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Ladrillos con historia en el Este

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Samuel Flores Flores. Foto: Ricardo Figueredo
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El arquitecto Samuel Flores Flores construyó edificios emblemáticos de Punta del Este.

Tiene la prestancia y la tonada de un porteño de Barrio Norte. Alto, delgado, de sonrisa fácil, carcajada sonora y conversación cautivante, el arquitecto Samuel Flores Flores, a sus 83 años de edad, trabaja hoy con el mismo entusiasmo e ilusión que cuando egresó de la Facultad de Arquitectura en 1963. Como casi todos los de su generación, comenzó a trabajar influenciado por el suizo Le Corbusier, pero con un discurso muy sui generis para aquel tiempo, sobre la defensa del medio ambiente, que hizo carne en él cuando, a los 15 años, hacía mil tareas en el estudio de su vecino Juan Antonio Scasso. Hoy muchas de sus obras son íconos de Punta del Este y también de la capital argentina. Y una de sus realizaciones más emblemáticas Torres Blancas, fue seleccionada y expuesta en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) en 2015, poco tiempo después que fuera demolida y reemplazada por un edificio de apartamentos en la parada 27 de San Rafael. Se sabe la especulación inmobiliaria es incompatible con el arte.

En su estudio de Punta del Este, un local semi oculto en la Parada 13, a pocos metros de la avenida Roosevelt, donde de música de fondo se escucha a Mozart, Bach y hasta el Ave María de Gounod, recibió a El País. En ese local todo parece estar en su lugar, hasta un retrato de su controvertido ancestro por partida doble, el general Venancio Flores, pintado y sin terminar por Juan Manuel Blanes.

"Ese cuadro lo tenía una de mis hermanas escondido en un sótano, hasta que yo lo rescaté", comenta. La obra un óleo sobre lienzo, muestra a un Flores de civil con su tupida barba, sentado, de torso pequeño y hasta débil. Sus manos están sin terminar. Nunca se sabrá porqué Blanes nunca finalizó el trabajo.

De la arcilla a la PC.

Hay también, aquí y allá, maquetas de sus obras, y una pantalla de computadora que maneja con destreza la arquitecta Roseline Deana, francesa de nacimiento, radicada en Uruguay desde 1953 y mano derecha de Flores desde hace 17 años. Deana, logró hacer compatible los proyectos en arcilla con la computadora. Es que Flores aún conserva varios quilos de la arcilla que le compró al hijo del escultor José Belloni, tiempo después que este muriera y con la que ha hecho todos sus diseños.

Flores nunca imaginó cuán difícil sería aplicar nuevos conceptos en el Uruguay. Batllista de José Batlle y Ordóñez y seguidor a ultranza de Zelmar Michelini, se formó en un país que él define como de "discutidores". En su caso esto se traducía en una peña en el Sorocabana de la Plaza Libertad con Zelmar, Maneco Flores Mora, Jorge Batlle, Paco Espínola y Julio María Sanguinetti.

"Pasábamos horas debatiendo acaloradamente, tomábamos mucho café y fumábamos demasiado", recuerda. Y agrega: "pero nunca hubo un desmán o un agravio". A comienzos de la década de 1970 y convocado por un matrimonio argentino, que le encargó el diseño de su casa en San Isidro, se marchó a Buenos Aires. Es sabido que nadie es profeta en su tierra y la máxima se cumplió a carta cabal con Flores. En Argentina recibió la aceptación y el reconocimiento que muy pronto replicó en Punta del Este y décadas después en Montevideo.

"Yo soy rioplatense", comenta. Y enfatiza: "para mí ser uruguayo en Argentina fue un plus, porque los argentinos siempre admiraron la cultura de los uruguayos hasta que llegó Mujica".

Arquitecto sin clientes.

Flores sostiene que no tiene clientes, sino habitantes. Afirma que se confunde "arquitectura y construcción", y si bien la arquitectura necesita de la construcción, expresa que "los que hacemos arquitectura tratamos con habitantes". Tal vez allí esté la clave en que una obra pergeñada por él le lleve mucho más tiempo que a cualquier otro profesional. "La casa es un traje a medida de las personas que la habitan", sostenía su maestro Julio Vilamajó . Flores recuerda que "esta afirmación de uno de los mayores arquitectos que ha dado Uruguay era considerada reaccionaria".

En la década de 1970 comenzó a construir su arquitectura blanca y de líneas curvas que lo proyectaron internacionalmente y le valió el respeto de sus colegas extranjeros y la admiración de mucha gente.

De fines de esa década data Poseidón, un icono de Punta del Este que da, aún y no se sabe hasta cuándo, la bienvenida a los que entran a Punta del Este. Una majestuosa casa en un terreno de más de 2000 metros cuadrados a orillas de la Laguna del Diario. Años atrás, y luego que la pasada administración municipal de Maldonado cambiara la reglamentación sobre las edificaciones de la costa de Punta del Este, Poseidón se vendió. Unos inversores argentinos anunciaron su demolición y la construcción en su lugar de un edificio de cinco pisos.

Filósofo del espacio.

Casado hace más de 50 años con Magdalena Arocena, tuvo dos hijos, uno de ellos era Juan que —como él dice con voz emocionada y ojos húmedos— "está con Dios", con quien acostumbraba a navegar siempre. Desde su partida de este mundo nunca más se embarcó. Luego está Magdalena, quien vive en Estados Unidos y le ha dado dos nietos. Ama Punta del Este, donde se radicó de forma permanente en el año 2000 y a la que define como la "capital de la cultura recreativa de América del Sur". También quiere mucho a Buenos Aires, que parafraseando a André Malraux , sigue siendo la capital de un imperio que nunca existió. Está involucrado en todo proyecto que preserve el ambiente y la historia de un lugar," porque una ciudad sin memoria no tiene identidad". Para Flores un arquitecto es y seguirá siendo un filósofo del espacio.

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Samuel Flores Flores. Foto: Ricardo Figueredo

VERANO 2017

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