Publicidad

Ricardo Romay, alegre, sociable y un gran padre

Compartir esta noticia
Ricardo Romay. Foto: Gentileza familia Romay

CORONAVIRUS EN URUGUAY

Fue la sexta víctima uruguaya del Covid-19. No poder cuidarlo ni verlo fue un golpe duro para él y su familia, cuenta su esposa.

Falleció el 5 de abril y fue la sexta víctima uruguaya del Covid-19. A pesar de algunas patologías (diabetes, arritmia, sordera de un oído), Ricardo Romay era un hombre activo para sus 84 años: salía a diario a hacer mandados o a jugar a la quiniela y le gustaba participar de eventos
familiares y sociales.

Azucena Veloso, de 80 años y su esposa de toda la vida, lo describe como "alegre, sociable y un gran padre". El resto de la familia se compone por tres hijos varones ya independientes y seis nietos.

Nadie tiene claro cómo contrajo el virus. Quizás lo andariego del señor Romay hizo que se contagiara en la calle o en algún comercio del barrio Buceo, donde vivía. Pudo haber sido el mismo 13 de marzo. Como todos los viernes, ese día el matrimonio salió a dar un paseo media hora antes de que en TV se anunciaran los primeros casos y la paranoia llenaba los supermercados. Otra hipótesis refiere a un contagio hospitalario
porque él permaneció algunos días internado con otro diagnóstico antes de que el hisopado le diera positivo.

El caso clínico de Ricardo Romay comenzó el 17 de marzo. Esa madrugada fue ingresado con un edema pulmonar que los médicos, en principio, atribuyeron a la insuficiencia cardíaca. A los pocos días se repuso del edema pero continuaba con complicaciones respiratorias. Le
indicaron varios análisis, entre ellos, el test de coronavirus que resultó sorpresivamente positivo.

A partir de entonces cambió su tratamiento y las condiciones de internación. Fue aislado en CTI y perdió el contacto con su esposa, quien hasta entonces pasaba día y noche con él. "Eso fue muy duro porque él no entendía mucho porque yo no estaba a su lado", cuenta Azucena
Veloso.

Pero evolucionó bien. A la semana, Ricardo Romay no necesitaba de respirador y el 28 de marzo, le fue indicada la internación domiciliaria. Volvió a su apartamento, aunque con reglas diferentes: después 56 años de matrimonio, dormirían en cuartos separados con su mujer y el resto de la familia evitaría las visitas. Entre el informativo y sus charlas con una mesa larga de por medio, Azucena le explicó que aquello no era indiferencia, sino coronavirus. Él lo entendió.

Otra rareza del caso Romay es que al parecer no produjo contagios. Antes de su internación, mantuvo estrecho contacto con su compañera. Pero el hisopado en Azucena Veloso dio negativo por lo que nunca tuvo el virus o lo cursó sin síntomas.

La noche del 3 de abril, Ricardo y Azucena cenaron té con leche y unas tostadas livianas. Habían pasado bien el día (durante el día él solía estar menos atacado) y se fueron a dormir. Pero en la madrugada, ella sintió que su marido no respiraba bien. Con incrementos en la carga de oxígeno que recibía por mascarilla fue sobrellevando la crisis pero en la mañana la falta de aire era sostenida.

"El pecho era una cosa que bombeaba. Nunca lo había escuchado así", recuerda Azucena. Llamó a la emergencia móvil y nuevamente se dispuso su internación en CTI. Esta vez las condiciones de aislamiento fueron aún mayores porque en el apuro los lentes de contacto de Romay quedaron olvidados en la casa. Sin ellos prácticamente no veía.

A través de WhatsApp, los médicos se comunicaban con la familia y daban cuenta, diariamente, de que la situación del paciente se iba agravando. El domingo 5 de abril, a mediodía, comunicaron su fallecimiento por la insuficiencia respiratoria.

No hubo una despedida. Si bien Ricardo Romay tenía celular, se le había roto y estaba acostumbrándose a uno nuevo, que aún no dominaba completamente. La familia pudo comunicarse solo una vez con él durante la primera internación.

"El día que habló con nosotros por el celular se reía. Estaba contento. Y nosotros quedamos contentos de sentirlo y a mí me calmó el corazón. Pero al otro día ya no pudimos comunicarnos. Estaba apagado. Le pedimos al médico si no podía cargarlo, pero entendemos que están con muchos enfermos para atender", cuenta Azucena.

Tampoco hubo velatorio y a la familia no le permitieron reconocer el cuerpo. El cajón cerrado llegó al Cementerio del Buceo el martes 7 de abril. Que Azucena haya podido participar del entierro fue un milagro. Como para esa fecha aún no tenía el resultado del hisopado, debía
guardar estricta cuarentena. Sin embargo, minutos antes de la hora prevista para el sepelio, le comunicaron que había dado negativo, lo que le permitió salir de la casa. Llegó a tiempo porque el arribo del cuerpo se demoró una media hora. Ella, los tres hijos y las tres nueras fueron los únicos asistentes permitidos a una inhumación sumaria.

"Esta enfermedad no solo es la enfermedad solamente. Hay que aguantar el protocolo, que es cerrado completamente. Porque separan a los enfermos de la familia. No poder cuidarlo ni verlo fue un golpe duro para él y para mí", dice Azucena. "Yo sabía que por la edad nos podía tocar partir. Pero no de esta manera. Fue muy repentino y muy cruel".

La mujer también se hace preguntas. "¿Qué pasa si mañana internan a un niño con coronavirus? ¿Sus padres no lo van a poder ver? ¿Cómo le explican a ese niño? Yo creo que, con las medidas de prevención, los acompañantes de personas indefensas tenemos derecho a
estar con nuestros seres queridos cuando nos necesitan. Yo me hubiera puesto la máscara y el traje para acompañar a mi esposo".

Ricardo Romay Vega había nacido el 26 de noviembre de 1935 en Montevideo. Sagitariano, alto y corpulento. Estaba jubilado. Había sido empleado en el desaparecido Banco La Caja Obrera. También trabajó en un estudio contable y fue guardia de seguridad. De joven
proyectaba cine en su barrio. Amaba el cine. Veraneaba con su familia en el viejo hotel de los taxistas en Piriápolis. Le gustaba el fútbol y era hincha de Nacional. La perrita caniche del apartamento se llama "Mimosa".

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad