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«Ahora el viento viene de frente»

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Campos. Avizora un 15% de merma de la actividad en este semestre. (Foto: Ariel Colmegna)

Llegó con 12 años a Uruguay junto a su madre. Nació en Santiago de Compostela, Galicia, en 1943. Su padre, que emigró tres años antes, los convocó cuando tuvo puesto seguro, de capataz en el colegio Seminario.

Hizo la primaria en los Talleres Don Bosco y el liceo en el Maturana. A los 15 años se empleó como mandadero en una farmacia y luego fue panadero hasta que, a los 18 años, ingresó como cadete en la fábrica de cables Alur, empresa que adquirió 50 años después. Con los productos Cablinur, su compañía Rey Campos SA factura US$ 10 millones anuales y es el segundo emprendimiento más importante del rubro en el mercado. Cree que el tiempo de bonanza económica ha terminado y se prepara para ello. Está casado y ya es abuelo.

¿Cómo fue que llegó a convertirse en propietario de Alur, la ex fábrica de cables donde 50 años antes tuvo su primer trabajo?

Es una historia larga. Ingresé a Alur como cadete, pero seguí estudiando mientras trabajaba: hice inglés, contabilidad y teneduría de libros en la Academia Pitman. A medida que adquiría conocimientos, fui escalando posiciones. A los 21 años iba a liquidar los sueldos a la planta de Canelones, que luego terminé comprando, en la ruta 5, a la que recuerdo llegaba en ferrocarril. Alur había sido fundada en 1953 por un austríaco, Johan Penn, para fabricar alambres de campo, pero con el tiempo se fue volcando a la fabricación de cables. En 1970, cuando me desempeñaba como vendedor desde hacía varios años, me surge la posibilidad de comprar una pequeña fábrica de cables que había sido fundada un tiempo antes. Se llamaba Elinur y la compramos con Saúl Zamit, un compañero de Alur. Así que renunciamos y nos pusimos a trabajar por nuestra cuenta.

Al principio tuvimos muchas dificultades, porque las importaciones no eran libres; en aquel tiempo se manejaban cupos, pero nos las ingeniamos, nos hicimos conocidos en el mercado y con los años fuimos creciendo. Las instalaciones en las que comenzamos, en la calle San Fructuoso, nos fueron quedando insuficientes así que nos mudamos a la calle Porongos, para finalmente dar con la que es la sede actual, en la calle Oliveras, en Sayago. Fuimos «Zamit y Campos» por más de 20 años, hasta que mi socio decidió abrirse para montar una fábrica de jugos y yo le compré su parte. La empresa pasó a llamarse Rey Campos, una sociedad anónima, juntando el apellido de mi esposa al mío. Cablinur es la marca de nuestros productos.

¿Qué pasaba entretanto con Alur?

Alur siguió trabajando hasta que sobrevino la crisis grande de fines de los ‘90. Con la devaluación en Brasil, perdió uno de sus principales mercados, Rio Grande do Sul. La situación se complicó más cuando perdió unas licitaciones muy importantes de UTE, y la empresa entró en liquidación. Hubo un intento de reactivación por parte de un empresario peruano, pero no se llegó a nada. La fábrica pasó muchos años cerrada y sus empleados en conflicto, hasta que hace pocos años fue rematada.

¿Decidió participar en el remate para reactivarla?

No. Solo me interesaba adquirir el equipamiento para mejorar mi producción, porque no había otro de su tipo en el país. Accediendo a él podía comenzar a producir nuevas líneas de cables. Como parte de esa maquinaria pertenecía a los obreros, negocié con ellos para hacerme de ella, pensando que iba a poder ir llevándomela paulatinamente. Pero el Banco República, que era el propietario de los galpones, me exigía dejarlos libres en 90 días, era inflexible, y yo no tenía a dónde instalarla de modo que, al final, con muchas facilidades, terminé comprando los galpones también.

¿Qué inversión total supuso para usted?

