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Fue abanderada a los 45 años y ahora es contadora con 62

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El rector Arim y el decano Xavier son testigos del logro. Foto: M. Bonjour

Historia de vida

En una de las facultades con menos cantidad de adultos, Cristina Serra supo hacer carrera.

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Las paredes de la casa de Cristina Serra van cambiando al compás de los avatares de su vida. Sobre ellas están colgadas las fotos de cuando fue abanderada liceal, con 45 años, en las que se la ve portando el pabellón nacional junto a dos escoltas a los que les duplica la edad. Están los recuerdos del viaje de Ciencias Económicas, está el diploma intermedio de la universidad y cuando consiga un marco de madera estará el título de contadora.

Cristina Rosario Serra Álvez, 62 años y pelo corto con flequillo que le permitía imitar a La Bomba Tucumana en los bailes de Ciencias Económicas, es desde agosto contadora profesional pero, paradójicamente, jamás ejercerá como tal. Ni siquiera tendrá que pagar el Fondo de Solidaridad porque ya está jubilada. El título que en breve colgará en la pared del living, justo encima del sillón que Luna y Sol usan de cucha, es solo lo que acredita la “sensación del deber cumplido”.

Los niños juegan a ser doctores o maestros. Cristina soñaba con ser contadora. Siempre tuvo facilidad para los números, y eso que en facultad tuvo que rendir el examen de Matemática II “unas seis veces”.

Pero aquella añoranza de su infancia había quedado trunca cuando abandonó primero de liceo, a los 11 años. Fue una decisión a la que había llegado un poco arrastrada por la necesidad de ayudar económicamente en su casa, y otro tanto porque “era demasiado madura” respecto a su generación.

Foto: Marcelo Bonjour
Foto: Marcelo Bonjour

Lo curioso es que aquella cuenta pendiente la empezó a zanjar a los 42 años, ya con un hijo a cargo, un padre enfermo, trabajando en una cooperativa bancaria y asistiendo a las clases del liceo 17 con profesores que eran a veces más chicos.

Naciones Unidas define a la juventud como la transición entre la infancia y la adultez, una etapa que va desde los 15 a los 24 años. Pero a Cristina nunca le sentaron bien estas etiquetas. Ella se siente joven y dice que la juventud a los 40, 50 o 60 años “tiene sus ventajas”.

Jamás le pidió permiso a nadie para ir a “bolichear” con sus compañeros ni para tomarse un whisky cortado con agua mientras preparaba los exámenes. Fue la consejera de “los pibes del liceo 17 que andaban en la droga” a los que intentó enderezar al tiempo que les abría las puertas de su casa cuando “caían duros”. Fue la que convenció a los padres de un alumno que lo dejaran seguir estudiando cuando ellos querían que su hijo fuera futbolista. Y fue la que aprovechaba que el profe de Sociales la cargaba y entonces llegaba con minifalda a los escritos para distraerlo mientras el resto podía copiar.

“La madurez te obliga a estudiar 20 días lo que a un adolescente le lleva dos, pero las cosas se toman con otra responsabilidad, con otras ganas y sin la presión de rendir cuentas a los demás”, dice esta contadora a la que un día le “picó el bichito” de acabar tercero de liceo, luego sexto como le había prometido a su padre antes de que falleciera y más tarde la facultad siguiendo el consejo de su hijo Martín con quien compartió dos materias.

Hay 750 mayores de 60 años matriculados en las carreras de grado de la Universidad de la República. En Ciencias Económicas, donde estudió Cristina, son 34. Y parece que siempre hay un banco en primera fila reservado para ellos, bromea la contadora quien siempre conseguía asiento pese a la masividad de esa carrera.

En las paredes de su casa va quedando poco espacio. Pero una amiga de la escuela, que se vio tentada a estudiar Derecho, está convenciendo a Cristina que la acompañe en esa carrera… “¿por qué no?”.

Las carreras que tientan a los más veteranos

Cuando Mario Benedetti, Idea Vilariño y toda la Generación del 45 comenzaban a brillar, el Parlamento uruguayo creaba la Facultad de Humanidades. Era el corolario de una serie de debates sobre la importancia de dar carácter profesional a la formación docente y a los estudios en letras. Pero el primer decano de esa novel casa de estudios, el filósofo Carlos Vaz Ferreira, cerró aquella presión diciendo que vale “el conocimiento por el conocimiento”. A lo mejor por eso en Humanidades parece no importar tanto el egreso de profesionales, sino el proceso de aprender. Y a lo mejor por eso, también, esta es la facultad de la UdelaR que concentra mayor cantidad de adultos mayores. Uno de cada tres mayores de 60 años que estudia una carrera de grado en la universidad, lo hace en Humanidades. Así lo confirma la estadística del Sistema de Gestión Administrativa de la Enseñanza de UdelaR a la que accedió El País. ¿Es responsabilidad de una universidad pública la inversión en la formación de adultos que jamás ejercerán la profesión? Para el rector Rodrigo Arim “es una discusión que, a juzgar por las cifras, carece de sentido: los 750 mayores de 60 años que hoy estudian en la UdelaR equivalen a menos del 1% del estudiantado”. En definitiva, la UdelaR funciona como un lugar de socialización más en una sociedad que sigue envejeciendo.

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