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Dentro de lo previsto y fuera de lo deseado

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Foto: Pixabay

TEMA DE ANÁLISIS

La caída del Producto Interno Bruto por segundo trimestre consecutivo configura un escenario de recesión técnica que se ve agudizada por el impacto de la pandemia.

Finalmente se conoció el dato del PIB del primer trimestre, un indicador que los analistas suelen recibir con ansiedad pues representa una medida del esfuerzo productivo de todos los sectores de la economía. En este caso, el interés era especial al tratarse de la primera medición que incluye el efecto COVID-19, aunque solo sea por un sexto del período (segunda quincena de marzo). Los datos son elocuentes: hubo una caída del 1,6% desestacionalizado frente al trimestre anterior, y del 1,4% interanual.

El BCU aclara en su informe la incidencia que tuvieron las medidas para contener el contagio del COVID-19. Sin duda el virus fue un importante factor explicativo, como veremos más adelante. Pero no es el único. Por el contrario, la economía venía registrando un estancamiento prolongado (ver gráfico 1) donde puede extraerse una conclusión descorazonadora: con excepción de “Transporte y Comunicaciones” (que no figura en el gráfico para facilitar su lectura) todos los sectores de actividad se encuentran produciendo por debajo del nivel registrado a fines de 2014. En cuanto a la caída del PIB, fue precedida por una baja del 0,7% en el trimestre previo. Por convención, dos trimestres consecutivos de caída configuran un escenario de recesión técnica. Esto tampoco es novedoso: ya hubo otras dos recesiones (aunque más leves) en los años 2015 y 2018 (ver gráfico 2).

Por tanto, es muy probable que aún sin la irrupción del COVID-19 en marzo, el PIB desestacionalizado de todos modos hubiera caído. Uruguay ya estaba padeciendo el shock negativo de la devaluación y control de cambios impuesto en Argentina en noviembre de 2019, con el desdoblamiento cambiario que afectó la demanda por turismo receptivo. Así, por ejemplo, el número de turistas argentinos en el primer trimestre cayó 9,7% en términos interanuales. Al estar mayormente concentrado en el mes de enero, la caída no puede ser enteramente atribuible al COVID-19. Por otra parte, el sector eléctrico registró una tremenda contracción de 20,4% trimestral desestacionalizada, por la sequía de verano que afectó la generación hidráulica. Tampoco hay COVID-19 aquí.

Pero la caída trimestral sin duda se vio exacerbada por el virus, lo cual se advierte al analizar los principales sectores afectados, vinculados a la prestación de servicios. Cuando disminuye la demanda por consumo de bienes industriales, el impacto inicial se da en la acumulación de stocks, y el ajuste en la producción suele operar con cierto rezago para que éstos vuelvan a nivelarse. De hecho, la producción de la industria manufacturera tuvo un crecimiento desestacionalizado del 2,9% y seguramente veremos el impacto negativo del COVID-19 recién en el segundo trimestre (ver al respecto columna de KPMG del pasado 18/5). Pero a diferencia de los bienes, los servicios no se pueden estoquear, con lo cual la producción está atada al consumo. Por tanto, una baja en la demanda de servicios impacta instantáneamente en la producción.

Es así como en el primer trimestre los sectores asociados a la prestación de servicios fueron los más afectados. Tal fue el caso de “Comercio, Restaurantes y Hoteles” que verificó una caída del 3,1% donde a la consabida baja del turismo, se sumó el colapso de la demanda en comercios, gastronomía y hotelería a partir del 16 de marzo a raíz del confinamiento social autoimpuesto. Por su parte, el sector de “Otras Actividades” se contrajo un 2,7% destacándose la caída de los servicios personales y fundamentalmente la enseñanza tras el cierre de instituciones educativas que se vio parcialmente compensado por el dictado de clases vía remota. El sector que más se contrajo fue la “Construcción” con una baja del 6,4%, donde incidió la licencia especial que se produjo entre el 23 de marzo y el 13 de abril con la interrupción total de obras.

El segundo trimestre será mucho peor que el primero ya que el 100% del período está cubierto por el efecto COVID-19, especialmente en los meses de abril y mayo donde el producto tocó fondo. Esta presunción hija del sentido común, es avalada por algunos indicadores de mayor frecuencia que permiten adelantar el comportamiento del PIB:

• La recaudación de impuestos indirectos (IVA e Imesi) cayó 12,5% en términos reales en abril frente a abril de 2019. Dado que la liquidación de estos tributos se hace al mes siguiente de su generación, el dato es indicativo del comportamiento del consumo en marzo. Se deduce que la caída de recaudación en mayo será mucho mayor.

• Las exportaciones de bienes que habían caído 10,9% interanual en dólares corrientes durante el primer trimestre de 2020, aceleraron la baja a 22,7% en abril y 26% en mayo.

• Caída del 60% interanual en la venta de automóviles 0 km y del 13% en la venta de combustibles durante el mes de abril.

• Marcado descenso en la tasa de empleo en el mes de marzo.

En medio de este panorama oscuro, la buena noticia es que la política sanitaria exitosa posicionó a Uruguay como un caso ejemplar de combate a la pandemia a nivel internacional (al momento de escribir esta nota, el número de casos positivos activos en todo el país es de apenas 15) sin haber restringido coactivamente la libertad de las familias y las empresas, algo esencial para el flujo circular de transacciones económicas. Ello seguramente contribuirá a una recuperación que tal vez no se verifique aceleradamente, aunque sí con prontitud.

Se espera que en el tercer trimestre el PIB vuelva a crecer manteniendo un impulso ascendente el resto del año. En el promedio de 2020 habrá una caída acumulada, aunque de menor magnitud que en otros países de la región donde el virus fue más dañino (ver gráfico 3). La recuperación probablemente no tenga forma de “V” pero tampoco sería una “U” con valle prolongado, por lo que hay luz al final del camino. De todos modos, quedarán secuelas y la más preocupante está en el mercado de trabajo. Algunos sectores de servicios intensivos en mano de obra tardarán en recuperarse, mientras que en otros el proceso de adaptación forzosa a la nueva realidad llevó a una reestructura de costos laborales permanente. La mejor manera de contrarrestar la destrucción de empleo es con inversión productiva.

Este desafío ya estaba planteado antes del COVID-19, y ahora será más apremiante, lo cual nos lleva al comienzo de la nota: el problema del estancamiento no es nuevo, y está ligado al pobre desempeño de la inversión privada durante el último quinquenio. La tasa de inversión actual es baja, y apenas alcanza para cubrir la depreciación del capital dejando un margen reducido de inversión neta para propiciar el crecimiento. Las obras puntuales de UPM2 y el Ferrocarril Central sin duda contribuirán a la reactivación económica, pero será menester velar por un clima de negocios que favorezca un mayor flujo de inversiones transversal a todos los sectores productivos.

(*) Ec. Marcelo Sibille, gerente del área de asesoramiento económico y financiero de KPMG en Uruguay.

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