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Un tercio de los alimentos producidos en el mundo va a la basura

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Mario Lubetkin Subdirector general y jefe de gabinete de FAO. Foto: El País
MARCELO BONJOUR

Entrevista

La agricultura familiar sostenible puede estar en la base de la economía de un país, y eso ya ocurre con firmeza en Europa.

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La llamada “línea de hambre” (el umbral de personas en condiciones extremadamente deficientes en alimentación) está siendo alcanzada por la línea de sobrepeso y obesidad. Para Mario Lubetkin, uruguayo, Subdirector general y jefe de gabinete de FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) es necesario acometer las dos caras del fenómeno al mismo tiempo. Con 820 millones de personas con hambre, niveles récord de producción de alimentos y un tercio de ellos que se desperdicia, el problema no está en aumentar la producción. A continuación, un resumen de la entrevista.

—¿Cómo se supera la tensión entre los fuertes mensajes de FAO en torno a la sostenibilidad y la agricultura familiar y el avance de un modelo extendido, mucho más intensivo y con escasas referencias a la sostenibilidad?

—La primera pregunta que me haría es si realmente se trata de algo contradictorio. Entiendo que no. Es posible desarrollar la capacidad agrícola con sostenibilidad y que sea negocio para el inversor. Hacer un uso depredador del recurso tierra o agua lleva directamente a quedarse sin ese recurso a mediano o largo plazo, por tanto, debería entenderse como contraproducente excederse en ese concepto de ser “intensivo”.
No se debe plantear una contradicción entre la capacidad de desarrollo económico y la seguridad del ciudadano para poder desarrollar su salud, su derecho a la alimentación, su protección ante el cambio climático. No puede haberla, si la hay, estamos muy mal.

—En América Latina, las tierras en manos de pequeños agricultores no alcanzan la cuarta parte del total...

—A nivel global, el uso del aprovechamiento sostenible de la tierra va aumentando. Vivo en Italia y el nivel de producción de las pequeñas empresas agrícolas, la agricultura familiar, ha ganado terreno y con buenos resultados económicos. El desafío es darle el apoyo necesario por parte de los Estados. Hay que mirar a los que lo hacen mejor, y es claro que ese modelo convive con otro de mayor escala, porque aquellos que apuntan a producir y abastecer a otras países y otras regiones lógicamente que también cuentan con desarrollos privados de mayor tamaño.

—Su organización ha puesto en los primeros lugares de la agenda la necesidad de avanzar en torno a la seguridad alimentaria...

—Es que si no se resuelven las cuestiones vinculadas con alimentación saludable y los problemas que trae, por ejemplo, la obesidad, se van a ver afectados los presupuestos públicos de aquellos Estados que no logren avanzar. El de la salud nutricional es un debate que se está dando en buena parte del mundo, y en algunos casos, ya está saldado. En Chile, por ejemplo, donde el grupo que impulsó, por ejemplo, la ley de etiquetado, no respondía a un determinado pensamiento político. No se trata de cuestiones de derechas ni de izquierdas, en varios países hubo debates parlamentarios donde se plantea el derecho del cuidadano a alimentarse como una cuestión básica y hasta constitucional; y en esos debates la base de respaldo va desde un lado a otro del espectro político.
Acá hay una responsabilidad primero de los gobiernos, pero también los parlamentos, la sociedad civil y sin dudas, las empresas. Y la Academia, porque se necesita comprometer conocimiento en esta línea de acción.

—El retorno cortoplacista puede llevar al fracaso...

—Las inversiones no pueden plantearse de esa manera, pero por otro lado la ciudadanía también debe tomar nota de asuntos muy complejos que no tienen soluciones mágicas. Muchas veces el sistema político no es capaz de dar respuestas con la rapidez que el ciudadano exige y la situación obliga.

—¿Cómo revertir el aumento del número de personas con hambre en el mundo?

—La línea de hambre fue de reducción sostenida hasta hace tres años; pasó de más de mil millones de personas a unos 790 millones. Últimamente tuvo un repunte, estimamos que en 2018 estuvo en el orden de los 820 millones. El 15 de julio se conocerá el nuevo informe de hambre en el mundo y allí veremos si existe un cambio de tendencia.

—¿A qué se debe esa trayectoria?

