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En la calle, pero con trabajo: así está el 69% de la gente sin techo

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El 0,1% de las personas está por debajo de la línea de la indigencia. Foto: D. Borrelli

Pobreza

La indigencia de Montevideo es equiparable a la de Barcelona y Cali.

Cuando termine el año, los equipos móviles del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) habrán atendido a unos 2.000 uruguayos que deambulan por la ciudad cargando su casa. Esos que llevan cartones para matar el frío, esos que hacen de un escaloncito su mejor colchón o que aprovechan unas telas viejas para mantener la oscuridad cuando sale el sol.

Los técnicos más optimistas dirán que la detección de personas en situación de calle aumentó 15% en un año porque mejoró la atención. Los más escépticos, en cambio, reconocerán que creció el desempleo, que se encarecieron las viviendas, que las adiccio- nes a las drogas no dan tregua y que los uruguayos no son ajenos al fenómeno global de pérdida de vínculos… todos ingredientes que llevan a la indigencia.

Cada 10.000 montevideanos, hay cuatro que duermen en la calle. Es una proporción casi idéntica a la que se encuentra en Cali o en Barcelona, muy inferior a la que existe en París o Chicago, y muy superior a la que hay en ciudades como Madrid o Manchester.

Pero los sin techo o en términos despectivos “mendigos”, son apenas la punta del iceberg de un fenómeno “más amplio”, reconoció Juan Pablo Labat, director de Evaluación y Monitores del Mides. A aquellos que los equipos móviles detectan a la intemperie, hay que sumarles los 1.600 que duermen en refugios, los 1.600 que cada año salen de las cárceles y no tienen a dónde ir, las 127.000 mujeres que sufren violencia doméstica y en cualquier momento pueden quedar de patitas en la calle, o los 475.000 uruguayos que viven en casas inadecuadas.

Otra cara.

Si las mujeres junto a sus hijos durmiendo debajo de un puente o en la puerta de un edificio fueron la imagen más cruda de la indigencia tras la crisis de 2002, hoy la situación de calle tiene el rostro de un hombre, joven y solo.

Los policías dirían que quienes “pernoctan” a la intemperie son mayormente “masculinos”, con “consumo de sustancias” y “ex PPL” (ex presos). Cada diez personas que las brigadas encuentran durmiendo en la calle, nueve son hombres. La mitad vivió entre rejas. Y seis de cada diez consumen drogas todos los días (aunque solo uno de cada tres quedó en esa situación por la adicción).

Llevan un promedio de casi cinco años en la calle, en la que mayormente recayeron por la ruptura de vínculos. Eso no quiere decir que la mayoría de los sin techo haya sufrido violencia doméstica o la haya protagonizado. Tampoco significa que carezcan de relación con familiares (un poco más de la mitad tiene contacto). Pero sí expresa que algo de todo ello les ha sucedido o que necesitan encontrar “un lugar en el mundo” -aunque a los ojos del resto de la sociedad no parece ser el sitio más afortunado y mucho menos propio.

¿Están locos? Tampoco. Un estudio que presentó la semana pasada el Mides revela que solo uno de cada tres tiene un problema de salud mental. Se trata de una cifra incluso inferior que la de quienes asisten cada noche a un refugio.

De hecho la posibilidad de permanecer más tiempo en un refugio aumenta, además de por la edad, por los problemas de salud y la necesidad de un tratamiento. Tanto es así que el “apoyo psicológico, la contención y la escucha”, han sido valorados por los usuarios como sus principales motivaciones para acudir al refugio.

En cambio la mejora de los ingresos, en especial por un buen empleo, es la principal razón para dejar el refugio.

Pero el mismo estudio del Mides confirma que es más frecuente que trabajen quienes están durmiendo en la calle que quienes van a los refugios. De los indigentes, siete de cada diez tienen un empleo. “De todas formas, los trabajos a los que acceden son precarios e inestables”, se aclara.

Es así que el Mides se pregunta: “¿Acaso no estaremos ante una población crónica?”.

En la cuerda floja: la vida después del refugio

Dicen que todas las relaciones tienen una regla: “Nunca dejes que la persona que amas se sienta sola, especialmente cuando tú estás ahí”. Aunque parezca una tontería, detrás de esta frase típica de un libro de auto-ayuda o de esas que se postean en Facebook sobre un fondo de color, yace el principal motivo para caer o salir de la situación de calle. Dos de cada diez uruguayos que dejaron los refugios lo hicieron tras recomponer sus vínculos y uno de cada diez tras encontrar una nueva pareja. También uno de cada diez se fue de estos centros por los problemas de convivencia o por la inseguridad. Por las relaciones cambian de cobijo y por las relaciones el 75% pasa a residir en una vivienda (el resto vuelve a la calle, a la cárcel, el hospital o una pensión). “Si bien pareciera haber cierta estabilidad residencial (están en viviendas hace un año o más), la mayoría lo hace como ‘allegados’ en viviendas de otras personas (familiares, parejas o amigos)”, advierte el estudio del Mides. Solo la mitad de esos que dejaron los refugios consiguió un trabajo. Pero, de quienes están empleados, “la mayoría declara ejercer en tareas poco calificadas: vendedores ambulantes, mantenimiento, limpieza o cuidacoches”. Y aunque en una definición estricta ya no sean personas en situación de calle, el Mides entiende que sí carecen de hogar en una concepción más amplia.

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