EL PAÍS ABRE SU ARCHIVO
El balneario tuvo un tiempo de veraneos sin ruido, casas chicas y trajes de baño grandes
Desde 1907 se llama Punta del Este. Las bellezas del paraje, entre el campo y un mar dividido en una playa tranquila y otra agitada, fueron un imán para los veraneantes, que llegaban por ferrocarril, automóvil o barco, aunque por mucho tiempo el viaje representaba una aventura.
Pese a ese crecimiento constante, durante décadas siguió siendo un balneario sin ruido, entre casas bajas, playas apenas pobladas y enormes bosques. La playa habitual era la Mansa, pues pocos se animaban al oleaje de la Brava. Esas arenas que más allá de San Rafael parecían no tener fin resultaban ideales para las cabalgatas.
El chapuzón preferido, sin embargo, se daba en la playita del Puerto, bien cerca de las casas, mucho antes que la expansión de los muelles la borrara del mapa.
De a poco fueron apareciendo algunos edificios para cortar el horizonte con su perfil y anunciar una nueva era para Punta del Este, ya convertida en balneario internacional.
El País abre su archivo
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