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Trampas de una muy dura realidad

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Alcancía. Foto: Google

En estos momentos, una de las preocupaciones que abraza a políticos y la academia de casi todo el mundo, es la falta de crecimiento económico. Y ello implica responder cuál es el rol de los gobiernos y el de los bancos centrales para recuperarlo.

Entonando el debate, ayuda el tono pesimista del Fondo Monetario Internacional sobre el futuro, apoyado en el debilitamiento persistente de la demanda global, la reversión de los flujos de capital hacia las economías emergentes y la incertidumbre sobre el crecimiento de China. Aunque imperan otras visiones menos pesimistas sobre la situación real del mundo, todas tienen como denominador común que deben profundizarse los estímulos fiscales y monetarios para salir del atolladero.

Esa preocupación orientada principalmente hacia el mundo desarrollado, tiene implicancias directas sobre el acontecer de América Latina, al comprobarse una vez más que su ciclo económico sigue ligado con el del resto del mundo.

La ilusión de su desacoplamiento alimentó la creencia de que se había plasmado un nuevo modelo de crecimiento que permitía un sendero de inclusión social sostenible en el tiempo. Pero la realidad muestra que sin tasas de crecimiento robustas acompañadas de reformas estructurales es imposible profundizar ese objetivo, y lo que es peor, en algunos casos puede revertirse. En realidad, lo que más hubo fue una apuesta a la redistribución de los frutos de una fase favorable pero circunstancial del ciclo económico, que la del asentamiento de bases firmes para proyectar crecimiento duradero. Las carencias en materia educativa son una de sus pruebas más fehacientes.

Problema común.

Entrampados en esta realidad raquítica de crecimiento, se encuentran la mayoría de los responsables de la conducción económica de casi todas las latitudes.

En el mundo desarrollado, los bancos centrales han agotado sin resultado un arsenal variado de instrumentos monetarios que comenzó con la rebaja de las tasas de interés hasta llevarlas hoy a territorio negativo en varios países europeos y Japón. A eso se agregaron formulas heterodoxas de inyectar dinero a través de la compra de activos financieros públicos y privados, llegando a prestarle directamente a los bancos para que expandieran el crédito como vía de incentivar la demanda privada. El resultado, hasta ahora, no ha sido efectivo sobre el crecimiento, pero ha debilitado sus monedas, arriesgando una secuencia de devaluaciones competitivas de suma cero, que enrarecen aun más el panorama. Contra lo esperado, la fenomenal expansión monetaria no ha generado presiones inflacionarias, sino que la deflación se ha instalado como un nuevo problema.

Vistos los resultados, esto indica que los bancos centrales de los países desarrollados han llegado al límite de la eficacia de sus instrumentos como palancas de generar crecimiento. En su haber queda haber logrado estabilizar sus sistemas financieros y evitar una catástrofe a escala mundial.

Instrumento.

Ante ello, en el mundo desarrollado la política fiscal aparece como el instrumento de última instancia para compensar la faltante de demanda agregada global. El desafío es el cómo. Una cosa es ejecutar política monetaria donde en la mayoría de los casos basta la decisión de un directorio. Y otra es llevar adelante acciones que requieren de varios actores, entre ellos el consenso político, a lo que se agrega el debate sobre su financiamiento.

El tema, trasladado a las economías emergentes, presenta aristas similares en el resalte de las limitaciones de la política monetaria y las dificultades actuales en instrumentar políticas fiscales para reactivar la economía.

Actualmente la mayoría de sus bancos centrales se encuentran en la posición incómoda de pretender resolver al menos dos objetivos simultáneos —control de la inflación y competitividad externa— con un solo instrumento. La inestabilidad de esa disyuntiva que debilita el accionar de la autoridad monetaria se agrava cuando la política fiscal no actúa en concordancia —contrayéndose— para ayudar a lograr uno de esos objetivos. La justificación de esa aparente contradicción es que la política fiscal en las actuales circunstancias de desaceleración económica debiera expandirse o al menos irse consolidando lentamente.

Esta realidad donde coexisten el estancamiento y la inflación —estanflación— es donde se encuentran hoy Brasil y Argentina. Y es también hacia dónde vamos convergiendo lentamente vista la trayectoria de los indicadores respectivos.

La rotura de ese anillo no se producirá por el resurgimiento extraordinario de la demanda externa. Lo más prudente es esperar que se mantenga en los niveles actuales, lo cual en la mayoría de los rubros es superior al de una década atrás.

Desechada la política fiscal como instrumento contracíclico dadas las circunstancias, resta analizar la vía de incentivar la inversión usando ahorro privado. Una forma es ampliar la gama y profundidad de los incentivos fiscales actuales (rebajas de impuestos) para quienes arriesguen capital en proyectos nuevos. En términos netos no implica necesariamente renuncia impositiva sino lo contrario. Además se abrirían áreas nuevas donde canalizar ahorro minorista, coadyuvando al desarrollo del mercado de capitales doméstico.

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Alcancía. Foto: Google

CARLOS STENERI

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