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Crimen de Minas precedido por varias señales de alerta

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Varias mujeres se concentraron en la plaza donde el policía asesino a su esposa. Foto: Arequita Digital

Después de matar a mi esposa, ya no tengo ganas de vivir. Perdí mi familia, mi trabajo y mi proyecto de vida", dijo en el juzgado el policía que ultimó a Paola González Silvera, el mediodía del 28 de enero pasado en el centro de Minas.

El final trágico de Paola es la crónica de un asesinato anunciado. En la Jefatura de Lavalleja sabían que el policía estaba bajo tratamiento psiquiátrico y psicológico. En el expediente judicial, al que tuvo acceso El País, trascendió que intentó dejar el arma en el Grupo Especial de Patrullaje (GEP) antes de matar a Paola pero no se la aceptaron, porque no tenía un candado.

Del expediente también surge que la hija mayor del matrimonio le contó a Valentina González, hermana de Paola, que su padre intentó entregar el arma en tres oportunidades en la Jefatura. Tampoco se la aceptaron.

El psicólogo de la Jefatura de Lavalleja y un psiquiatra particular que lo atendían también sabían que estaba enfermo. Recibía medicación contra la ansiedad y sus celos compulsivos.

Nancy L., hermana del policía, le sugirió a Paola que lo denunciara en la Unidad de Violencia Doméstica. La víctima se negó. Finalmente, Nancy lo llevó a que lo atendiera un psiquiatra.

Las compañeras de Paola de la confitería Irisarri sabían que el agente la amenazaba y la acosaba, incluso desde hacía meses, cuando Paola apareció en el trabajo con un machucón en la cabeza. Paola explicó a sus compañeras que se había golpeado contra el respaldo de la cama. Varias compañeras la instaron a denunciarlo, pero Paola replicó: "No lo voy a denunciar. Marcelo ahora está mejorando gracias al tratamiento psiquiátrico".

El día antes del crimen, el policía merodeó frente a la confitería durante horas, ingresó en la galería que está al lado de la misma y llegó a mirar por la vidriera hacia el interior del local donde trabajaba Paola.

Una de las compañeras de Paola declaró en el Juzgado que, un día antes del asesinato, le preguntó si el agente tenía encima su arma de reglamento. Ante la respuesta afirmativa de Paola, le aconsejó: "Cuidate, que puede hacerte algo".

Paola, dijo una de las testigos, no lo denunciaba "porque él era el padre de sus cinco hijos y sentía vergüenza de lo que dirían en un pueblo chico". Tampoco quería que sus padres en Batlle y Ordóñez se enteraran de que era objeto de violencia doméstica.

Larga convivencia.

En Batlle y Ordóñez, una localidad que está a 161 km de Minas, la pareja había vivido 18 años. Allí tuvo a sus cinco hijos. La mudanza a la capital, en octubre de 2013, impactó en el matrimonio. El policía, oriundo de Minas, conoció a Paola en el pueblo cuando fue destinado a esa localidad. El traslado se debió a que la pareja tenía una hija en la Universidad, otra en el liceo y una tercera cursando educación física en la capital minuana.

"En Minas pasé a vivir en un colchón en el suelo. Ahí me di cuenta que se me desmoronó todo", expresó el homicida en el juzgado.

Con una buena recomendación, Paola consiguió un empleo en la confitería Irisarri y comenzó a estudiar enfermería. A los cursos también concurría su hermana Valentina, quien vivía en la misma casa del matrimonio en el barrio Escriú junto con su pequeño bebé.

El agente siempre fue celoso. También era celoso en Batlle y Ordóñez. "Pero la situación empeoró desde que se vinieron para Minas. Él quería que ella estuviera en la casa. No quería que ella estudiara porque veía una amenaza en ello. Era un hombre muy machista", relató la hermana de Paola en el juzgado penal.

Enseguida agregó: "Después que él la amenazó porque ella quería dejarlo, yo sabía que la iba a matar. Él no soportaba la idea de que mi hermana se le fuera; era de su propiedad".

Vísperas de muerte.

En los días anteriores al homicidio ocurrido el 28 de enero pasado, el policía se dirigió al Grupo Especial de Patrullaje (GEP) a entregar el arma, según surge del expediente judicial. Después pensaba ir al cementerio a visitar la tumba de su madre.

"Fui al GEP y no me aceptaron el arma porque no llevé candado", expresó en el juzgado.

El agente pensó comprar un candado. Recordó que Paola tenía uno y se lo pidió. Ella no lo encontró.

El juez Tabarez le preguntó porqué se quedó con el arma si no se sentía bien desde el punto de vista psiquiátrico. El policía respondió: "Reitero, fui a dejarla al GEP y no pude".

Los días previos al homicidio el policía casi no dormía.

Gisel Olivera, trabajadora de la confitería Irisarri, declaró en el juzgado que el día anterior al crimen, el efectivo estuvo merodeando alrededor del negocio.

