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"Los políticos no saben gestionar el cambio educativo"

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Mel Ainscow. Foto: Ariel Colmegna

MEL AINSCOW

Cuando la “inclusión” forma parte de un cúmulo de palabras que parecen trilladas, entre las que se encuentran “diversidad”, “transversalidad” y “multidisciplinario”, este docente británico intenta rescatar la esencia del término “igualdad”: que en la educación todos los alumnos valgan por igual.

Mel Ainscow. Foto: Ariel Colmegna
Mel Ainscow. Foto: Ariel Colmegna

Aunque parezca obvio, Ainscow dice que esa no es la realidad de la mayoría de los sistemas vigentes, incluido el uruguayo, y que los políticos aún no se dieron cuenta de la importancia de hacer el cambio. En esa transformación (una de las más difíciles, reconoce) se le va el futuro a una sociedad y el provecho que puede obtener de sus jóvenes.

—¿Qué significa inclusión?

—Es sencillo: crear un sistema educativo donde cada alumno preocupa por igual. Independientemente del contexto del hogar, cada niño debe tener las mismas oportunidades para aprender y desarrollarse. En Uruguay, como en otras partes, parecería que algunos alumnos importan más que otros. Y especialmente, parecería que preocupan menos los estudiantes que vienen de los sectores más pobres.

—Con la reforma de José Pedro Varela se entendió que todos los alumnos eran iguales, por algo todos llevaban sus túnicas con moña. ¿Por qué eso no es suficiente?

—Si tratamos a todos por igual, aquellos que están en desventaja estarán en más desventaja. Debemos tratar a todos por igual, pero privilegiar a aquellos que necesitan más apoyo.

—¿Cómo persuadir al político para que, aun sin ganar votos o una elección, priorice la inclusión educativa?

—Hay que entender que incluyendo a todos terminás haciendo, a la larga, un beneficio para el colectivo. El ejemplo más claro es Londres. Hace 15 años el sistema educativo de esta ciudad era desastroso. Hoy es el mejor de Inglaterra. La principal razón fue la atención a la diversidad: los antecedentes de la casa, el lenguaje y la migración. Más del 60% de los niños son bilingües. Pensaron que era un problema, pero era una enorme oportunidad.

—¿Qué retorno recibe una sociedad por incluir a todos?

—Los jóvenes son más creativos, tienen más competencias y eso fortalece la economía. Cuando una generación joven se siente excluida (no sabe trabajar o no quiere), perdemos todos. Tiene que haber un rango de resultados según las capacidades e intereses de los estudiantes y luego que cada uno potencie su interés al máximo. He escuchado que en Uruguay hay un porcentaje muy alto de desvinculación (más de la mitad de los jóvenes no termina la enseñanza obligatoria): esas personas no desaparecen, están ahí, y con seguridad terminen generando problemas a la sociedad al no estar en el sistema educativo.

—¿Es un tema de dinero?

—Es mucho más que eso. El dinero es importante, pero más lo es cómo lo usás. Hay que tener una estrategia para el uso de los recursos. Eso implica un cambio radical en todos los niveles. Los principales asesores, en esto, son los maestros. Hay que apoyarlos. Los países que tuvieron más progreso, son los que ponen el énfasis en los docentes y en sus directores.

—Nueve de cada diez docentes opinan que su formación profesional les aportó "poco" o "nada" de conocimientos para la enseñanza a personas con discapacidad. ¿Esa es la verdadera exclusión?

—La población (y los maestros no son ajenos a ella) tiende a pensar la inclusión en términos de discapacidad, sobre todo las motoras. Pero los docentes a veces no se están fijando en niños que están ahí todos los días, van a clase, pero nadie sabe en el fondo cuán bien están. Todo parece inclusión, pero en realidad es marginal. En Inglaterra sucede mucho con las niñas: se comportan muy bien, trabajan mucho, pero no están siendo ayudadas.

—¿Cómo se ejecuta el cambio?

—Tony Blair, ex primer ministro británico, había reconocido que el cambio educativo fue de los más difícil que le tocó enfrentar como político. No es un tema de que las personas sean haraganas o pongan palos en la rueda, sino porque todos están ocupados en cuestiones inmediatas, en especial los docentes. El cambio, por tanto, tiene que captar e incentivar a todos.

—¿Hay que incentivar mejor a los docentes que están en las zonas más complicadas?

—Es un problema serio de política. En los mejores sistemas educativos no necesariamente los docentes son los mejores pagos, pero sí los mejores valorados. Es un tema de estatus. Nada va a pasar si no se puede comprometer a los maestros: y los políticos no lo entienden. Los políticos proveen recursos para las políticas educativas y luego expresan sorpresa cuando ven que nada cambia. He trabajado con políticos de todos los colores, todos quieren hacer un buen trabajo, pero todos tienen problemas en cómo gerenciar el cambio educativo.

—¿Cómo está Uruguay para afrontar un cambio?

—Hay barreras, pero es un país chico que tiene muchas fortalezas. En Gales hicimos un proyecto de pequeña escala: se trabajó con las escuelas de contextos más desfavorecidos y se vio cómo rápidamente mejoraban sus indicadores educativos. En Uruguay quizás se necesite un efecto así, centrándose solo en 40 escuelas.

—¿Qué rol juegan las instituciones privadas?

—Tenés que encontrar la manera de que el sector privado también contribuya, al estilo escuelas trabajando en redes. Una de las escuelas más selectas de Inglaterra, Grammar School, trabaja como tutora de escuelas de contextos desfavorecidos. Algunos preguntan por qué. Varias razones: mucha gente de los privados tiene la idea de que es necesario un cambio significativo. Pero, sobre todo, al ayudar a otros se terminan ayudando a sí mismos.

—¿Atender la inclusión no termina "emparejando para abajo"?

—Es una reacción de sentido común, pero no es cierto. El éxito de un sistema educativo es entender que se puede llegar a los sectores más vulnerables. Una sociedad dividida no beneficia a nadie.

—¿Hay que convencer a los padres?

—Los padres son parte de la estrategia y nadie conoce mejor a las familias que las propias escuelas.

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