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A mi querido jefe Daniel

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Daniel Scheck. Foto: archivo El País
Nota al Dr. Daniel Scheck, abogado, periodista y empresario uruguayo, en su despacho del Edif. El Pais, Mvdeo., 19990930, hoja 72334, foto Gutierrez - Archivo El Pais
Archivo El Pais

A un año de su partida al encuentro con el Señor, aunque no es mi fuerte el escribir y es muy difícil comenzar a hacerlo en este momento, necesito hacerlo para resaltar todo lo que representa para mí… entre tantos otros a quienes tanto benefició su proximidad. Lo hago desde la agradecida humildad de quien compartió horas de trabajo y de aprendizaje a su lado.

Fue mi jefe y siempre lo será. Daniel Scheck sencillamente fue un grande, fue un ejemplo, fue un inspirador.

En mi caso estaré agradecido por siempre. No solo estimuló mi desarrollo profesional, sino que también incidió en mi formación como persona. Él siempre apoyaba en todo, aportando ideas y buen humor. Sus chistes en momentos complicados ayudaban a distender situaciones y recuperar el buen norte de los objetivos.

Me acuerdo en cada Navidad, cuando nos abrazábamos para desearnos lo mejor y con la mirada ya nos entendíamos… que veníamos bien, que íbamos por buen camino, que iba a salir todo bien. Siempre decía "venimos bien", y realmente era así, aunque alguno de nosotros hubiera perdido el rumbo en los detalles.

Fue él quien me enseñó a querer a esta empresa, explicándome no solo con palabras sino con hechos los valores que la hacían tan especial.

Aprendí que había que leer todos los días el diario hasta la última línea, que había que saberlo todo del producto para poder hablar con propiedad. Eso me quedó grabado para siempre; si no leo el diario algún día es como que me falta algo. Para él no resultaba comprensible que trabajando en esta empresa, no se lo conociera con profundidad. A veces me acuerdo cuando me decía: "Fulano qué va a opinar ¡si no lee el diario!".

Tuvo la gran virtud de armar un equipo en la empresa donde cada uno sabía su parte y la cumplía, pero también todos estábamos enterados de todo; fue actuando juntos que hicimos tantas cosas. Al final de cada jornada nos juntábamos a comentar todo, intercambiábamos opiniones y fijábamos las pautas a seguir. Aprendimos a estar en una especie de sesión permanente, sin pausas; aun en el hogar y el esparcimiento, el diario era un telón de fondo que amparaba todo.

Esas charlas después de hora eran de lo mejor: siempre resultaban en propuestas para innovar, recomponer y seguir adelante. Muchas veces se mezclaban con otros temas no laborales, de la vida, acontecimientos de actualidad, todo enriquecedor, todo naturalmente analítico.

Cuando ocurrió su quebranto de salud, ese estilo de conducción y de comportamiento dentro de la empresa continuó tal cual, ya formaba parte del activo de El País, de la fórmula de su éxito. Ciertamente se notaba su falta, era imposible no darse cuenta, pero sus enseñanzas quedaron y el equipo pudo seguir.

En mi caso personal, además, su escritorio estaba junto al mío, separado por una puerta que siempre estaba abierta, siempre comunicados.

Le gustaba que estuviéramos al tanto de todo lo nuevo en esta industria y más.

Fue el impulsor para que El País S.A. ingresara en el Grupo de Diarios América, la organización que reúne a los más importantes diarios de este continente, donde nos intercambiábamos información sobre las mejores prácticas y las técnicas más novedosas. Era totalmente proactivo para todo lo que fuera mejorar. En mi caso, me mandó a seminarios de management al estilo Disney en Orlando, por nombrar algunos de los tantos eventos de perfeccionamiento que me hizo el honor de ofrecerme.

Este tipo de reuniones en el exterior me permitió también tener la gran oportunidad de compartir viajes con él y su súper señora, Chocha, que se merece un capítulo aparte. Fue una manera de aprender otras cosas, fuera de la actividad laboral. Después de las jornadas de trabajo, siempre hacía tiempo para una función teatral o una cena con charlas más sabrosas que los manjares que sabía escoger como nadie. Estar junto a él motivaba un enriquecimiento cultural incomparable.

También era un empresario de generosidad increíble, en todo sentido. Con el correr del tiempo y estando a su lado lo pude comprobar. Creo que esto ha caracterizado a la empresa, y sugerido por él, ha sido parte de la filosofía. Siempre que alguien necesitaba ayuda de cualquier tipo él escuchaba, y si se podía lo ayudaba. Me llamaba y me decía: "Fulano está con problemas, por su casa, su familia, por lo que fuera; hay que darle una mano". Tengo la firme convicción de que este es uno de los puntos que han hecho parte del éxito de esta empresa.

No voy a ser yo quien descubra su tremenda visión para todo lo que se podía hacer en materia de innovación. Un olfato increíble para ver qué iba a tener éxito, cómo hacerlo, qué explicar. Era el marketinero perfecto, pero sin echar mano a las herramientas actuales de estudio de mercados, etc. Todo eso lo sustituía con su intuición. El lanzamiento de coleccionables lo empezamos a hacer en el año 1988, pioneros por lejos, no sólo en Uruguay, sino en América, consiguiendo éxitos inimaginables. Llegamos a tener tres días en la semana con tirajes de domingo, de más de 100.000 ejemplares. Lo mismo con los sorteos, los diarios numerados y una cantidad de cosas más. También su aporte estaba en todo lo que tenía que ver con la publicidad de la empresa.

Seguramente quedaron fuera de la enumeración una enorme cantidad de detalles pequeños o gigantescos según cómo se los mire; abarcarlo todo es imposible. Lo que sí está a mi alcance es asegurar que queda en mí el mejor de los recuerdos y que siempre me va a acompañar en mi vida personal en cada decisión que tome, en cada opinión que emita sobre algo o sobre alguien, en la prudencia de no resolver hasta conocer todos los detalles, en hacerlo todo con alegría y buena onda.

Daniel continúa junto a mí, del otro lado de aquella puerta siempre abierta; seguiré acudiendo a él cada vez que tenga una duda, una preocupación, y hasta por alguna de esas sombras que a veces se interponen en la mejor comprensión de las cosas. Él estará allí para siempre, con sus consejos, sus ideas, sus palabras tranquilizadoras, su humor, amor y pasión por todo lo que uno hace y puede hacer en la vida.

Hasta siempre.

José Giusto

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Daniel Scheck. Foto: archivo El País

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