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Historias de piel: Sucia, la intimidad vista como algo negativo

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Intimidad

El sexólogo Ruben Campero trae una columna que analiza cómo vemos a la intimidad con un concepto de suciedad desde tiempos pretéritos.

Por alguna razón “lo sucio” resulta una cualidad negativa. Más aún si se lo toma como identidad y se lo particulariza en clave femenina. “Ser una sucia” no sólo aludiría al aseo personal, sino que también cobraría una connotación moral, de clase y sexual, especialmente al ser aplicada a una mujer.

Desde la tradición judeo-cristiana los llamados “pensamientos sucios” han sido instalados en el imaginario occidental como “maldad” y “lujuria”, provocando que el “estar sucia” se entienda como “estar en pecado”, o formando parte del grupo de las mujeres “bajas” o “del bajo”.Esas que se arrastran en su densidad “no angelical” por las mundanas mugres de la vida extra doméstica a la que toda “buena” mujer moral y clasistamente burguesa tiene prohibido acceder.

Al parecer la suciedad contaminaría algo que se entiende original, limpia, infantil e inocentemente “puro”. De ahí que la “reputación” sexual de una mujer haya sido tradicionalmente “medida” en clave de dignidad sexual a través de la figura de “la virgen”, en tanto cuerpo así feminizado cuyo origen se concibe inmaculado, es decir libre de toda mácula o mancha provocada por los “sucios manoseos” de la vida. Esos manoseos que “adulteran” desde la cultura (asociada a lo masculino) lo “flamante” de un “producto sin uso” que se adquiere, así como la esencialidad de una naturaleza simbólicamente feminizada en la fertilidad de la tierra.

Tal vez por eso a muchas mujeres se les logra vender tanto producto inútil (al igual que a los hombres pero con otras estrategias de marketing) mediante el ataque a su autoestima, de modo tal que deseen lucir y “oler” agradablemente, alejando así (o maquillando) el riesgo de parecer “unas feas y sucias” y dejar de ser “elegibles” por otros.

De esta manera lo femenino seguiría siendo asociado a la empatía robótica de estar pensando todo el tiempo en agradar a otro. Aspecto que no ocurre con lo masculino, en la medida en que el egoísmo afirmativamente fálico con el que se lo relaciona, así como el “fuerte olor a hombre” que se supone expele su cuerpo macho, cuenta con una fama erótica asociada a la autonomía y la animalidad endiosada. Algo muy distinto al humor popular que se usa para descalificar misóginamente a las mujeres a través de piernas peludas, menstruaciones, flujos vaginales “aromáticos” y alientos de “no rosas”, así como olores y vellos axilares, e incluso cuando “le hiede la de abajo”

Desde el proceso histórico genocida que implicó la colonización de América, y el secuestro y esclavización de personas también africanas, la ideología moral-religiosa-higienista europea fue desarrollándose sobre las tierras “conquistadas” no sólo como un modo de prevenir enfermedades, sino también como un sistema de control social y aniquilación de culturas a través del desprecio de modos ancestrales de hacer Medicina. Aniquilación que requirió del disciplinamiento de cuerpos que debían ser “esterilizarlos” biológica e ideológicamente de modo tal de ponerlos a producir para la acumulación de otros.

De a poco la suciedad se fue transformando en el enemigo por excelencia (siempre exterior al limpio, puro y sano colonizador, y luego al criollo) en tanto productora de “males”, con lo cual se justificaba las bondades “morales” no sólo de tener cuerpos sino más bien mentes “limpias” y por tanto “adaptables”. Es por esta y otras razones que la “mujer sucia” se constituyó en la bruja moderna portadora de infecciones, que ya no provocaba malas cosechas sino que se constituía en la peligrosa transmisora de infecciones a los buenos hijos de la patria desde su rol estigmatizante de prostituta, dejando siempre patriarcalmente a los hombres en el lugar de los originalmente “limpios”.

No por casualidad muchas veces cuando se le pregunta a un varón heterosexual porqué no usó preservativo al tener coito vaginal con una mujer, argumentará que “seguramente ella debe estar tomando pastillas”, o que en definitiva se trata de “una limpia y buena mujer”, razón por la cual no se va a agarrar “nada malo” con ella.

Según parece la suciedad no sólo remite a la higiene corporal, sino a una connotación moral que ha sido utilizada también en los procesos de feminización misógina y de animalización sexual especista de los cuerpos de mujer, de modo tal de constituir a “la sucia” en objeto de ataque a la vez que en fetiche erótico desde la figura de “la guarra”

Pero si bien a la mujer se le “concederá” la libertad de “tener que ser” una “puerca mugrienta” con las cosas que hace y dice en la cama (sobre todo cuando está con un hombre), también se le recordará con esquizoide contundencia, que la higienista vigilancia patriarcal que la clasifica como una “asquerosa puta” por lo que hace sexualmente siempre la va a estar mirando y acechando. Poco importará, por tanto, que los actuales modos de desigualdad de género no operan de manera tan contundente como antaño, ni que la doble norma moral sexual parezca al fin estar superada.

Conocé a nuestro columnista
Ruben Campero
Ruben Campero

Psicólogo, Sexólogo y Psicoterapeuta. Docente y autor de los libros: “Cuerpos, poder y erotismo. Escritos inconvenientes”, “A lo Macho. Sexo, deseo y masculinidad” y “Eróticas Marginales. Género y silencios de lo (a)normal” (Editorial Fin de Siglo).

Fue co-conductor de Historias de Piel (1997-2004, Del Plata FM y 2015 - 2018,
Metrópolis FM). Podés seguirlo en las redes sociales de Historias de Piel: Facebook, Instagram y Twitter y en su canal de YouTube.

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