—La primera razón son los conflictos militares, especialmente en África. Guerra y hambre van de la mano. Sudán del Sur, el norte de Nigeria, la situación de Somalía. Pero el país más comprometido es Yemen, con 29 millones de personas en estado de hambre. Es escandaloso. Otra razón, una serie de países que debido a que atraviesan crisis económicas, redujeron la inversión en políticas sociales que mantenían por fuera de las condiciones de hambre a muchas personas. Eso lamentablemente se revirtió y lo vemos surgir en América Latina.
Y hay un tercer elemento en este repunte del hambre en el mundo: el cambio climático, que con distintos fenómenos ha devastado algunas zonas que han perdido capacidad de producir alimentos. Son procesos de deterioro social que generan además flujos migratorios difíciles de contener.

—Claramente, que haya gente con hambre no responde a que la oferta de alimentos sea escasa...

—La solución no está en producir más. El nivel de producción de alimentos en el mundo es suficiente para cubrir las necesidades de alimentación de todo el planeta. Pero un tercio de todos esos alimentos se desperdician. ¡Un tercio! Hay graves problemas con los ciclos de producción y especialmente con la distribución, con enormes desigualdades en el mundo, y un exceso de consumo, sobre todo en el Norte, que explica esos niveles de desperdicio.

—¿Concretamente en relación con esa realidad, qué hace la FAO?

—Impulsamos distintas iniciativas con los gobiernos, que apuntan a tratar de corregir esas deficiencias. Una de ellas es la que llamamos “producción cero”, que apunta a incentivar la capacidad de producir en su propia zona y desarrollarse, reduciendo dependencia, e ir proyectándose hacia las zonas más vulnerables.
El avance de la cooperación Sur-Sur es un aspecto clave, cuando hablamos de las regiones con mayores dificultades en el mundo. En ese sentido, el gobierno uruguayo nos ha pedido que respaldemos técnicamente —y lo vamos a hacer— una reunión de trabajo que organiza con un conjunto de países africanos en Etiopía, para la transferencia de conocimientos y experiencias, y eventualmente desarrollar un vínculo comercial futuro.
Hay países que están liderando esos procesos de relación Sur-Sur; hasta hace un tiempo era claro el posicionamiento de Brasil en la región con esos objetivos, pero hoy no podría asegurar que mantenga esa estrategia.
En ese contexto de búsqueda de estrategias para contrarrestar esta realidad, nos encontramos con otro factor preocupante...

—¿Cuál es?

—Que los niveles de obesidad están superando las 700 millones de personas en el mundo. Quiere decir que las líneas de hambre y sobrepeso se están alineando. Los niveles de peligro de muerte por ambos flancos se equiparan. Una enorme cantidad de personas no tienen qué comer, y otra cifra parecida se alimenta en forma deficiente y nada saludable. O vamos hacia un escenario diferente en donde pensemos cómo distribuimos la alimentación y también de qué forma nos alimentamos, o nos quedamos con un discurso viejo, con pocas posibilidades de éxito. En América Latina, las personas con obesidad o sobrepeso superan el 60% y en Uruguay está en el 64%, donde los niveles de hambre son mucho menores. Tenemos que ver las dos dimensiones juntas y obrar en consecuencia.

—¿Que campo de acción tiene FAO en ese terreno?

—Respaldar y asesorar a los gobiernos, dándole impulso a propuestas que consideren esa realidad. Por eso respaldamos iniciativas que apunten a mejorar las condiciones de alimentación, como el etiquetado que advierta la calidad de los alimentos. Y las empresas deben asumirlo como algo necesario. La evolución nos llevará a que la industria alimenticia ajuste su oferta. Habrá algunas compañías que se resistan a los cambios, pero otras asumirán la necesidad de producir más saludable y se quedarán con el mercado. No tengo dudas que eso va a suceder.

—En pocos días, por primera vez un uruguayo va a presidir la Conferencia Mundial de la FAO (el ministro de ganadería, agricultura y pesca, Enzo Benech), ¿qué esperan de sus propuestas?

—El ministro nos ha dicho que pondrá el énfasis en dos cuestiones: los jóvenes y el factor migratorio. En FAO hemos trabajado mucho mejor el segundo que el primero. Y el de los jóvenes y su relación con la agricultura es un tema en el que es crucial debatir y buscar las formas de estimular, acompañar y dar herramientas.

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