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La granja lechera que funciona con robots e incentivos para las vacas

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Tecnología. El tiempo promedio de ordeñe con robots es de seis minutos. (Foto: Shutterstock).

Innovación

Un tambo en EE.UU. muestra cómo las pequeñas explotaciones de agricultura y ganadería ganan eficiencia con nuevos sistemas

Unas 150 vacas jersey en el terreno ondulante de Rivendale Farms en Bulger, unos 40 kilómetros al oeste de Pittsburgh (EE.UU), usan collares que monitorean sus movimientos, su alimentación y sus patrones de rumiado. No las ordeñan seres humanos, sino máquinas robóticas.

Un invernadero cercano, de unos 1.000 metros cuadrados y lleno de cultivos como repollo, rúcula y zanahorias enanas, funciona de manera automatizada. La temperatura, la humedad y sol son controlados por sensores y pantallas metálicas retráctiles. Y, pronto, pequeños robots podrían recorrer las 3,2 hectáreas de cultivos de vegetales exteriores para descubrir enfermedades y arrancar yuyos.

La producción en granjas en EE.UU. es cada vez más un emprendimiento de alta tecnología. Cosechadoras guiadas por GPS, drones, imágenes satelitales, sensores del terreno y supercomputadoras ayudan a producir alimentos. Esa tecnología está hecha, en general, a medida de grandes granjas industriales, donde los campos se extienden más allá del horizonte. Rivendale Farms, que acaba de completar su primer año de operaciones, ofrece tecnologías que comienzan a estar disponibles para granjas más pequeñas.

El uso de tecnologías tiene que ver con incrementar los rendimientos y disminuir los costos y puede persuadir a los jóvenes de que se queden en las granjas familiares.

El uso de tecnologías tiene que ver con incrementar los rendimientos y disminuir los costos. Sin embargo, también permite eliminar mucho trabajo tedioso, rutinario, algo que puede persuadir a los jóvenes de que se queden en las granjas familiares.

Las granjas pequeñas típicamente producen cultivos especializados en tierras limitadas. Para esas explotaciones hay un enfoque especial, como el caso de los robots pequeños que están siendo desarrollados para Rivendale por científicos de la Universidad Carnegie Mellon.

La meta de Rivendale, cuenta Thomas Tull, su dueño, es crear una «granja boutique, de avanzada, basada en tecnologías, que produzca muy buenos alimentos».

Rivendale puede costear sus tecnologías de avanzada y sus experimentos porque Tull es un multimillonario que invierte en proyectos tecnológicos. También está en el directorio de Carnegie Mellon. El plan es que la granja se vuelva autosustentable en 2020.

Esto es parte de una tendencia más amplia que puede verse en quienes buscan cultivar productos y criar ganado saludable usando menos combustibles fósiles, fertilizantes y forraje procesado.

Más allá de su capacidad de avanzar para obtener recursos, los esfuerzos de esta granja son parte de una tendencia más amplia, que puede verse en quienes buscan cultivar productos y criar ganado saludable usando menos combustibles fósiles, fertilizantes y forraje procesado.

«Estamos viendo un mayor uso de tecnología y herramientas modernas en granjas más pequeñas», dice Jack Algiere, director de la granja del Stone Barns Center for Food and Agriculture, un emprendimiento sin fines de lucro en Pocantico Hills, New York, que promueve la agricultura sustentable en granjas pequeñas.

Tull compró sus tierras en 2015 y la construcción comenzó el año siguiente. Hoy tiene vacas lecheras, vacas de cría, vegetales, maíz para forraje, pollos y hasta abejas que producen miel.

Al ingresar al tambo de Rivendale no se vislumbran personas. Solo hay vacas, un sistema de alimento automatizado y tres máquinas ordeñadoras robóticas.

Rivendale, incluyendo pasturas, tierras de cultivo y bosques, abarca 71 hectáreas. La producción de granja en los EE.UU. se concentra desde hace décadas.

El tamaño promedio de una propiedad rural en 2017 era de 180 hectáreas, según estadísticas oficiales. Y más de la mitad del valor producido por el sector agropecuario del país es generado por un número pequeño de explotaciones muy grandes, de 1.075 hectáreas en promedio.

La leche, los huevos y demás productos de Rivendale se venden a restaurantes y hoteles locales. También provee alimentos a dos equipos deportivos: The Pirates y Steelers de Pittsburgh, de los que Tull es dueño parcial.

