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Seguir muriendo en la capital, pero con Whatsapp

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Universitarios del interior

URUGUAY 35 AÑOS DESPUÉS 

Dos generaciones de universitarios no capitalinos que emigraron para estudiar en Montevideo

A los 18 años dejó Rivera y cambió de casa. Pasó de ver a su familia y amigos todos los días para hacerlo una vez cada dos meses, con suerte. Su barrio, sus vecinos, el boliche de siempre, el cine continuado de entre semana y las matiné de domingo quedaron atrás. Tuvo que hacerlo porque quería estudiar una carrera, ser analista en sistemas y, aunque eso significara sacrificar la vida como la conocía, se trataba de crecer y tener oportunidades.

La capital y, sobre todo, la residencia que lo hospedó durante sus años de estudiante, le dieron lo que buscaba y aún al día de hoy, 45 años más tarde, le siguen abriendo las puertas todos los días porque es uno de los cinco miembros que conforman el consejo de dirección del lugar.

Tras vivir un año con un familiar, Carlos Giordano (63) se instaló en la residencia que lo alojaría hasta terminar sus estudios, y un poquito más. La Residencia Universitaria Franciscanum está ubicada en el Barrio Sur de Montevideo y aloja a jóvenes del sexo masculino provenientes del interior, que llegan a la capital para cursar sus estudios terciarios. Según datos publicados en 2019 en un Relevamiento continuo de estudiantes de grado, la población de alumnos que recibe la Udelar desde el interior del país representa un 41% del total de sus alumnos.

Además, en Montevideo hay 130 hogares estudiantiles habilitados por la Intendencia, según una nota publicada en Búsqueda. Cordón, Tres Cruces y Palermo son las zonas en donde se ubican la mayoría de ellos. El barrio que hospedó al analista de sistemas en su momento, actualmente aloja a 84 residentes y Alejandro es uno de ellos.

Del interior a la Udelar

Alejandro Esteves tiene 20 años y es oriundo del departamento de Durazno. Se mudó hace tres años a Montevideo para estudiar Ingeniería y ha vivido desde entonces en la residencia. “Uno viene de allá, de Durazno y la realidad es otra”. Alejandro cuenta que cuando llegó a Montevideo no sabía ni cómo parar un ómnibus y que se perdió unas cuantas veces antes de acostumbrarse al transporte público urbano de la capital.

También explica que el cambio de pasar del liceo del interior, con no más de 15 alumnos que se conocen del barrio o de la ciudad, a un aula en la Facultad de Ingeniería en la Udelar con mil estudiantes desconocidos fue significativo y que el primer día de clase de Cálculo tuvo que sentarse en el piso porque no había lugar. Al principio se sentía un número más, pero tras dos semestres, un promedio de un tercio de alumnos abandonó y los asientos comenzaron a vaciarse.

Eran menos y aunque seguían siendo muchos, logró hacer amigos y que algunos profesores lo identificaran, aunque no recordaran su nombre. Tres años después de haberse inscripto, afirma que el promedio de asistencia es de 150 alumnos por curso, de los cuales conoce a unos cuantos y que ya no es necesario ir a clase a las 7 para tener asiento a las 8, con llegar en hora, alcanza.

Lo que más extraña como estudiante del interior es el apoyo de la familia y tenerla cerca porque, aunque estén en contacto todo el tiempo, la ve cada dos o tres semanas. De todas maneras, agradece la oportunidad de estudiar en Montevideo porque quedarse en Durazno hubiera significado renunciar a su sueño de dedicarse a la Ingeniería Civil ya que la Udelar, junto con la Universidad de Montevideo, son los únicos dos centros del país que enseñan esa área de su profesión.

Al igual que el duraznense, Giordano consideró indispensable mudarse a Montevideo para hacer su carrera porque en 1976 proyectos académicos como la UTEC (inaugurada hace apenas dos años en Rivera y hoy con cobertura en siete departamentos del país) estaban lejos de ser llevados a cabo.

Giordano cuenta que él estudió la carrera de analista en sistemas en la Universidad ORT, por lo que no vivió una gran diferencia respecto a la cantidad de compañeros nuevos de clase ni debió sentarse en el piso para escuchar al profesor o llegar con una hora de anticipación; pero sostiene que la superpoblación de alumnos por salón, que vive Alejandro hoy en la Udelar, también la padecían los estudiantes de aquel momento.

