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Una calle para China Zorrilla

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Se cumple hoy el primer año del deceso de China Zorrilla, la actriz más importante que dio la escena nacional. Su recuerdo no solo permanece imborrable, sino que se incrementa en la medida que su muerte ha seguido generando, a lo largo de estos doce meses, una sucesión de anécdotas y rememoranzas de su vida en gente que la tuvo cerca en el plano laboral, familiar o de simple amistad.

En todo ese anecdotario nunca faltaron la nostalgia, la admiración y el respeto profesional, condiciones que China se fue ganando con su portentosa personalidad, su reconocida generosidad y ese magnetismo especial que generaba y que la convertía en el centro de la reunión en cada lugar que la actriz pisaba.

Mucho se ha dicho de su tiempo de actriz teatral madurada en la Comedia Nacional, donde se ganó el respeto en el drama (Madre coraje) y también en la comedia (Las de Barranco), alcanzando luego la máxima popularidad y admiración en aquella compañía que en 1961 fundó junto a Enrique Guarnero y Taco Larreta —el Teatro de la Ciudad de Montevideo (TCM)— con el que alcanzaron éxitos de los que medio siglo después todavía se habla, como Un enredo y un marqués, La farsa en el castillo o La pulga en la oreja, por citar solo tres ejemplos.

También se ha comentado sobre su trayectoria cinematográfica en la vecina orilla, con 50 películas rodadas a partir de su primer papel en Un guapo del novecientos (como la madre temeraria de Jorge Salcedo, dirigida por Lautaro Murúa) y en las delirantes actuaciones en Esperando la carroza y en Elsa y Fred, una de sus últimas muestras de talento, cuando ya había pasado los 80 años.

Aquellos que han hecho culto a su figura también se han referido a algunas participaciones televisivas en canales uruguayos primero (tuvo su programa propio en Canal 12) y luego en los bonaerenses (como en el ciclo de "Alta comedia") y hasta en distintas escenas teatrales de América y Europa a partir de giras que fueron verdaderos sucesos. No puede olvidarse, por ejemplo, lo que las versiones de La zapatera prodigiosa y Porfiar hasta morir, de García Lorca y Lope de Vega, respectivamente, significaron en la presentación del TCM en París y en un festival teatral en España, donde la compañía cosechó varios premios.

Y tampoco faltaron en estos meses referencias a sus monólogos escénicos, donde lamentablemente parecería que nadie tuvo la precaución de dejar grabado su vasto y desopilante repertorio de anécdotas vividas durante su larga trayectoria, para que futuras generaciones disfrutaran, como las de su tiempo, con el humor irónico y el atractivo decir de una actriz para la que ninguna de las facetas escénicas tenía secretos.

Ese atractivo para la narración también puede encontrarse en las notas periodísticas que escribió para este diario en los años 1959 y 60, recogidas en el libro "China Zorrilla, diario de viaje", donde cuenta gozosos encuentros con grandes personalidades del cine, el teatro y las altas esferas de aquel tiempo, en una Europa que en ciertos planos vivía la euforia del crecimiento posguerra y que Federico Fellini inmortalizó haciéndola conocer como "la dolce vita".

China Zorrilla falleció el 17 de septiembre del año pasado, a los 93 años de edad. Si su recuerdo se mantiene imborrable es porque su vida ha sido pródiga en sucesos que ameritan la inmortalidad. Y también por su personalidad fuera de escena, claro está, porque a su talento de actriz y su gracia natural en el diálogo o el monólogo le agregaba una generosidad hacia el prójimo de la que poco se ha dicho, porque ella se encargaba de ocultar. Pero hay muchos que saben que China era capaz de desprenderse de lo más valioso que tuviera para darlo generosamente si consideraba que alguien lo precisara más que ella. Y se desprendía sin pena, más bien con la alegría de saber que aquello podía mejorar la vida de otro.

El Uruguay cultural le debe mucho a China Zorrilla.

Los uruguayos siempre le han hecho sentir su cariño, pero falta ahora que desde las esferas oficiales se disponga que, en letras de molde, su nombre adorne y enriquezca, al menos, una calle o plaza de la ciudad donde descansan sus restos.

Miguel Álvarez Montero

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