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Mr. Twitter

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Hombre usando el celular. Foto: Archivo El País

LA COLUMNA DE PEPEPREGUNTÓN

¿Cuál es el límite que trasgredió Trump, que desde hace años ya parecía haberlos trasgredido todos, para que Twitter y otras redes sociales decidieran silenciarlo?

La decisión de Twitter de silenciar al mismísimo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, abrió el debate.

¿Estuvo bien Twitter al suspender la cuenta de Trump en esa red social por entender que algunos de sus posteos habían incitado al odio y la violencia, y llevado a algunos inadaptados a tomar por la fuerza el Capitolio?

“Fue la decisión correcta, pero sienta un precedente peligroso”, admitió Jack Dorsey, CEO de Twitter.

¿Lo fue? ¿Procedió bien Twitter o incurrió en un acto de censura?

¿Cuál es el límite que trasgredió Trump, que desde hace años ya parecía haberlos trasgredido todos, para que Twitter y otras redes sociales decidieran silenciarlo?

¿Lo hubieran hecho si, en lugar de estar a pocos días de abandonar la Casa Blanca, hubiera sido Trump el vencedor de las últimas elecciones y tuviera por delante otros cuatro años en el poder?

¿Hizo Trump algo ilegal? Y en ese caso, ¿quién es Twitter para decidir que es o no legal? Es cierto que la red tiene sus normas de comportamiento. Pero, ¿acaso las aplica a todos por igual? ¿No se ven a diario en Twitter incitaciones al odio de parte de personas de carne y hueso, o de trolls, sin que a esa red se le mueva un pelo y salga a suspender la cuenta de cada uno que violenta sus normas?

Trump es un tipo que no se hace querer. Y al que, en el mundo, muchos desprecian. Pero en Estados Unidos su última candidatura presidencial recogió el voto de decenas de millones de ciudadanos. ¿Dónde están los derechos de los que votaron a este señor y se sienten reflejados por su pensamiento?

¿Quién tiene el poder de decir qué se puede escribir y qué no? ¿Debe una red social recomendar que se chequee una afirmación de un líder mundial, o de un legislador uruguayo o de un periodista español? ¿Lo va a hacer con todos? Miremos a nuestro alrededor. ¿Cuántos disparates se escriben por día en Twitter sin que la red advierta que la afirmación de tal ministro de gobierno o de tal dirigente de la oposición son dudosas y deben ser verificadas?

¿Está bien que Twitter defina a quién silencia y a quién no? ¿No somos todos grandecitos como para poder elegir qué leemos y qué no, a quién le creemos y a quién no, a quién seguimos y a quién bloqueamos?

¿Es correcto que una red social, sea Twitter, Facebok o Instagram, tenga tanto poder?

¿Y la libertad de expresión? ¿Dónde queda? ¿Quién es Twitter para coartar la libertad de Trump de expresarse y mi derecho de conocer su pensamiento y, si quiero, de responderle al propio presidente de los Estados Unidos en su cuenta haciéndole saber de mi eventual desagrado?

¿No es mejor saber qué piensan todos, aunque nos provoquen el más profundo rechazo, que aceptar que una empresa privada tenga el poder superior de decidir quién puede hablar, de qué y en qué momento, y quiénes no?

“Si no creemos en la libertad de expresión de la gente que despreciamos, no creemos en ella para nada”, escribió alguna vez Noam Chomsky. Y vaya que tiene razón. Aunque a Twitter no le guste eso.

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