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Surfear la ola tecnológica

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Foto: Pixabay

GUILLERMO DUTRA

Concluye un 2017 que —tal cual se preveía— nos obligó a seguir barrenando una ola tecnológica cuya fuerza y volumen nada tiene que envidiarle a aquellas que los surfistas año a año esperan disfrutar en Waimea-Hawaii.

La diferencia es que esta ola no se circunscribe a una temporada; mantiene una cresta creciente, su caída no es visible y la pared que nos ofrece para barrenar exige un riguroso análisis previo para sacarle el mejor beneficio.

La Federación Internacional de Robótica calculó que en este año funcionaron más de un millón de robots, principalmente localizados en los sectores automotor, electrónico y metalúrgico; Corea, Alemania y Japón son los que presentaron mayor densidad por obrero industrial.

El aprendizaje adquirido: se crean cuatro puestos de trabajo por cada nuevo empleo tecnológico y gracias a este multiplicador es que los países citados tienen bajas tasas de desempleo.

Como señaló el BID a mitad de año, el tráfico global de Internet progresa a un ritmo de 23% anual y para 2019 será 64 veces mayor que en 2005. Las compañías líderes basan su producción en diseño, algoritmos, inteligencia artificial, plataformas digitales e innovación. Apple, Microsoft, Amazon y Facebook encabezan el listado de las 10 empresas top por su capitalización y desplazaron, entre otras, a Exxon Mobil, General Electric y Toyota. En este contexto, los empleos no rutinarios y con alto componente cognitivo son los que vienen creciendo.

Beneficios.

La incorporación de tecnologías acarrea como consecuencia el alza de la productividad, y la automatización tiene claras ventajas en la reducción de accidentes, la mejora en las condiciones laborales, la reducción de los trabajos riesgosos, la disminución de costos y el crecimiento económico, incluso en el comercio de sectores clave de la economía. Diversos estudios revelan que, al menos para el sector automotor, el comercio bilateral aumenta 2% por cada 10% de incremento en la dotación de robots.

Desafíos.

En esta ola existe una clara correlación entre la competitividad del talento y la fuerza económica de un país. Las expectativas que hemos depositado en las materias primas no se han cumplido, y nuestra propuesta de desarrollo productivo continúa sufriendo la vulnerabilidad de los ciclos de precios de los bienes tradicionales de exportación.

Nuestras economías enfrentan hoy el desafío de rediseñar la organización del trabajo para reforzar el desarrollo de conocimiento productivo y destrabar el potencial de aquellas habilidades humanas vinculadas a la creatividad, la interacción y la innovación.

Esa tarea no será sencilla sin un sector educativo que contribuya, a partir de las nuevas tecnologías, en la promoción del talento creativo. Al mismo tiempo, es apremiante configurar marcos legales que garanticen los derechos sociales en los trabajadores insertos en empleos atípicos (trabajo temporal, empleo parcial, etc) y anticipar las dificultades que estas nuevas modalidades plantean para el financiamiento de la seguridad social.

En todo caso, y tal cual indica Gustavo Beliz "debemos responder a la robotlución con una revolución de guardapolvos blancos". Vivimos la paradoja de no poder desatar el núcleo duro de la desigualdad, a pesar que nunca antes hemos producido tanta riqueza como para garantizar un nivel de vida digno a todos los ciudadanos.

Pilares básicos.

Sin embargo, es preciso cerrar la brecha digital que aún existe para aprovechar las oportunidades que ofrece esta ola tecnológica. Importantes complementos analógicos requieren ser fortalecidos: las regulaciones que permiten a las empresas conectarse y competir, las habilidades que la tecnología reemplaza y transforma, y arreglos institucionales coherentes y funcionales como resultado de la articulación entre el sector Público y Privado.

Primeras conclusiones.

La estabilidad es un sueño del pasado y la innovación plantea incertidumbres sobre el futuro. Para asegurar la transición entre empleo, subempleo, empleo informal y desempleo, debemos exigir responsabilidad en la formación del capital humano y contar con mecanismos que reconozcan esos itinerarios. Esta sería la mejor forma de abordar la desigualdad con herramientas concretas no fáciles, dado que exigen consensos no basados precisamente en paraísos ideológicos.

Asimismo, debemos tener en claro que una educación de calidad implica no sólo garantizar la secundaria completa, es la escuela la institución que integra socialmente luego de la familia y es ésta la primera instancia llamada a revertir los déficit de pobreza o exclusión; sus contenidos deben proveer cada vez pisos más elevados de formación.

En el momento que tomemos nuestra tabla para surfear y elijamos nuestra salida para encontrar la ola, hay que considerar que el tiempo se agota y las empresas deben pensar qué cambios quieren asumir; de otro modo comprometerán las ventajas competitivas del futuro.

Por otra parte, en los esfuerzos que emprendamos en materia de políticas públicas, se debería considerar que la inclusión social es la consecuencia de una combinación entre el mercado de trabajo y la formación, y que los riesgos son proporcionales a las edades que están en juego. Pero en nuestro caso, se vuelve algo bien real aquello de que a más envejecimiento de la población, más imperioso es repensar los pactos sociales.

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