Hace 45 años, las aulas estaban tan llenas de alumnos que, en tiempos de dictadura, el Estado propuso dictar exámenes de ingreso en todas las facultades de la Udelar, pero al final solo se llevó a cabo en la de Medicina. Giordano realizó su carrera en la ORT cuando su nombre todavía era Instituto Tecnológico ORT y la UdelaR era la única Universidad del país. De hecho, la primer Universidad privada fue la Universidad Católica del Uruguay, fundada en 1985, poco después se institucionalizó la ORT como se la conoce hoy.

Pero en la pública, hasta los asientos en el piso eran escasos. La Facultad de Ingeniería daba clases en el Salón de Actos, lo cual Alejandro confirma que sigue pasando, pero esto también pasaba en otras carreras. Por ejemplo, la Facultad de Ciencias Económicas, que compartía edificio con la Facultad de Derecho, llegó a usar de salón el templo “Tercera Iglesia de Cristo Científico”, ubicado detrás de la Biblioteca Nacional; además de la ACJ (Asociación Cristiana de Jóvenes) y del ex cine ABC, ubicado en Constituyente y Minas, que ahora es la iglesia “De la Gracia de Dios”. Hoy tienen su propio edificio, ubicado en Av. Gonzalo Ramírez, pero aún así son tantos que algunos prefieren escuchar las clases online.

Alejandro Esteves
Alejandro Esteves tiene 20 años y estudia Ingeniería en la Udelar.

Alejandro habla todas las noches con su familia, manda un WhatsApp en cualquier momento o llama si prefiere y los visita en Durazno cada dos semanas. Puede tomarse cualquiera de las cinco empresas de ómnibus que tienen destino a Durazno y en dos horas y media con un costo de $ 350 (con 20% de descuento de estudiante incluido) estar en su casa. Un escenario imposible en la época de Giordano, cuando un viaje hasta Rivera en el ómnibus Onda llevaba ocho horas (hoy solo 6:30) y aunque no recuerda el costo del pasaje, sabe que era carísimo, por lo que iba cada dos meses y en ocasiones especiales.

Giordano cuenta que hace 43 años si él quería hablar con su familia debía solicitar en la recepción de la residencia para hacer una llamada con “espera indeterminada” que podía llevarle entre una y cuatro horas hasta que la operadora se comunicara con su casa.

Cada 20 días recibía una encomienda con el surtido que incorporaba desde las milanesas hechas por mamá y la infaltable carta contando cómo estaba todo en casa hasta artículos de higiene personal y dulce de Guayabada, comprados en algún almacén de Santana do Livramento (Brasil) por ser más baratos y porque no había supermercados ni shoppings ni freeshops, como hay ahora.

Alejandro, por su parte, no recibe cartas ni vienen tan cargadas sus encomiendas (solo con algunas milanesas y poco más) porque prefiere pedir la cena por una app, pedido en tiempo real y débito directo de su tarjeta. Cuando se aburre, tiene una cancha para jugar un “picadito”, residentes para tomar un mate y charlar un rato, pero además tiene celular, una cuenta de Netflix, computadora y un televisor en cada sala común de la residencia.

Sin embargo, en aquel entonces, Giordano cuenta que había un solo televisor para todos los residentes, quienes se vieron comprometidos a participar en “un plebiscito” en vísperas del mundial de fútbol disputado en Argentina en 1978 para poder comprar uno a color (ya existían en Uruguay desde hacía varios años), pero al final desistieron de hacer la gestión porque entendieron que era innecesaria. Vieron al vecino país campeón del mundo sin colores.

De todas maneras, Giordano afirma que no hay televisión ni cable que suplanten todos los cines que cerraron. Ahora no hay cine continuado entre semana en Rivera ni matinée en el Cine Teatro Plaza al que iba siempre en Montevideo (donde hoy está la Iglesia Pentecostal Dios es Amor, frente al túnel de la Av. 8 de octubre). Pero afirma que muchas cosas han cambiado para mejor y, aunque ya no pueda costear la entrada de todos los domingos, los micro-cines de los Shoppings tienen asientos más cómodos y la película se ve mejor.

Carlos Giordano
Carlos Giordano llegó de Rivera para ser analista de sistemas.

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