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Las monarquías del Golfo hacen su juego

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"Si así lo quieren, me postularé a la presidencia de la FIFA", comentó ayer a la cadena CNN el príncipe jordano Alí bin Al Hussein, el derrotado contrincante de Joseph Blatter en las recientes y polémicas elecciones de la FIFA.

Momentos después de conocerse la dimisión de Blatter, el príncipe Alí fue el primer postulante en declarar su disposición a volver a disputar la titularidad de la FIFA. La sorpresiva decisión de Blatter puso al jordano en carrera luego de obtener 73 votos de las federaciones, frente a los 133 que logró reunir el suizo.

Lo cierto es que, más allá del poder en la organización mundial del fútbol, en la candidatura del príncipe Alí aparece una sorda lucha de los países árabes del Golfo por extender su influencia en el deporte más popular del mundo.

Algunos hechos acreditan esta situación, un delicado juego de equilibrios que las monarquías árabes están acostumbradas a practicar.

Ayer mismo, a modo de ejemplo, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, visitó en forma sorpresiva al príncipe Alí en su residencia de Ammán. El motivo, según indicaron fuentes próximas al mandatario palestino, fue el de limar asperezas con el príncipe luego que este quedara muy molesto con el presidente de la Federación Palestina de Fútbol, Jibril Rajoub, de quien sospecha que inclinó su voto por Blatter. El propio Rajoub se apresuró a defenderse negando tal voto y dijo que se había difundido esa información con el objeto de "golpear al deporte palestino". La visita de Abbas da cuenta de los alcances de estas elecciones en el mundo árabe.

El príncipe jordano había manejado su campaña previa al Congreso del 29 de mayo de manera planificada. Un mes antes su hermana, esposa del vicepresidente y primer ministro de Emiratos Árabes Unidos, la alteza Haya bin Al Hussein invitó a un almuerzo a todos los embajadores latinoamericanos bajo la consigna de hacer frente a la "corrupción y contra Blatter". En ese momento a nivel de la Conmebol primaba la posición favorable al presidente de FIFA.

Al estallar el escándalo 48 horas antes de la votación, las federaciones sudamericanas revisaron sus posiciones.

El poder de las monarquías del Golfo que se refleja también en el mundo deportivo, replica la enorme influencia global que se plasma en la política. Y en ambos casos vuelve a aparecer también la irreconciliable división entre las dos ramas del islam: suníes y chiíes. Escisión que durante el último quinquenio ha recrudecido en una guerra que hoy desgarra a países como Irak, Siria, Yemen, países de mayorías suníes —se estima que el 85% del mundo musulmán profesa esta corriente—, y del otro lado, la gran nación persa, la República Islámica de Irán, de cuño chií, y a quien se ha acusado reiteradamente de solventar a los rebeldes en Yemen, a la organización Hezbolá en Líbano, a Hamas en la Franja de Gaza, atizando además el conflicto con Israel.

Otro dato a tener en cuenta en este complejo ajedrez global —juego creado por los árabes, como las matemáticas—, es que la investigación por corrupción en la FIFA nació en Estados Unidos, socio estratégico en la coalición que combate al Estado Islámico y a rebeldes chiíes en el Yemen.

Con los mundiales en Rusia y Qatar bajo cuestionamiento y sospechados de manejos espurios en este contexto, la misma influencia de las monarquías del Golfo vuelve a expresarse en el terreno económico.

La baja del precio internacional del petróleo a niveles históricos, ha perjudicado directamente a Moscú —ya golpeado por las sanciones económicas por su papel en el conflicto de Ucrania— y también a Irán, uno de los principales productores. La pelota se mueve en varias canchas.

La FIFA también se interpreta en clave de poder geopolítico

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