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Pensar en verde

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Diego González Carvajal creó las condiciones para un nuevo paradigma de consumo. Foto: WOBI.
Eduardo Rembado

Desde que fundó Interrupción, Diego González Carvajal se propuso, a partir de la producción de frutas y verduras orgánicas, cambiar las reglas de la alimentación guiado por dos premisas: el comercio justo y la sustentabilidad.

Tenía en mente crear algo similar a una ONG, pero al mismo tiempo le interesaba la economía, que por entonces estudiaba en la universidad. Y, aunque quería ocuparse de cuestiones públicas, se resistía a tomar la decisión de trabajar en el Estado. Tampoco estaba dispuesto a limitarse a hacerlo en el sector privado. «Aspiraba a juntar lo público y lo privado en un solo espacio —cuenta Diego González Carvajal, que acaba de cumplir 36 años—. Pretendía usar las herramientas de una empresa con un fin social. Crear un mecanismo de mercado que tuviera en cuenta sus costos sociales y ambientales». Se preguntaba si algo así era posible. En el 2000, mientras cursaba en la universidad, se le ocurrió el proyecto de Interrupción (ver recuadro «Círculo virtuoso»).

Cuatro años después, fue elegido por Ashoka como emprendedor social por haber creado las condiciones para un nuevo paradigma de consumo, mediante acuerdos entre productores y consumidores, con el objetivo de lograr un desarrollo sostenible.

Según el balance de 2013, su compañía facturó US$ 40 millones, tiene 35 empleados repartidos en oficinas en Argentina, EE.UU., Perú y Chile, y más de 8.000 trabajadores asociados. «En 2014 generamos US$ 1 millón en primas de salud y educación para las asambleas de trabajo y comercio justo», dice con evidente orgullo.

Interrupción no surgió como la empresa que es hoy. ¿Cómo fue encontrando el rumbo?

Los primeros años, del 2000 al 2005, fueron muy difíciles, sobre todo porque había una idea central pero los proyectos que encarábamos no se relacionaban entre sí. No le encontrábamos la vuelta al modelo de negocios. En 2005 descartamos muchas de las cosas que hacíamos para concentrarnos solo en la agricultura, que ya veníamos desarrollando. Nos enfocamos en esa industria porque Sudamérica ocupa un lugar privilegiado en la economía mundial de la producción de alimentos. La estrategia a seguir fue muy precisa: que la industria internalizara los costos ambientales y sociales, y cumpliera con estándares muy claros en términos de comercio justo, en lo social, lo orgánico y lo ambiental. Esos estándares, más la biodinámica, en aquel entonces fueron las grandes diferencias con cualquier otra empresa dedicada a exportar frutas y verduras como la nuestra.

¿Cómo son las prácticas en la industria tradicional?

Hoy en día, la agricultura produce alimentos genéticamente modificados que, en ciertos casos, el cuerpo humano no puede procesar y eso es causa de enfermedades. Además, el uso de pesticidas y químicos contamina el ambiente. Por otro lado, se emplean químicos para la conservación de frutas. Hay uno, por ejemplo, que parece «embalsamar» a las manzanas y detener su crecimiento. Cuando alguien come una de esas manzanas está comiendo una hormona que detiene el crecimiento, lo cual no solo genera problemas ambientales sino también en la salud.

¿Y qué propone Interrupción?

La diferencia fundamental reside en el comercio justo. Los productores asisten a una asamblea de trabajo y, luego de identificar qué tipo de problemas hay en su comunidad y en el resto de la sociedad, establecen un plan. El precio que se les paga permite condiciones de vida dignas, con mayor calidad a través de los años. Por otro lado, cuidamos el medio ambiente porque no se usan pesticidas ni químicos. Y finalmente está el tema de la biodinámica, un sistema que enseña a emplear diferentes tipos de hierbas para la conservación. Varios estudios indican que las técnicas biodinámicas logran que las frutas y verduras se conserven mejor que las que tienen agroquímicos.

¿Tampoco usan fertilizantes químicos?

No. Optamos por el compost. Es decir, los residuos orgánicos que, al enterrarse, son «trabajados» por bacterias, lombrices y excrementos de animales. Todo eso, al fermentar, produce un tipo de fertilizante natural cuyo rendimiento es igual al de cualquier otro fertilizante químico. Y se emplea para hacer crecer otras verduras, de manera que se forma un ciclo virtuoso que favorece al medio ambiente. Es una técnica muy interesante porque no genera basura. Hoy es un poco más caro producirlo, pero cada vez será más barato. En la Argentina estamos tratando de armar un proyecto que consiste en pasar por la puerta de los restaurantes para retirar los restos de vegetales y llevarlos al compost de nuestras huertas. Así, no solo contribuimos a reducir la basura, sino que esos restos vuelven a la sociedad como alimentos.

¿Desarrollan las granjas donde cultivan o se suman con sus técnicas a las ya existentes?

Depende. A veces ayudamos a formar una cooperativa, y en otras ocasiones ya está formada. Analizamos si el comercio es justo, y aplicamos nuestras técnicas para ayudar a mejorar la calidad. La certificación del comercio justo es internacional y se aplica tanto a empresas como organizaciones privadas, con leyes que lo regulan.