No tenía fondos propios para hacer frente a esa inversión, que superó los US$ 3 millones, pero estos últimos ocho años fueron tiempos de bonanza, el sector de la construcción se movió mucho, hubo gran inversión extranjera, de modo que pudimos quedar saneados. El crédito ya está pago. Fue un gran esfuerzo, no solo mío. Nada, en ningún momento de la historia de la empresa, hubiera sido posible sin la gente que en los comienzos me enseñó el oficio y luego, sin el equipo que se fue armando y que me acompaña desde entonces. Cuando una empresa crece es imposible sacarla adelante sin colaboradores de hierro en la gestión. Tengo gente que trabaja conmigo en la planta y en la administración desde hace 28, 30, 32 años. Y esta gente que compone al 50% del plantel, es la que enseña a los más jóvenes, con su actitud y su mentalidad, el estilo de trabajo y el espíritu de la empresa. El secreto está en ese mix.

¿La planta de Canelones pasó a ser la principal para Cablinur?

No. Montevideo sigue siendo la cabecera, porque aquí empezó todo. No tenía, además, gente capacitada o que tuviera ganas de viajar 45 kilómetros todos los días para trabajar en Canelones, de modo que recontratamos a algunos de los obreros de la ex Alur, junto con Heinz Zirbesegger, un ingeniero en cables austríaco radicado en Uruguay que fue gerente de Alur muchos años y hoy actúa como asesor en Cablinur. Heinz, que llegó a tener bajo su mando a 120 personas y a todas las conocía cabalmente, pudo recomendar a los primeros que recontratamos del grupo inicial. Luego tomamos a otros en forma paulatina, con la intención de que los mayores capacitaran a la nueva generación.

¿A qué se dedican cada una de las plantas?

Ambas se complementan, pero los cables de aluminio se fabrican íntegramente en Canelones. Allí fabricamos la línea de cables armados de aluminio y de cobre especiales, de 500 mm, todas las medidas gruesas, cables de control y comando. También fabricamos en Canelones cuando Montevideo tiene sobrecargadas sus líneas de producción. En ella hacemos los de menor porte, para instalaciones domiciliarias e industriales medianos.

¿Qué volumen fabrican y venden al año?

Manejamos unas 100 toneladas mensuales de materia prima, entre aluminio, cobre, PVC y las distintas aislaciones. Estos volúmenes guardan relación con las ventas.

¿Cuál es su factuación?

Ronda los US$ 10 millones, un 40% es generada por compras del Estado. El resto se logra vía nuestra red de distribuidores, casas de electricidad y empresas de ingeniería que intervienen en licitaciones de proyectos de inversión.

¿Exportan?, ¿se preparan para hacerlo?

Quisieramos, pero es inviable. Uruguay no dispone de materias primas. Importamos todo. Alumnio y cobre de Brasil y Chile, de Oriente, los plásticos de Argentina, Brasil y Europa... No podemos competir, esto no es carne ni leche. Los impuestos son altos, la energía es cara, las cargas sociales son caras, el combustible es caro. Sume todos estos costos: no somos competitivos, menos aún en la situación de la región. A la sombra de Argentina trabajamos muchos años, justo es decirlo, vendíamos muchísimo a las torres que se construyeron en Punta del Este estos años. También a los brasileños. Y para nosotros la construcción es vital.

¿Cuántas fábricas como la suya compiten localmente?

Somos cinco, con Neorol liderando en el sector. Es una subsidiaria de IMSA, la empresa argentina. Luego venimos nosotros. Y tenemos con todos muy buena relación, dependiendo de la situación coyuntural, claro. Cuando hay, hay para todos, y cuando no hay se complica. Nos complica a veces también la competencia que llega desde el exterior. Algunas obras de infraestructura que implican inversiones extranjeras traen sus propios proveedores, en asociaciones colaterales sugeridas por el inversor. Sobre todo en lo que hace a la instalación en parques eólicos. Muchas veces, el equipamiento que utilizan y que podríamos abastecer nosotros, llega disfrazado entre otros insumos, subvencionado además, a pesar de que tenemos una cierta protección para que esto no suceda y todo el material que pueda precisarse está disponible en el mercado local. En definitiva, la situación está complicada. Es como el cuento bíblico, a siete años de vacas gordas le siguen siete de flacas. Y ya pasamos el período de vacas gordas. Se terminó.

¿Y cuál es su estrategia frente a este panorama?

