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Tratar de no perder el tren otra vez

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Tren: AFP

Otra de las víctimas del desconcierto reinante a escala global, es lo que está aconteciendo con los tratados para facilitar el comercio internacional.

Empezando por el hemisferio norte, las negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea para concretar un acuerdo de comercio e inversiones están por naufragar. El optimismo inicial para su pronta culminación fue disipado por el surgimiento de proteccionismo doméstico que hizo caudal en las campañas presidenciales de todos los candidatos de Estados Unidos. Cada cual lo hizo a su manera, pero el denominador común va desde el rechazo hasta la cautela hacia la concreción de este tipo de acuerdos. Esto implica automáticamente, que el acuerdo Transpacífico acordado con otros once países tendrá enormes dificultades para que sea refrendado por el Congreso norteamericano.

En Europa ocurre otro tanto, liderado por Francia en donde el Presidente Hollande ya en campaña pre electoral para los comicios del año próximo, tomó debida cuenta de la postura proteccionista del sector agropecuario poniéndole paños fríos al mega acuerdo comercial transatlántico. Vale recordar que en su visita a nuestra región dejó en claro la reticencia de su país de hacer concesiones en materia agropecuaria ante un eventual acuerdo entre el Mercosur y la UE. Inesperadamente Alemania, cuya fortaleza económica está basada en el comercio internacional viene mostrando una postura similar, en lo que pareciera ser un contrasentido para sus intereses. La razón esgrimida por quienes se oponen a más apertura comercial son los efectos adversos en el empleo de los trabajadores menos cualificados, en momentos que está absorbiendo un caudal importante de inmigrantes y aun restan resolver definitivamente el tema de Grecia. Esa realidad mutada en desasosiego deriva en una actitud de cautela que en términos políticos para algunos deviene en posiciones xenófobas con ingredientes de populismo.

Este cambio de humor tiene visos de permanencia y se apoya en la creencia que la globalización ha ido demasiado lejos haciendo más ricos a unos pocos y exprimiendo al resto, en particular a los trabajadores menos calificados. Con ello revive una suerte de populismo xenófobo, en versiones varias según el país y los actores, con rédito electoral donde su propuesta genérica es el proteccionismo. En realidad todo proceso de integración comercial genera una disrupción que tiene ganadores y perdedores. Lo que importa es su resultado neto final. El desafío es cómo administrar el tránsito hacia ese objetivo con los menores costos sociales. Si es un tema pendiente e importante en las economías desarrolladas, vale la pena reflexionar lo que implica para nuestra realidad y lo que es necesario hacer para mitigar esos impactos.

Pero siempre, el punto básico es no perder de vista que el comercio es la única vía de agrandar la economía, y mejorar el bienestar de toda la ciudadanía. En la práctica debe convertirse en una cuestión de doctrina de toda política sana. Pero ello no resuelve la dificultad de cómo descargar los costos de esa transición.

Sobre el punto, poco se ha avanzado en institucionalidad adecuada a tales fines, salvo sobre utilizar como muletilla la mejora en la educación para facilitar la reconversión de los trabajadores desplazados.

Esta situación nos impone nuevos desafíos. En primer lugar aleja la posibilidad de un acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea en el futuro cercano.

A la postura contraria explícita de Francia en materia de concesiones comerciales en rubros agropecuarios, se suma ahora la desconfianza de Alemania para formalizar un acuerdo con la economía más grande del mundo. Sería iluso pensar que nuestro bloque regional tenga prevalencia frente a Estados Unidos para seguir negociando como si nada hubiera pasado cuando afloraron fuerzas contrarias a los acuerdos comerciales alimentadas por ciclos electorales, el letargo económico y las probables distorsiones que los flujos migratorios ocasionan en los mercados laborales.

A esto le sigue en reflexionar qué hacer cuando el mundo desarrollado le ha puesto punto muerto a mega acuerdos comerciales en los cuales sus líderes políticos hasta hace poco mostraban empeño y optimismo. Eso muestra que las ventanas de la apertura comercial se vienen cerrando. Y por tanto, apurarnos se convierte en un tema urgente pues necesitamos compensar el decaimiento del ciclo económico mundial, necesitamos imperiosamente abrir más mercados con mejor acceso arancelario.

Los acuerdos bilaterales son la carta restante. Hacerlos con economías de gran escala y complementarias en lo posible se hace prioritario. Los anuncios respecto a las intenciones de concretar un TLC con China son una buena noticia, pues equipararía nuestro acceso a ese mercado al que tienen ya otras naciones competidoras en nuestros rubros de exportación principales como Nueva Zelanda y Australia. Además actuaría como un conducto facilitador para la inversión directa desde ese país, probablemente en el rubro agroalimentario. A esto le pueden seguir acuerdos similares con el resto de los países de la cuenca del Pacífico Asiático, en particular Corea.

Estamos en presencia de una emergencia inesperada en materia de apertura comercial, que nos obliga a actuar en consecuencia. La postura de negociar estos acuerdos con el bloque mercosuriano es óptima en la teoría.

Pero en la práctica, dadas las circunstancias de su país líder —Brasil— es mejor intentarlo en soledad. Ya hemos perdido el tren varias veces. Diciendo lo menos, sería inapropiado perderlo otra vez.

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Tren: AFP

CARLOS STENERI

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