En los últimos años se percibe un auge de la comida orgánica.

Es verdad. En ciertos sectores sociales, como en los medios y altos, es evidente cierta tendencia a la comida orgánica, pero todavía no se da en todos los países ni tampoco a escala masiva. También hay mucho marketing de parte de las empresas que venden alimentos transgénicos para convencer a los consumidores de que no es necesario comer sano. Por otro lado, algunas dicen que venden un producto orgánico y no lo es. Por lo tanto, es fundamental saber que existe una certificación que avala ese tipo de productos, producidos sin químicos y mediante prácticas orgánicas. Más allá de los problemas, creo que hay mayor conciencia en la sociedad sobre la importancia de alimentarnos mejor. Soy muy optimista al respecto.

¿En qué basa su optimismo?

En varias razones. La comida orgánica es más sabrosa. En otros países ya se ven muchas tiendas que venden productos orgánicos, y hasta los supermercados se han sumado a esa tendencia. En América Latina todavía eso no pasa, pero hay sitios de Internet y ferias especiales que ofrecen productos orgánicos, y los consume cada vez más gente. De hecho, se están armando grupos de consumidores que se juntan para compartir información y alimentos. Hay mucha diversidad de oferta si la comparamos con unos años atrás.

Ahora se considera a lo orgánico como un buen negocio...

Sí, por los problemas que causan en la salud los alimentos genéticamente modificados. Finalmente, el tratamiento de las enfermedades que sufren quienes comen esos alimentos tiene que ser costeado por las propias empresas. Basta pensar en EE.UU., donde gran parte de la población tiene problemas de obesidad, fundamentalmente por los alimentos que consumen, saturados de grasa, azúcar y químicos. Si la alimentación fuera sana, el gasto de salud que tendría ese país sería mucho menor. Hay otros, como Rusia, en los que el gobierno subsidia las frutas y verduras.

La comida orgánica es cara. ¿Qué puede hacerse al respecto?

Cuando haya más cultivos orgánicos, los precios se van a nivelar y toda la sociedad, no solo los niveles más altos, van a empezar a consumirlos. Ya está ocurriendo. El objetivo es tratar de bajar el precio y competir con otras empresas. Hay avances. Argentina, por ejemplo, tiene una ley orgánica muy buena.

¿Cuáles son sus futuras metas?

Tenemos un gran desafío: tratar de transportar los alimentos sin contaminar el medio ambiente. Es decir, que lleguen hasta el consumidor sin contaminar. Otro está vinculado a la comunicación. Mi objetivo personal es que el tema de la alimentación sana tome relevancia en el grueso de la sociedad. Estoy convencido de que a la enorme mayoría de la gente no le importa que un alimento esté genéticamente modificado. El problema es que las consecuencias son a largo plazo; no se ven en lo inmediato. Pero cuando empiezan a salir a la luz diferentes casos, automáticamente aumenta la conciencia en la gente. Es muy importante que estos temas ocupen un espacio mayor en los medios de comunicación y en los espacios de interacción social, como festivales y centros comerciales.

¿Y por qué Interrupción, que ya tiene 10 años de operaciones, siempre tuvo bajo perfil?

Es cierto que en términos de comunicación, marketing y prensa no hicimos mucho. Pero también es cierto que tuvimos mucho trabajo para lograr establecer el negocio. El poco presupuesto para marketing lo destinamos a la comunicación en las góndolas, donde el consumidor final toma la decisión de compra. A corto plazo, la apuesta es estar más presentes en las ferias orgánicas (que cada vez son más), en los medios y en los supermercados. Es todo muy nuevo. Tuvimos que ir aprendiendo mientras crecíamos.

Círculo virtuoso.

Interrupción es una empresa social fundada a principios de siglo que exporta alimentos orgánicos —principalmente frutas y verduras—, y desde hace un tiempo también cereales. La idea rectora es «interrumpir» a los consumidores en el supermercado para ofrecerles una nueva opción de alimentos saludables, cuya elaboración no daña el medio ambiente y tiene impacto positivo en las comunidades que los producen. Trabajan con pequeños y medianos productores de diferentes regiones de América Latina y se preocupan por contribuir a una mejor calidad de vida de los agricultores, así como por mantener una tierra saludable para la siembra y cosecha de frutas y verduras.

«Podemos lograr una nueva economía socialmente responsable si cambiamos la manera en que las organizaciones y los individuos ven sus roles en la sociedad. Esa economía se compone de cadenas de suministro totalmente sostenibles, que elaboran productos de alta calidad mientras se generan resultados sociales positivos», dice González Carvajal. Y añade: «Nuestro catálogo comenzó con mermeladas de bayas y velas perfumadas. Más adelante centramos los esfuerzos en el abastecimiento y la exportación de frutas y verduras frescas. Trabajamos muy de cerca con nuestras granjas asociadas y les proporcionamos asistencia para el desarrollo. También promovemos el consumo consciente y la defensa de los consumidores». (WOBI)

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Diego González Carvajal creó las condiciones para un nuevo paradigma de consumo. Foto: WOBI.

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