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El triunfo de Donald Trump

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Mike Pence y Donald Trump
Mike Pence y Donald Trump.
Foto: Archivo

La resonante elección de Donald Trump como futuro presidente de Estados Unidos, bajo el eslogan "Hagamos América nuevamente grande" tiene varios significados.

Para comenzar, la potencia de su mensaje fue capaz de derribar las resistencias provenientes de su falta de experiencia en la política y de criticar frontalmente al desempeño de las estructuras partidarias tradicionales, incluso la del propio partido republicano. Sus propuestas tuvieron como destino aquellos ciudadanos que sintieron que el sistema no colmó sus aspiraciones o simplemente los dejó por el camino. La globalización creciente aunada a la miopía de las clases dirigentes para contrarrestarla, aparece como las responsables de las pérdidas de puestos de trabajo, la caída de salarios y el deterioro de los valores tradicionales contaminados por la presencia masiva de inmigrantes.

Por tanto, el mensaje que cautivó a ese electorado usó recurrentemente viejas imágenes ligadas al populismo, entendiéndolo como una forma de hacer política donde "el líder" es capaz de interpretar y resolver las necesidades de "la gente" injustamente afectada, prescindiendo de las estructuras partidarias tradicionales e ignorando las necesidades del resto de la ciudadanía. Es una forma excluyente y perversa de hacer política dentro de un sistema democrático, donde la sociedad queda partida en dos y el líder se embandera con una de las facciones y actúa en consecuencia.

En la práctica, esa visión implica la necesidad de luchar contra un enemigo a quien se le achacan todas las culpas, lo cual generalmente hace que todo lo externo queda bajo sospecha y que en el mejor de los casos no aporta mayores beneficios. Por ende el aislacionismo, el proteccionismo comercial y la regulación estricta de la inmigración son los puntales básicos para derrotarlo. La historia de Estados Unidos muestra episodios con matices similares a principios del último siglo. La segunda guerra mundial fue el mojón de partida de un periodo caracterizado por la globalización que a nuestro entender acaba de fenecer.

Su detonante fue lo que electoralmente acaba de acontecer, donde queda plasmada la disconformidad que se ha venido gestando dentro de ese país por quienes se sienten desplazados o no representados. Eso fue resultado de un proceso complejo, proveniente de una realidad mundial cambiante que en menos de tres décadas absorbió impactos gravitantes como el desplome del socialismo real, la aparición de China, la irrupción de la informática y las comunicaciones a lo cual se agregó una crisis financiera sin parangón reciente. Ahí está el caldo de cultivo para buscar chivos expiatorios y proponer soluciones simplistas con gancho electoral. Los resultados están a la vista: la aparición de movimientos populistas en Francia, Italia, España y Hungría con signos ideológicos diferentes pero con el denominador común de la desconfianza hacia las estructuras políticas tradicionales y el riesgo potencial que impone la globalización en sus diferentes dimensiones. A ello debe sumarse el Brexit, el cual pone a prueba el experimento de integración política y económica más importante de la segunda posguerra.

En consecuencia, estamos en presencia de un nuevo reacomodamiento del orden económico mundial que el resultado electoral en Estados Unidos necesariamente acelerará. Predecirlo en sus detalles es prematuro, pero sin duda implicará cambios en la profundidad de la globalización que hasta ahora conocemos.

Dejando de lado los temas geopolíticos y centrándonos en los temas económicos, desde ya se puede decir que habrá un retroceso en las corrientes comerciales si Estados Unidos tal como se anunció entra en una fase proteccionista. China será uno de los afectados principales con efectos colaterales adversos hacia el resto del mundo, donde podemos estar incluidos como exportadores hacia ese destino. En paralelo, las visiones de la administración Obama sobre la formulación de grandes acuerdos comerciales con el área del pacifico (TPP) y con la Unión Europea, serán abandonados, en favor de un bilateralismo comercial caso a caso, focalizado en sectores y protegiendo parcelas importantes del universo arancelario.

En materia de política fiscal y monetaria no habrá cambios significativos pues los márgenes de maniobra son estrechos. Además una cosa es pretender ignorar al establishment político que es flexible por definición a través de la negociación y otro es hacerlo con el que se rige por la lógica dura de los mercados. Por tanto, no son probables desvíos significativos en lo monetario ni en lo fiscal. Pero esto no excluye episodios de volatilidad tanto en los niveles de las tasas de interés, la cotización del dólar y el financiamiento de las economías emergentes. Sin duda habrá un lapso donde la incertidumbre dirá presente, lo cual siempre tiene como resultado una huida hacia los activos de bajo riesgo y una retracción de los flujos financieros hacia los mercados emergentes.

Esta nueva realidad pone en relieve varios aspectos que nos interesan como país. La política comercial externa debe tener en cuenta desde ahora el achique del cono de oportunidades para profundizar el acceso a los mercados externos. Lo cual implica que debemos apurar el paso con quienes aun tienen las ventanas abiertas para facilitar el acceso a sus mercados. China y los países de su periferia son los candidatos naturales para hacer el intento. A su vez, con este resultado, Europa luce cada vez más lejana pues sus fuerzas domésticas afines al proteccionismo se han visto reforzadas.

Por tanto se abre un periodo complejo, que debe mantenernos alerta para mitigar riesgos potenciales externos y aprovechar lo antes posible las oportunidades aun disponibles.

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Donald Trump y Mike Pence. Foto. Reuters

CARLOS STENERI

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