"Le conté a Paola que él andaba en la vuelta. Y ella me dijo: él me va a cuidar hasta que me vaya a las 19 horas. Yo le pregunté si él estaba con el arma de reglamento y ella me dijo que sí. Le dije que tuviera cuidado. Me llamó la atención que no le hubieran retirado el arma", testificó.

Otras compañeras de Paola declararon que el policía portaba todo el tiempo el arma de reglamento pese a que estaba bajo tratamiento psiquiátrico.

Es posible que esos consejos hicieran que Paola, antes del día del crimen, le ocultara el arma en algún lugar de la casa. Ello se infiere de lo que ocurrió la misma noche anterior al asesinato, en que la pareja tuvo una discusión.

La hija pequeña del matrimonio se hizo la dormida y escuchó todo. La discusión se suscitó porque Marcelo L. quería el arma de reglamento y Paola la había escondido. Tanto él insistió, que Paola le entregó el arma. Cuatro horas más tarde, el agente la utilizó para asesinarla.

La mañana del 28 de enero amaneció lluviosa en Minas, un pueblo tranquilo donde las puertas de las casas y los autos se dejan abiertas. El policía declaró que no pudo dormir toda la noche. Tenía planeado cortar el pasto junto con su hermano en una casa de un conocido y por la tarde efectuar una refacción en una casa. Ambas actividades la suspendió porque llovía.

El policía se duchó y luego desayunó. Paola notó que su esposo estaba nervioso.

La pareja salió de su casa en el barrio Escriú, ubicado en la entrada de Minas. Se dirigían hacia el centro, donde se encuentra la confitería Irisarri. A pocos metros de allí está la Jefatura de Policía.

En el camino, la pareja se cruzó con una de sus hijas y la saludaron. En el juzgado no recordó si habló o no con su esposa durante el trayecto a pie.

Llegaron a la plaza Rivera, ubicada a pocas cuadras de donde sucedió el homicidio.

"Desde ahí no recuerdo más nada. Después me acuerdo que había gente gritándome.

La filmación de un local comercial de la zona muestra que la pareja venía discutiendo por la plaza Libertad en dirección a la confitería Irisarri. Dos metros después de bajar el cordón, el policía extrajo el revólver de reglamento y disparó contra su esposa. Después recargó otras dos veces el arma.

Desde la confitería, las compañeras de Paola le gritaban que no tirara más. "Me miró, metió la mano en el bolsillo y volvió a recargar el arma", testificó Margaret González, una compañera de trabajo de Paola.

Al escuchar las detonaciones, policías que se encontraban cerca pensaron que se trataba de un asalto a un banco o a un local de cobranzas. Con las armas desenfundadas, observaron estupefactos que un colega había matado a su esposa.

El homicida fue detenido por dos efectivos. Lo llevaron esposado a una celda de la Jefatura de Lavalleja.

"Después que me detuvieron mil cosas me pasaron por la cabeza. Tengo cinco hijos, un nieto y 20 años de policía. Una carrera intachable", declaró el homicida ante el juez.

Paola temía más por la vida de él

Paola González Silvera (35) nunca pensó que él la iba a matar, según testificó su hermana Valentina en el juzgado. Paola temía más que él se suicidara a que la matara, declararon también algunas compañeras de trabajo ante el juez Jorge Tabárez y el fiscal Ricardo Chiecci. Al juez, en efecto, le preocuparon las manifestaciones suicidas del policía en la sede judicial. "En estos últimos meses pensé en suicidarme porque estaba haciendo las cosas muy mal", dijo el homicida al juez. El homicida señaló que tener que concurrir a un psicólogo "me afectó mucho" porque con 38 años de vida nunca había ido a uno aunque "tenía motivos para ir". Cuando se le preguntó cuáles eran los motivos para recibir atención psicológica, el policía enumeró en el juzgado que su padre se colgó, vio sacar a una sobrina ahogada y su hermano estuvo preso en la misma cárcel donde él mismo trabajaba como guardia.

Desoyó los pedidos de clemencia

El juez suplente de Minas, Jorge Tabárez, procesó a Marcelo L. por homicidio especialmente agravado por "parricidio", al matar a su esposa, Paola González Silvera. En la vista, el fiscal Ricardo Chiecci señaló que el agente le disparó 12 tiros a su esposa, de los cuales nueve impactaron en el cuerpo de la víctima. Chiecci recordó que el asesino aprovisionó su arma por tercera vez (tras haber vaciado dos veces el cargador) y desoyó los pedidos de clemencia de las compañeras de la víctima. El abogado defensor, Gonzalo Pettinari, señaló que el policía es primario, colaboró con la justicia y con la Policía y que las pericias psicológicas efectuadas al agente mostraron que éste sufría de depresión y de otros trastornos psiquiátricos. Los operadores judiciales reconocieron que Marcelo L. utilizó la estrategia de decir que no recordaba nada en el momento de homicidio como una forma de defenderse en la sede.

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Varias mujeres se concentraron en la plaza donde el policía asesino a su esposa. Foto: Arequita Digital

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