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¿Gobierno del pueblo o para unos pocos? Esto es lo que piensan los uruguayos

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En junio pasado Astori dijo que se preveía que en 2018 el gasto subiría US$ 172 millones. Foto: N. Pereyra

LATINOBARÓMETRO

Seis de cada diez uruguayos piensan que el país está gobernado por unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio. Diez años atrás, esa misma cantidad de ciudadanos sostenían lo contrario.

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La política es como la relación amorosa: cuando se pierde la confianza, son puras suspicacias, desencantos y celos fútiles. Quizás por eso el descreimiento de los uruguayos en los partidos políticos y en la democracia tenga otra manifestación: el sentimiento de que el gobierno de turno ejerce el poder para unos pocos.

Seis de cada diez uruguayos piensan que el país “está gobernado por unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio”, según los datos que el Latinobarómetro publicó esta semana. Hace solo diez años atrás, esa misma cantidad de ciudadanos sostenía lo contrario: en Uruguay se gobierna “para el beneficio de todo el pueblo”.

Cuando Tabaré Vázquez asumió su primer mandato, en el país aún se respiraba el desencanto con el gobierno saliente y estaba a flor de piel la resaca de la crisis de 2002. Tanto es así que en 2004, fecha en que la izquierda obtiene los votos suficientes para acceder al poder por primera vez en la historia, casi ocho de cada diez uruguayos pensaban que se gobernaba solo para una elite.

Cinco años después, fue a Vázquez a quien le tocó entregar la banda presidencial, y en ese caso había dejado este indicador en el registro más bajo: solo el 28% sostenía que se administraba para unos pocos y no en pos del bien común. Una década más tarde, el mismo presidente debe ceder otra vez la banda y es el doble la cantidad de uruguayos que ven de forma poco altruista la manera en que se gobierna en el país.

“Parecería que la gente está manifestando cierto desgaste de la izquierda en el gobierno, o bien la ausencia de líderes carismáticos que recobren la confianza del ciudadano”, dice Felipe Arocena, profesor titular de Sociología. Es que la “democracia es un sistema racional, legal: genera poca confianza en los votantes porque la ven distante, alejada de los sentimientos y emociones. Por eso la democracia, para entusiasmar, depende de líderes carismáticos que contagien”, sostiene.

Percepción de la gobernabilidad en Uruguay. Foto: Latinobarómetro | El País
Foto: Latinobarómetro | El País

¿La elite?

Como sucede con la mayoría de indicadores asociados -léase la confianza en los partidos políticos, en la democracia y en el reparto equitativo de la riqueza- Uruguay es de los mejores de la clase. Solo en Bolivia es un porcentaje mayor el que sostiene que se gobierna en beneficio del pueblo.

En América Latina, en general, ocho de cada diez ciudadanos entienden que sus gobernantes solo se acuerdan de beneficiar a unos pocos.

Sucede que la región “ha estado históricamente marcada por fuertes desigualdades económicas y sociales que se han expresado también en la política en una influencia directa de elites”, explica el sociólogo Miguel Serna. Pero, a la vez, parecería haber una correlación entre los ciclos económicos y el “humor de la ciudadanía”.

Aunque Uruguay sea de los “mejores de la clase”, no deja de ser parte de una clase en la que reina la desconfianza. El sociólogo Arocena bromea con un “efecto contagio” de aquella frase extrema que se popularizó en Argentina cuando, tras la crisis de 2001, alternaron cinco presidentes en una semana: “¡Que se vayan todos!”

En las últimas décadas, cuenta el profesor, “entraron en crisis las principales instituciones de las sociedades modernas de occidente: las iglesias, los ejércitos, los partidos políticos. La gente desconfía, no se siente reflejada, ni parte y solo parece entusiasmarse cuando una alternancia en el liderazgo renueva la esperanza”.

Pero la democracia tiene su paradoja: en Nicaragua, donde el mismo líder (Daniel Ortega) gobierna desde 2007 y donde existe una crisis institucional, un cuarto de la ciudadanía piensa que se gobierna para el pueblo. “Otra vez”, insiste Arocena, “la democracia es racional pero la gente actúa por emociones”.

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