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Cosas que pasan: Donde el amor despierta, muere el yo, déspota y sombrío

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Jorge Bafico

BIENESTAR

Jorge Bafico invita a pensar qué cosas buenas trajo el COVID-19; la nostalgia del abrazo, el ansia de la caricia y el recuerdo de la ausencia. Y tiempo, aunque no sepamos qué hacer con él.

Jorge Bafico

Uruguay no ha tenido tragedias colectivas como terremotos, tsunamis u huracanes. Somos legos en esta materia, por tanto esta parece ser nuestra primera vez en un fenómeno de tal magnitud. El pánico y la incertidumbre se apoderaron de nosotros, dejándonos sin respuestas hasta ahora.

Las redes tomaron la delantera en el “tratamiento” de esto e invadieron con recetas y con hashtags para ayudar a desangustiar. Para eso organizarse en horarios, ordenar placares, leer, mirar series, terminar con antiguas tareas. etcétera. Todo para intentar evitar lo inevitable: la angustia que produce el efecto de lo real.

En el tiempo de los discursos higienistas que pretenden una especie de asepsia emocional, donde se anhela que la afectación no exista y donde la toxicidad siempre es del otro, el Coronavirus viene como anillo al dedo. Un intento pueril de resolver algo del pánico instalado, porque la realidad “objetiva” no prima sobre una mucho más importante: aquella llamada realidad psíquica o subjetiva, esa que creó un gigante terrible y mortífero llamado Coronavirus, una versión de un Otro sin límites que se mete por todos lados, por los barrios, por las casas, por los cuerpo, convirtiéndonos en puro objeto de control.

La contracara del discurso higienista es la inhibición, aquella que aparece en todos nosotros, comilones voraces de toda la información que nos llega, pero con la imposibilidad aún de metabolizarla. Generamos una maquinaría, de la que somos parte, que atiborra de información en programas de televisión, en noticias en internet, pero también en grupos de whatsapp donde los memes y las diferentes teorías del origen de este mal conviven en un caos armónico sin necesidad de verificar si esos contenidos tienen asidero o no y la multiplicación de los pensamientos personales virtuales en torno a lo que hay que hacer o no hay que hacer en estos tiempos oscuros.

Avasallados por una información en exceso que no da respiro para poder pensar en qué nos está pasando y en cómo resolverlo.

Nuestra vida diaria, aquellas rutinas como el trabajo, la vida social, las actividades culturales, las académicas, los casamientos, han sido truncadas.

Hoy estamos silenciados e inhibidos por este real que detuvo al mundo, en todas sus ángulos, sin embargo una vez más los artistas tomaron la delantera y organizaron conciertos desde sus casas, primeros solos y después acompañados por su banda desde la virtualidad, también aparecieron otros, con menos nombre y convocatoria que cantaron desde sus balcones, regalando conciertos barriales y entrañables. Y los vecinos se empezaron a conocer desde la lejanía. Los profesionales salieron al ruedo ofreciendo su experticia a aquellos que los necesitaban. Los médicos, enfermeras, y personal de la salud comenzaron a ser aplaudidos y respetados como nunca por su labor heroica.

Y la pandemia hizo un silencio a eso llamado la era del narcisismo, del vacío, o del consumo, y propició otra manera de ver el mundo. La pandemia trajo algunas cosas buenas como la nostalgia del abrazo, el ansia de la caricia y el recuerdo de la ausencia. Y el tiempo volvió a ser tiempo aunque no sepamos bien aun que hacer con él.

Algo del Eros se coló por ese Thanatos avasallante y estridente que parece haberlo tomado todo. Pero aún en un resquicio, en una zona abisal algo del amor se escurrió entre las ventanas en forma de canción que se canta o se palmea en algún balcón. Porque como dice Freud “pues allí donde el amor despierta, muere el yo, déspota y sombrío.”
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Conocé a nuestro COlumnista
Jorge Bafico, psicoanalista
Jorge Bafico

*Psicoanalista. Doctor en Psicología. Miembro de la AMP. Miembro del GLM, Profesor adjunto de la Facultad de Psicología, columnista de Abrepalabra.

Podés seguirlo en Twitter acá.

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