Ese es el tema. Vamos a ver cómo les va a Argentina y a Brasil, dependemos de ellos, pero el horizonte no es muy alentador. Ya no hay inversiones grandes en Uruguay. Esperamos por la regasificadora y por algún parque eólico. UTE es el principal comprador del Estado, también alguna intendencia que se aboque a renovar luminarias, pero estas obras no nos darán de comer a todos. No tendremos el ritmo de crecimiento de estos últimos ocho años. No sabemos que ocurrirá cuando las obras todavía en danza que se ven en Montevideo, se terminen. No me gusta, pero tengo que ser más o menos realista. Se terminó el famoso viento de cola... Es más, ahora el viento viene de frente. Así que buscaremos ser más competitivos, más organizados, buscaremos reducir costos, ver bien en qué podemos gastar y en qué no. Postegar la compra de maquinaria que no sea urgente, reducir lo posible los gastos en mantenimiento, y los superfluos... Apretar el cinturón.

¿Cree que podrá mantener los niveles de producción tal como están hoy?

No, no creo que pueda mantener el nivel de producción que traíamos, en función de la expectativa de trabajos contratados que tenemos. Aun cuando solemos tener respuesta rápida, porque en 10 días podemos satisfacer un pedido. Avizoro un 15% de merma de la producción para este primer semestre y un 20% para el siguiente. Vayamos mentalizándonos, este año no será como 2014 o 2013.

¿Cree que la industria nacional merecería un mayor apoyo por parte del gobierno?

Creo que el apoyo debería venir a defender un poco más lo que es nuestro, sin llegar a ser proteccionistas en extremo. En general, los gobiernos muy proteccionistas generan inoperancia. Pero cualquier nación en el mundo protege a su industria. Bajemos los costos de producción de alguna manera, y no abramos las puertas a todo el mundo para que venga y nos invada el mercado, porque cada vez que los uruguayos queremos salir al exterior para colocar algo, tenemos que luchar a brazo partido y saltar cuanta piedra nos ponen en el camino. Las cosas tienen que ser de ida y vuelta. Que rijan las mismas reglas para todos.

«Se roban más cables de cobre cuando hay crisis económica».

¿La fabricación de cables es un oficio complicado?

Es. No hay ninguna escuela industrial ni técnica pública o privada que enseñe esto. La gente debe saber manejar y mantener la maquinaria, que puede ser más o menos rústica, pero exige cierta pericia que es preciso adquirir.

¿Cómo se fabrica un cable?

El proceso de fabricación empieza con el trefilado, el estiramiento del metal en frío, sea cobre o aluminio, de unos 8 mm originales hasta llegar a la medida que indica la norma. Después se recose, se retuerce y finalmente se forra con distintas aislaciones, de PVC o de otros polietilenos, depende del uso que se le vaya a dar, ya sea el hogar, para una cafetera o una máquina de cortar pasto, la instalación de una casa o para en grandes estaciones de UTE y de ANTEL.

¿El hurto de cables de UTE impacta en su actividad?

No, ya no. Hay más hurtos de cables de cobre en épocas de crisis. Pero ahora, además, el cobre está siendo sustituido por el aluminio en las líneas externas de UTE y por la fibra óptica en ANTEL. Y el aluminio no vale nada en el mercado del reciclaje.

APUNTES DE CARRERA.

1961

Ingresa como cadete a la fábrica de cables Alur, en la que va ascendiendo para ocupar distintos puestos: fue administrativo, cajero y vendedor.

1970

Compra con su socio, Saul Zamit, una pequeña planta de fabricación de cables, Elinur, en la calle San Fructuoso, en Reducto. Luego se mudan a Porongos, en La Figurita.

1990

Ya instalados en la calle Oliveras (Sayago), se separa de Zamit, enfrenta una situación financiera difícil, pero se rearma, estableciendo Rey Campos S.A.

2013

Terminó de pagar los créditos tomados, cinco años antes, para la compra de la maquinaria y las instalaciones de la planta de fabricación de cables Alur, cerrada una década antes.

CIFRAS DEL NEGOCIO.

10

Millones de dólares anuales facturó el último ejercicio. Un 40% corresponde a compras del estado.

90

Personas trabajan para Cablinur, 60 en Montevideo y 30 en Canelones. Desde hace tres años el gerente general de la empresa y encargado de la ex Alur es el ingeniero Edward Pus Cano, yerno de Campos.

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Campos. Avizora un 15% de merma de la actividad en este semestre. (Foto: Ariel Colmegna)

Mario Campos - director de Rey Campos S.A.

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