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Historias de piel: ¿Sos hombre o qué?

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hombre de Campero

Intimidad

El psicólogo y sexólogo, Ruben Campero, nos trae una columna sobre la definición de la masculinidad y los usos del término hombre como definición.

La pregunta “¿sos hombre o qué?” se usaría aún en calidad de reproche, desafío o intento de humillación, con el objetivo de “encauzar” en el correcto acatamiento de los valores de género consagrados, a un sujeto “encauzable” que se autopercibe, y espera ser percibido (y apreciado) como hombre en tanto que masculino. Claro está que por la misma razón dicha pregunta sería también utilizada como agravio explícito a una persona trans, de género fluido o no binaria, en intento de forzarla a que encaje y se defina según los parámetros normativos.

Esta, como tantas expresiones de lo cotidiano, más aún si son producidas en un contexto vincular de intimidad pasional, ofician como tecnologías sociales que tienen el fin de recordarnos quien (y qué) es quien, así como lo que se espera que se haga para que cada persona pruebe su posición y convicción dentro de una estructura social, en este caso jerárquica como es la de género binario masculino-femenino.

Con ello se plantearía un ejemplo de lo que la filósofa norteamericana Judith Butler llama en su libro “El género en disputa” (1990) un “acto performativo” desde el lenguaje y el cuerpo, en tanto que parodia repetitiva que evoca un determinado contenido (en este caso el universo de significados contenidos en la categoría “hombre”) con pretensión de constituirse en “la verdad” respecto de lo que es “ser hombre”.

La masculinidad desde la que se compele a leer esta aparente “condición” de hombre, al ser repetida acríticamente a través de actos de habla ritualizados, y “reconocida” (y reclamada) por los demás, terminaría luciendo como la simple expresión de algo que ya estuvo ahí desde siempre, e incluso antes de la existencia del lenguaje mismo que lo nombra, y que por tanto respondería en exclusividad a un universo “natural” y “biológico” que confirmaría tautológicamente la supuesta evidencia de lo que un hombre “es” por “ser tal”.

Lo llamativo de enunciados naturalizadores de este tipo es que deben ser reforzados una y otra vez (casi como si en los hablantes hubiera una intuición de que esas prescripciones no pasan de un mero “juego de roles” que pueden “olvidarse”), utilizando la amenaza y el miedo que representaría la reprobación del otro (por su poder para marginar y excluir), de modo tal que cualquier duda sobre el binarismo hombre-mujer como ”verdad revelada” sea negada y reprimida en clave de tabú. Es decir como ese “algo” que no debe ser mirado, tocado ni pensado (mucho menos cuestionado), so pena de un castigo inconmensurable.

Tal entrenamiento en la repetición ritualizada propia de lo performativo, comienza desde las expectativas de género que se tienen ya ante un embarazo, continuando obsesiva y violentamente en la educación sexual informal con la que desde la familia y el medio se trata a las infancias a través de mandatos mediatizados por juguetes, colores y clasificaciones, los cuales apuntan a crear la percepción de un “ser” hombre o mujer. Un verdadero disciplinamiento con fines ideológicos concretos, que discurre durante toda la vida como marcador social de reconocimiento y pertenencia, en tanto que también potencial sentencia de marginación (e incluso hasta de violencia y asesinato) si no se cumple con la “claridad” estética de género requerida.

Si ser hombre es lo natural, sería ante ese momento de pasional confrontación en el que se emite la afrenta machista “¿sos hombre o qué?”, en el que el interlocutor que agrede intenta “pegar por el lado que duele” a modo de manipulación, en tanto ambos participantes del diálogo saben que las grietas de lo masculino representan angustiosas zonas que conducirían hacia esa “nada” tabuizada. Una “nada” en la que habitaría eso “no masculino” y “feminizado” que debe ser negado para que lo masculino luzca como “lo natural”.

Es por tanto que la categoría “hombre” se presentaría y prescribiría como una “condición” plagada de sentido “natural”, a partir del constituir en certeza material una ficción que sostiene con sus parodias performativas, la idea de que las cosas enunciadas existen en un plano previo y natural, y que el lenguaje vendría simplemente a ordenarlas a través de su “no política” nominación.

Sin embargo el “o qué” final de la pregunta “¿sos hombre o qué?”, vendría a abrir, incluso desde lo verbal, un perturbante abanico no binario, diverso y repleto de posibilidades no patologizantes de significar parte de la multiplicidad que ampliaría las construcciones de realidad de lo performativo.

Dicho “o qué” tendría la intención de señalar el amenazante tabú de lo prohibido desde la ausencia de nominación, es decir de aquello que “no tiene nombre” (¿que sería ese “qué” contenido en el “o qué” del enunciado?), para encauzar a un sujeto que patriarcalmente se necesita que siga produciendo(se) “como hombre”. Aunque también dejaría entrever las fallas o discontinuidades de un sistema de control de género jamás hermético, desde las cuales asomarse a un vasto universo en el que habitan modos de existencia disidentemente “vivibles” del continum masculino-femenino que no son del todo atrapadas por las categorías y binarismos de género.

Conocé a nuestro columnista
Ruben Campero
Ruben Campero

Psicólogo, Sexólogo y Psicoterapeuta. Docente y autor de los libros: “Cuerpos, poder y erotismo. Escritos inconvenientes”, “A lo Macho. Sexo, deseo y masculinidad” y “Eróticas Marginales. Género y silencios de lo (a)normal” (Editorial Fin de Siglo).

Fue co-conductor de Historias de Piel (1997-2004, Del Plata FM y 2015 - 2018,
Metrópolis FM). Podés seguirlo en las redes sociales de Historias de Piel: Facebook, Instagram y y en su canal de YouTube.

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