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Trump y el libre comercio

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Presidente Donald Trump. Foto: Reuters.

OPINIÓN

Recuerdan "The Manchurian Candidate"? La novela de 1959 que se convirtió en un clásico del cine en 1962, cuya trama consistía en instalar a un agente comunista como presidente de Estados Unidos.

Una ironía importante era que el político en cuestión se basaba en el senador Joe McCarthy; es decir, alguien que se hacía pasar por un patriota consumado aun cuando planeaba traicionar a su país.

Todo eso resulta terriblemente pertinente estos días, debido a las acciones de Trump en materia de comercio internacional, que están comenzando a provocar una sensación bastante similar.

Por una parte, el presidente del "Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo" busca la aplicación de medidas proteccionistas, supuestamente en nombre de la seguridad nacional, que alejarán a muchos de nuestros aliados democráticos. Por otra, parece extrañamente decidido a impedir las acciones en contra de verdaderas amenazas a la seguridad nacional por parte de dictadores extranjeros, en este caso, China. ¿Qué pasa?

A continuación, algunos antecedentes: el comercio internacional está regulado por un sistema de acuerdos internacionales que supuestamente los países no deben romper de manera unilateral. Sin embargo, cuando ese sistema se creó (bajo el liderazgo estadounidense) en 1947, sus artífices se dieron cuenta de que debía tener un poco de flexibilidad, unas cuantas válvulas de escape para aliviar la presión política. Así se permitió a las naciones imponer aranceles y otras barreras comerciales bajo ciertas condiciones limitadas, como cuando las importaciones se disparan repentinamente.

Mientras tanto, EE.UU. creó un sistema doméstico de políticas comerciales diseñado para ser congruente con estas reglas internacionales. Conforme a ese sistema, la Casa Blanca puede iniciar investigaciones sobre posibles efectos secundarios de importaciones y, si así lo decide, imponer aranceles u otras medidas con base en estas investigaciones.

Las condiciones bajo las cuales se permiten estas acciones están restringidas, con una gran excepción. Tanto las reglas internacionales como las leyes nacionales —el artículo XXI y la sección 232, respectivamente— permiten al gobierno estadounidense hacer casi todo lo que le plazca en nombre de la seguridad nacional.

Sin embargo, a lo largo de la historia, esta dispensa de la seguridad nacional se ha invocado en raras ocasiones, precisamente porque es tan abierta. Si Estados Unidos u otro actor importante comenzaran a usar argumentos de seguridad nacional dudosos para derogar acuerdos comerciales, todo el mundo haría lo mismo, y el sistema comercial en su totalidad se vendría abajo. Es por eso que solo ha habido un puñado de investigaciones sustentadas en la sección 232 en la última mitad de este siglo, y la mayoría de ellas terminaron con la decisión presidencial de que no justificaban ninguna acción.

No obstante, Trump es diferente. Ya impuso aranceles al acero y el aluminio en nombre de la seguridad nacional y ahora amenaza con hacer lo mismo con los automóviles. La idea de que los automóviles importados suponen una amenaza a la seguridad nacional es absurda. No estamos a punto de volver a pelear la Segunda Guerra Mundial, así que no es necesario transformar las plantas automovilísticas a fin de producir tanques Sherman. Casi todos los autos que importamos provienen de aliados estadounidenses. Claramente, la invocación a la seguridad nacional por parte de Trump es un pretexto, una forma de sortear las reglas que se supone están ahí para limitar la acción ejecutiva arbitraria.

Dejando de lado los efectos secundarios económicos, los aranceles propuestos a los automóviles socavarían todavía más la creencia en la confiabilidad de EE. UU. de nuestros aliados, que está erosionándose rápidamente. Esto no quiere decir que la seguridad nacional nunca debería tenerse en consideración en el comercio internacional. Por el contrario, hay un caso inequívoco en este momento: la empresa china ZTE, que fabrica teléfonos baratos y otros productos electrónicos.

Los productos de ZTE incluyen muchos componentes de alta tecnología hechos en EE.UU., algunos de los cuales se prohibe exportar a regímenes sujetos a sanciones. Sin embargo, la compañía ha violado de manera sistemática estas reglas de exportación, lo cual hizo que el Departamento de Comercio estadounidense prohibiera las ventas de esos componentes a la empresa. Así mismo, el Pentágono prohibió la venta de teléfonos ZTE en bases militares estadounidenses, con la advertencia de que podrían usarse para llevar a cabo espionaje.

A pesar de ello, Trump está retirando todos estos frenos en un esfuerzo para revertir las acciones en contra de ZTE, desafiando a los legisladores de ambos partidos.

¿Qué hay detrás de esta extraña determinación de ayudar a un evidente mal actor? ¿Se trata de ganancias personales? China aprobó un enorme préstamo a un proyecto relacionado con Trump en Indonesia justo antes de que este se apresurara a defender a ZTE; al mismo tiempo, China le otorgó valiosas marcas registradas a Ivanka Trump. No digan que resulta ridículo sugerir que a Donald Trump se le puede sobornar; todo lo que sabemos acerca de él indica que sí es posible.

Si en efecto tenemos a un presidente que es sobornable, eso les dará a los dictadores una ventaja sobre las democracias, que no pueden hacer este tipo de cosas porque operan conforme al Estado de derecho.

Sin importar cuál sea la explicación verdadera, estamos ante una política comercial manchuriana: un presidente que recurre a argumentos de seguridad nacional que evidentemente son falsos para dañar a aliados democráticos, mientras que ignora las verdaderas preocupaciones de seguridad para ayudar a una dictadura hostil.

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