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Douglas Tompkins, un "bicho raro" de los negocios

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Cambio. En 1989 vendió su parte de Sprit a su exesposa Susie. (Foto: La Nación)

El multimillonario que tras imponer The North Face y Esprit se volvió ambientalista.

Mucho antes de saltar a la fama por ser dueño de miles de hectáreas en el sur de Argentina y Chile, Douglas Tompkins, el multimillonario norteamericano que falleció el martes 8 cuando practicaba kayak en la Patagonia chilena, fue un importante empresario textil que ganó su fortuna desarrollando marcas de ropa deportiva.

En los últimos años el controvertido filántropo se dedicó full time a la defensa de las causas ambientalistas, pero nunca escondió que los fondos que destinaba a proteger la flora y fauna en los esteros del Iberá o en el parque nacional Monte León (Santa Cruz), provenían del mundo corporativo.

Su carrera empresarial se inició en la California de la década del ‘60, en pleno furor hippie, y Tompkins nunca renegó de sus orígenes poco ortodoxos. Su primer gran negocio fue la marca de indumentaria y montañismo The North Face, que nació en 1968 en la ciudad de San Francisco como una empresa con un posicionamiento más cool y sofisticado que sus competidores. En la apertura de la primera tienda, tocó como invitada la banda de rock lisérgico The Grateful Dead.

Desde el primer momento, The North Face apostó a diferenciarse con productos innovadores. Fueron pioneros en el desarrollo de las cadenas de valor locales, bajo la premisa de trabajar con materiales y proveedores que pudieran encontrarse en un radio no mayor a las 150 millas (alrededor de 240 kilómetros).

En la década del ‘70, Tompkins se desprendió de su empresa a manos de uno de sus socios, que a su vez también la vendió (hoy The North Face pertenece a la multinacional VF, dueña también de Lee y Wrangler) y al poco tiempo lanzó una marca nueva: Esprit.

La nueva marca compartía con The North Face el espíritu alternativo (al menos en un principio). Para este proyecto Tompkins y su esposa Susie comenzaron vendiendo vestidos de mujer en una furgoneta. Esprit fue haciéndose más popular y en 1978, a siete años de haber comenzando a operar, superó los US$ 100 millones de facturación.

La marca fue conquistando nuevos terrenos hasta convertirse en una multinacional presente en más de 60 países, pero a medida que la empresa crecía, Tompkins se mostraba más descreído de las ventajas del mundo corporativo.

"Descubrí que estuvimos contaminando como loco. Fue un consumismo sin ningún sentido. Cada mañana iba a la oficina y hacía algo que no tenía transcendencia", explicó alguna vez.

La dicotomía entre empresario exitoso y ambientalista hizo que en 1989 Tompkins venda su parte en Esprit a su exesposa Susie. Su primer proyecto ambientalista de gran envergadura fue la creación del parque Pumatín, en la Patagonia, y poco después fue sumando más tierra de este lado de la cordillera de los Andes y también incursionó en la provincia de Corrientes.

En una de las últimas entrevistas realizada con La Nación, Tompkins aseguró que no extrañaba el mundo de los negocios. "El estrés sigue existiendo. En términos de presión, la situación es peor que la que vivía en el mundo empresario", sostuvo. "Me gustaría ser recordado como una persona que pagó su arriendo para vivir en el planeta", concluyó. La NAción / GDA 

Le costó ganarse el respeto de ecologistas, productores locales y autoridades.

La cruzada ambientalista de Tompkins trajo polémicas. Tras ser tratado como bicho raro en el mundo empresarial, le costó ganarse el respeto de grupos conservacionistas que miraban con recelo a este millonario norteamericano. Los productores locales lo acusaban de ser una traba para el desarrollo de las economías regionales y para los ecologistas se trataba casi de un arribista. Tampoco era muy bien visto por las autoridades, que desconfiaban de un extranjero con tantas tierras a ambos lados de los Andes.

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Cambio. En 1989 vendió su parte de Sprit a su exesposa Susie. (Foto: La Nación)

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