancia, de mi Punta del Este". Es que Yolanda no solo nació en la Península, sino que vivió toda su infancia y buena parte de su juventud. Con nueve años, inauguró la escuela N° 5 que hoy sigue estando sobre Gorlero, frente a la plaza, ingresando a tercer año.

Homenajes.

En su libro evoca ese balneario de cuento, en el que había unas pocas decenas de casas y que en verano se vestía con sus mejores galas para recibir a los turistas, fundamentalmente argentinos. El texto es una suerte de anecdotario y homenaje a personas que dejaron en Clavijo y en el lugar una huella. Es el caso del doctor Niceto Lóizaga, médico argentino que llegó a ser Director del Hospital Muniz de Buenos Aires, que llegaba a Punta del Este en los primeros días de diciembre y se quedaba hasta mediados de marzo. Venía por mar con su mujer Nina, enfermera de profesión, en su velero Alejandro. Lóizaga visitaba a todos los vecinos, no importaba cuál fuera la condición social para preguntarles cómo andaban de salud. Y si alguien precisaba de sus servicios, él estaba siempre allí. Por mucho tiempo fue el único médico en los veranos de Punta del Este.

Clavijo, en su libro, recorre anécdotas y personajes, muchos de ellos anónimos y que al evocarlos, retrata a una villa y su vida serena. Es el caso del afilador que, con su flauta, recorría las calles ofreciendo poner en condiciones cuchillos y tijeras.

En bicicleta y con sus herramientas de trabajo iba, al principio, de puerta en puerta. Luego, la madre de Yolanda lo dejaba trabajar en el jardín de su casa y como agradecimiento, el hombre le cobraba la mitad de su tarifa. Con nostalgia, comenta: "nunca más he vuelto a escuchar su música" y se pregunta "qué se habrá hecho de él"

También desfila Indalecio Lobato dueño de un almacén en la Calle 9 que hizo socio a su hermano Antonio, porque le salía más barato que ponerlo en la Caja y hacer los aportes correspondientes. También están las lavanderas, que con sus atados de ropa bajaban hasta la parada 4, donde hoy está el Enjoy Conrad y hacían su trabajo en un curso de agua dulce que pasaba por allí. Hay recuerdos para Ramón Amorín, el zapatero remendón de la Calle 9 y la 12, y para Madame y Monsieur Pitot, los impulsores de la gastronomía y la hotelería de la Península. Clavijo se detiene con particular cariño en los días de Reyes en la casa del comodoro Juan Máximo Gorlero, donde todos los niños de la villa encontraban siempre un regalo y participaban de una fiesta, que organizaba su mujer Blanca Delger.

Lúcida, con sentido del humor y un sinfín de historias y de anécdotas, Clavijo, atribuye su vitalidad al lugar en el que nació. "Los que nacimos y nos criamos en Punta del Este, somos fuertes", comenta y si bien confiesa que siente nostalgia por la Península de su infancia y juventud, afirma que "no ha desaparecido" y argumenta" yo sé que debajo del muelle o en las playas que el puerto se robó, están esperándome los caracoles que recogía con mi balde cuando tenía cinco años".

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