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El Vecino, el día después

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Acallados los ecos de la contienda, aun sin saber su desenlace a la hora de escribir este artículo, empieza a asomar una Argentina diferente, finalmente enfrentada con un racimo de bombas de alto poder con la espoleta removida.

Ojalá que el talante de la sociedad ayude a encarar una serie de transformaciones duras que no derivan de la ideología sino, se podría decir, de la aritmética. Y buena parte de ellas tendrán efecto en nuestra economía en general y en el sector agropecuario en particular, que viene perdiendo ya, y perdería aún más, el atractivo que ha representado para tantos empresarios de ese país. Este es un punto a entender, no sin antes destacar que es de seres pequeños aspirar a mantener una posición favorable, desde la perspectiva de la desgracia de un socio que además no es cualquier socio: es Argentina. Me acuerdo cuando en ese país estalló la aftosa, como hubo lamentablemente algunos pocos que se ponían contentos con las posibilidades comerciales que ello podía aparejar. Ahora es igual; el arreglo de algunos problemas macroeconómicos que amenazan a un país que el mundo espera sea lo que está llamado a ser, nos va a generar tensiones de corto plazo, pero nadie duda de lo que debe significarnos estar al lado de una Argentina creciendo, un Brasil creciendo, y ambos estables algún día.

Precios.

Es claro por ejemplo que van a una corrección de precios relativos de intensidad imposible de prever. Pero en cualquier caso, lo que aritméticamente no da más es un gasto público del 50% del PIB, que en 2003 era 29%. O una inflación de entre 25 y 30% anual, o un tipo de cambio real más bajo que el de 2001 cuando todo estalló. Y todo esto con una inversión bruta del 20%, inferior por ejemplo a Ecuador, la que explica también cuatro años sin crecimiento; y probablemente casi sin reservas. Imaginar que, como decía Scioli, el nivel actual de gasto está asegurado, o que van a ingresar capitales sin arreglar la situación de ruptura con la comunidad financiera internacional, o que todo puede seguir igual aunque con ajustes que suponen gastar más, es insólito. Porque además —otra vez la aritmética— la recaudación de impuestos es del 39% del PIB, y supone 60% para los que están totalmente en blanco. Con estos números hace falta un increíble liderazgo para procesar la serie de cambios que exige la aritmética. Y como no parece muy factible ni aumentar impuestos ni recortar demasiados gastos, no me imagino otra cosa que al dólar haciendo el trabajo sucio. Y lo peor es que los cambios deben darse en un contexto de problemas sociales e institucionales como el narcotráfico, la independencia del poder judicial, del BCRA, con catorce millones de pobres, y con economías regionales de exportaciones comprometidas por detracciones, retraso cambiario con el dólar oficial, y caídas de precios internacionales.

Estas correcciones no exentas de dolor van a cambiar la competitividad agropecuaria argentina en relación a la nuestra. Es previsible que nos hagamos más caros, pero especialmente es imaginable que, todo lo demás constante, el interés por el agro argentino, a expensas del nuestro reviva y cambie de flecha hacia allí. Nuestros vecinos van a tener en algún momento un tipo de cambio adecuado para exportar, van a reducir o hacer desaparecer sus detracciones, y recuperarán crecimiento e inversión en el sector agropecuario y agroindustrial; ello, claro está, si logran componer credibilidad en un invariable sistema de reglas.

Nuestro agro.

Todo lo anterior agrega algunas tensiones a la situación del agro uruguayo que determinan la necesidad de una dosis elevada de prudencia, como de hecho la están teniendo en sus inversiones los empresarios. No ocurre lo mismo en cambio ni con algunos intendentes, ni con alguna expresión del Poder Ejecutivo. El agro atraviesa una situación difícil derivada no solo del cambio en buena parte de los precios de sus productos, sino además por una modificación importante en su competitividad relativa a los vecinos, que puede agravarse. Por otra parte, no se verifican cambios en los costos internos de componentes domésticos como el combustible o los impuestos. Peor aún, estos últimos no solo se han incrementado sino que amenazan crecer aún más. Por otra parte se expande la necesidad de registros, certificaciones, controles previos, lo que redunda en incrementos de costos así como de irritación por su escasa utilidad. Finalmente otro mapa internacional de abundantes acuerdos internacionales nos va dejando de lado, peligrando el mantenimiento de preferencias que ahora como mínimo habrá que compartir. Tal es el caso de los acuerdos con Estados Unidos, los del Pacífico, todos ellos abundantemente comentados en estas columnas.

En definitiva el agro no debería enfrentar una situación de piloto automático en el gobierno, como si no estuviera pasando nada especial, porque sería un error. Ya lo fue volver con el impuesto de primaria o el patrimonio, o no dejar internar precios internacionales en caída para mejorar competitividad, como en el caso del combustible. Agregar problemas como este de las intendencias, o no pelear nuevas chances de integración con países que nos obliguen a abaratarnos, si nada de esto pasa, las cosas se van a poner más feas.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Collage agro

Julio Preve Folle

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