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¿Cómo impactó la pandemia del COVID-19 en la matrícula de las escuelas rurales?

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Foto: Fernando Ponzetto

EDUCACIÓN

De las 1.040 escuelas rurales que están abiertas, hay 11 que comenzaron el año lectivo sin alumnos y todavía no llegó la confirmación del cierre.

Fueron las primeras en reabrir cuando la pandemia golpeó a Uruguay. Fueron las primeras en alcanzar el horario completo, todos los días, cuando en las grandes ciudades los niños iban a clase menos de la mitad de la semana. Fueron las que tuvieron menos brotes del COVID-19. Y fueron las que, para este nuevo año lectivo, perdieron menos alumnos. Las escuelas rurales fueron todo eso.

Pero si algo no cambió en este tipo de escuelas -ni siquiera con la emergencia sanitaria- es la escasa población de estudiantes en relación a la cantidad de centros educativos. Por cada escuela rural hay, en promedio, 16 niños. Y en un tercio de todos los locales hay menos de cinco alumnos o, sencillamente, ninguno.

Ocurre que el despoblamiento del campo uruguayo, proceso que lleva más de medio siglo, cabalga más rápido que la burocracia. Tanto es así que, de las 1.040 escuelas rurales que están abiertas, hay 11 que comenzaron el año lectivo sin alumnos y todavía no llegó la confirmación del cierre.

Incluso si se aceleraran los trámites de cierre del centro educativo, reconoce Límber Santos, coordinador de Educación Rural de Primaria, la decisión de bajar la cortina de una escuela no es tan sencillo: “La escuela rural es, en esencia, el centro neurálgico de pequeñas comunidades”. Es el lugar al que llegan las cartas -sí, todavía hay quienes se manejan por correo convencional-, es el epicentro de los actos patrios, del asado de fin de año y un largo etcétera.

Héctor Florit, el exconsejero de Primaria, era partidario del nucleamiento de aquellas escuelas en las que la cantidad de niños se cuentan con los dedos de una sola mano. A su entender, había una razón económica -racionalizar recursos: por tan solo una treintena de alumnos, Primaria llegó a destinar un millón de dólares al año-, y una razón pedagógica -el niño aprende cuando socializa con otros, cuando interactúa con alguien más que su maestra o su hermano.

Santos, en cambio, es un firme opositor al nucleamiento de escuelas, “salvo que los integrantes de las comunidades manifiesten su deseo”. Porque el solo hecho de trasladar a los niños durante horas y el quitarles a las comunidades su centro neurálgico (la escuela), “podría ocasionar un mal mayor”.

Pese a que el debate ha ocupado espacio en seminarios pedagógicos -no solo en Uruguay-, COVID-19 cortó en seco la discusión. “No hubo pronunciamiento político de las nuevas autoridades (de Primaria) y, en todo caso, la baja cantidad de estudiantes fue una fortaleza en tiempos de distanciamiento físico y protocolo sanitario”, admitió Santos.

La pandemia influyó -aunque no cambió- sobre la tendencia de pérdida de alumnos: “Por primera vez en más de 20 años tenemos un número similar de niños si se compara este marzo con cómo acabó el año anterior”, cuenta el coordinador.

Aunque el proceso de despoblamiento continúa su curso, “hubo quienes perdieron sus trabajos en las ciudades y fueron a buscar suerte al campo. Es probable que muchos no se queden en la zona rural, pero, mientras, inscriben a sus hijos en una escuela de la zona”, concluye Santos.

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