Al ingresar al tambo de Rivendale no se vislumbran personas. Solo hay vacas, un sistema de alimento automatizado y tres máquinas ordeñadoras robóticas.

«Los animales son ordeñados cuatro veces al día en promedio, en comparación con el régimen de dos veces al día cuando los humanos se hacen cargo de la tarea. Estas vacas jersey producen 15% más leche que el promedio de la raza, con mayor contenido de proteínas y grasa butirométrica», explica Christine Grady, gerenta general de Rivendale.
«Comen cuando quieren, se acuestan cuando quieren y se alimentan cuando quieren», agrega y enfatiza: «Una vaca más contenta produce más y mejor leche».

Ordeñe con sensores

Sensores y una balanza —el peso de una vaca puede variar en hasta 35 kilogramos por día— evitan que ingresen vacas sin las ubres razonablemente llenas.

El ganado tarda una semana o dos en acostumbrarse a las ordeñadoras robóticas y a los incentivos incorporados, dice Rodney Rankin, responsable de la operación del tambo.

Las estaciones de ordeñe tienen pellets de alimento con gusto a vainilla, pero un rumiante no puede volver repetidamente en busca de la golosina. Sensores y una balanza —el peso de una vaca puede variar en hasta 35 kilogramos por día— evitan que ingresen vacas sin las ubres razonablemente llenas. Una vez que el animal está en el compartimento, las tetillas y la ubre son lavadas con pequeños cepillos rotativos. Láseres guían los dispositivos de succión a cada una de las cuatro tetas. El tiempo promedio de ordeñe es de seis minutos. Al final, un spray de iodo y vapor limpia las ubres.

Cada máquina cuesta unos US$ 200.000. Sin ellas y un sistema de alimento automatizado, el tambo de Rivendale requeriría cinco trabajadores en vez de ser supervisado por uno.

Las ordeñadoras robóticas existen desde hace años, pero la tecnología mejora sistemáticamente. Cada máquina cuesta unos US$ 200.000. Sin ellas y un sistema de alimento automatizado, el tambo de Rivendale requeriría cinco trabajadores en vez de ser supervisado por uno.

En EE.UU. la inserción de este tipo de máquinas es muy inferior a la que hay por lo general en Europa. Mathew Haan, experto en tecnología de tambo del programa de extensión agropecuaria de la Universidad de Pennsylvania, sostiene que la brecha se explica por programas más generosos que sostienen los precios de la leche y costos laborales más altos que en los EE.UU.

George Kantor, un científico de sistemas del instituto de robótica de Carnegie Mellon, está a cargo de los estudios en Rivendale, tendientes a desarrollar «robots exploradores» para identificar enfermedades y malezas en los cultivos y enviar alertas vía teléfono inteligente si hay un problema. También es una meta que se puedan eliminar malezas, tarea complicada para un robot.

El desarrollo de maquinarias para emprendimientos agrícolas es un campo de amplia acción. Michael McGowen, excientífico del laboratorio nacional de Los Álamos, compró una granja en Oregon hace una década y se encontró con que no había herramientas accesibles para granjas pequeñas. Entonces, diseñó las suyas y creó un negocio, Carts and Tools, en Corvallis, Oregon.

«Johnny’s Selected Seeds (firma que distribuye herramientas de granja de pequeña escala) comprobó cómo su negocio se multiplicó por cinco en los últimos 10 años», dijo Adam Lemieux, jefe de producto de la compañía.

La mezcla adecuada entre arte y ciencia

Los referentes de generaciones jóvenes «tratan de descubrir por dónde avanzar con sus granjas y dónde encaja la tecnología», explica Jeff Ainslie, vicepresidente de Red Barn Consulting, que asesora a granjas familiares.
Scott Flory es uno de estos jóvenes. Tras obtener un título en ciencias tamberas de Virginia Tech, volvió a la granja familiar en Dublin, Virginia, en 2009, con ideas para modernizar las operaciones.
Desde entonces, la granja ha instalado cuatro ordeñadoras robóticas de la firma Lely y ha equipado a las vacas con seguidores de actividad.
La cantidad de vacas lecheras se duplicó sin agregar trabajadores. La granja sigue siendo casi totalmente un asunto familiar. «No estaría hoy en el negocio del tambo sin estas cosas» dice Flory, de 30 años.
En Rivendale, Tull reflexiona: «Uno termina teniendo enorme respeto por los granjeros y el trabajo que es duro y complejo. La clave es tener la mezcla adecuada de arte y ciencia».

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