Si alguien tiene dudas sobre la fractura que vive la sociedad uruguaya, alcanza con que repare en algunos hechos ocurridos durante el pasado fin de semana.
El domingo, el Parlamento inauguró una nueva legislatura, en medio de la retórica y la rutina habituales, mientras la población disfrutaba de un día de descanso veraniego. Más que a la alarma, la aparente indiferencia popular debería hacernos comprender que para los uruguayos del 2015, la sucesión parlamentaria que deviene del proceso electoral carece de todo riesgo de desacato o manipulación. Adentro del Palacio Legislativo, los discursos y las votaciones expresaban una cultura cívica particularmente tolerante, capaz de deponer sus rencillas al pie de las magníficas columnas del recinto.
Un día antes, el partido entre Cerro y Peñarol terminaba con el triunfo de los inadaptados. El vocablo ha sido devaluado por la sobreutilización pero expresa cabalmente el estado de cosas a las que se refiere.
En la zona que rodea al Estadio Tróccoli, la Guardia Republicana había estado operando apenas unas horas antes, intentando reconquistar terreno, con éxito relativo. La situación era a tal punto tensa que las autoridades policiales temían que los delincuentes apostaran francotiradores para emboscarlos en la tarde del partido, lo que resultó decisivo para que resolvieran jugarlo, a pesar de que las dos "barras" habían desacatado la orden de descolgar las banderas.
Un partido suspendido, un puñado de policías agredidos y heridos por un grupo de hinchas y algunos parciales de Cerro maltratados por la Republicana fue el saldo visible de un problema de disidencia ante la ley e inadaptación social que cruza las fronteras barriales y sociales.
¿Cuál es la diferencia, después de todo, entre las transgresiones y violaciones a los derechos del prójimo que protagonizaron unas decenas de hinchas cerrenses, con los desmanes que se registran en el Carnaval de La Pedrera, donde no llegan jóvenes de barrios pobres sino de clase media? ¿Por qué a unos les llamamos "inadaptados" y a los otros no?
El problema no es solo de Uruguay ni es precisamente acá donde se expresa con mayor virulencia. Como parece obvio, la civilización moderna no ha podido integrar en armonía a todos sus ciudadanos, ya sea por razones sociales, económicas o de cualquier otra índole. La democracia y su paradigma de libertad se han convertido en la caja de resonancia ideal para disensos más o menos legítimos y corrosivos. Aún en su moderación, la sociedad uruguaya expresa estas disidencias.
El nuevo Parlamento tiene por delante muchos desafíos. Algunos surgen del calendario y son inminentes, como la ley presupuestal. Otros están referidos a los problemas de largo aliento y tienen que ver con la construcción de un futuro de convivencia social menos disruptiva. Los problemas de adaptación no desaparecerán pero podrán expresarse de forma que todos los ciudadanos sientan que participan de la misma comunidad, porque nadie será impedido de ejercer sus derechos.
LA BITÁCORA