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"El discurso de los políticos es feminista de la boca para afuera"

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Maria Noel Vaeza. Foto: Fernando Ponzetto

ENTREVISTA

María Noel Vaeza, la abogada uruguaya que ocupa uno de los cargos más importantes en ONU Mujeres.

A María Noel Vaeza no se lo contaron, lo padeció. Le tocaron más de una vez el trasero cuando viajaba en el 121 hacia Pocitos; le gritaron "piropos" cuando pasaba frente a una construcción; y le recriminaron que por culpa suya —y de sus pares mujeres— los empresarios tienen que pagar más cuando hay una embarazada.

Lejos de detenerla, Vaeza hizo de aquellos escollos su principal bandera. Es la directora de Programas de ONU Mujeres, uno de los tres roles más relevantes de la agencia de Naciones Unidas dedicada a las cuestiones de género. Y llega a Uruguay —su Uruguay, aunque se fue hace 30 años— para inaugurar junto al presidente Tabaré Vázquez el programa "Ganar-Ganar". Se trata de una iniciativa que busca demostrar que si el sector privado achica la brecha de género, se beneficia el empleador, el empleado y la economía del país.

—¿Por qué el sector privado?

—Siete de cada diez mujeres, incluso en Uruguay, están empleadas en el sector privado. Eso sí, la participación de la mujer en la economía uruguaya es solo del 56%. Estamos mirando cómo el sector privado toma a la mujer, porque de ahí también depende el desarrollo económico.

—A propósito, el Índice de Brecha de Género coloca a Uruguay en el puesto 91, entre 144 países, en la participación económica y oportunidades laborales para las mujeres. ¿Por qué se está tan abajo en el ranking?

—Hay una brecha muy grande entre la maravillosa legislación uruguaya y la realidad. Como abogada, egresada en la UdelaR, me llena de orgullo la normativa uruguaya, el grado de consulta y los consensos. También es muy buena la institucionalidad. Pero, ¿qué pasa con la cultura? ¿Cómo se explica tanta violencia hacia las mujeres?...

—¿Hay una explicación?

—Entre la legislación y la realidad hay una brecha enorme. Uruguay está por debajo en la participación política: un 20% son mujeres. Bolivia ("Bo-li-via", refuerza) tiene 49%. Tenemos 2.000 años de historia y la historia fue muy masculina. La ley de cuotas sirve para eso, para ir cambiando la historia. Pero falta. Los partidos políticos están buscando candidatas para completar las fórmulas, ¿por qué no es al revés? ¿Por qué no se pone a una mujer a la cabeza y que sea ella quien elige a su vice?

—¿Por qué? ¿No están a la altura?

—Al contrario están supercapacitadas, pero los hombres no les tienen confianza. "Sí, estudió, pero es un poco histérica", dicen. Además, la mujer a medida que escala, más se frustra. Las brechas salariales son cada vez más evidentes. Una mujer es doctorada y ve que un hombre gana más que ella sin siquiera la mitad de los estudios. Esa idea es todavía muy fuerte entre los más adultos. En los menores de 45 años noto otro respeto, hay un hombre que ayuda más en la casa.

—Los políticos hombres suelen decir: "A la gente no le cambia si hay una mujer en la fórmula". ¿Es así?

—El discurso de los políticos es feminista de la boca para afuera. No se ponen los lentes de qué les interesa a las mujeres. No se preguntan si nos gustaría ser aviadoras, jefas de la Policía, grado cinco en la universidad. ¿Cuántas mujeres hay en la ciencia, la tecnología, en el software? ¿Uruguay está pensando qué hacer con los puestos de las mujeres ante la automatización?

—Pero nadie les prohíbe estudiar ciencias o tecnología…

—Pero hay estigmas. El otro día me reuní con el intendente Daniel Martínez y me contaba: "Las únicas que estudiaban Ingeniería eran las nerd o las feas". Así es imposible. Lo que hay de fondo es cambiar la cultura del hombre, la cultura del respeto hacia la mujer. Tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones. La igualdad es eso, es la oportunidad. La cultura es la que nos hace sentirnos culpables si no estamos con nuestros hijos porque trabajamos muchas horas, pero eso a los hombres casi que no les pasa.

—¿Es viable una fórmula para las próximas elecciones sin una mujer?

—Es muy negativo para Uruguay que aún no haya habido presidentas mujeres. La ley de cuotas, en el fondo, es que las mujeres no sean floreros. No puede ser que hay veces que ponen una mujer en la lista para que renuncie y entre el hombre. Los políticos tienen que entender que hay temas en que las mujeres tienen otra visión, y esa diversidad aporta. Esa es parte de la explicación por la que los países escandinavos son más desarrollados. He vivido en Copenhague y es fabuloso cómo es normal que el hombre colabore, cambie los pañales, cuide a su propio hijo, que tome licencia mientras la mujer sale al trabajo.

—¿Ve esas imágenes en Uruguay?

—En muchos aspectos veo un Uruguay estancado. En la política está el ejemplo. El Poder Ejecutivo tiene 38% de mujeres, ¿por qué no el 50 y 50? En la calle uno sigue viendo que el cuidado está muy feminizado. Por el contrario, debo decir que Uruguay hizo un muy buen papel en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Gracias al esfuerzo de Uruguay y Suecia ahora en Seguridad se habla de que es importante la participación de las mujeres en los procesos de paz: solo el 2% de los acuerdos tienen a mujeres. Hemos analizado que los únicos procesos de paz que fueron duraderos son aquellos en los que la mujer participa.

—¿El cambio se hace desde el poder o desde la calle?

—Justo en ONU Mujeres estamos con un programa que se llama "Ciudades seguras". Es un proyecto en 30 ciudades y que Montevideo pidió participar. Significa entender que la mujer en el transporte público y en la calle no se siente segura; porque faltan luces en la noche, porque si la insultan nadie le da corte, porque si le tocan el trasero y denuncia no le dan corte. La idea es recuperar la dignidad y que la mujer pueda ir libre en su ciudad, que no se sienta que es un trasero.

—Hay un chiste que dice: "Ayer le dije hola a una mujer; el lunes empieza el juicio". El discurso feminista, ¿no termina generando el efecto contrario al deseado?

—Ese chiste lo hizo un hombre (risas). El tema de fondo es que muchos de los comentarios afectan la dignidad. Yo trabajaba en la Cancillería y en 18 de Julio había una obra desde la que me gritaban las groserías más grandes. Me las tenía que bancar. No podía ir al obrero y decirle "no me digas eso". Hace un tiempito estaba de paseo en el desierto de Israel y me gritan una barbaridad en español, pensando que no iba a entender. Me quedé helada. Resulta que quienes me gritaban eran parte de las tropas uruguayas que están en el Sinaí. Me quería morir. No estás libre en ningún lado, no podés pasear tranquila. Y eso que yo estoy formada, sé que tengo el derecho a denunciar. Imaginate alguien que ni siquiera hace nada.

—¿No hay extremismo?

—Todos los fundamentalismos son negativos. Pero insisto en que tenemos derechos y queremos que se respeten. Punto.

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