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Soluciones "a la Pili"

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Grafica economía y mercado

Opinión

Desde hace un tiempo asistimos al divorcio entre la realidad de los hechos en los mercados de bienes y servicios y trabajo con los discursos que, especialmente desde el ámbito de los sindicatos, promueven reclamos y reivindicaciones, donde se actúa como si todo estuviera "viento en popa".

El empleo total ha venido cayendo, con breves pausas que no significaron recuperación, sino apenas frenar la destrucción, desde el 2014. Teniendo presente que la población crece año a año —en Uruguay poco, pero de todos modos lo hace— el mero estancamiento en el número de empleos efectivos significa una reducción en la participación de la población que trabaja (1). Así, de acuerdo al crecimiento vegetativo y la tasa de empleo, normalmente se deben incorporar al mercado laboral en el entorno de 11.000 personas por año, que aumentan la oferta laboral. Entonces, en 4 años, para que el mercado laboral se hubiera mantenido en los mismos parámetros se debieron crear unos 44.000 puestos. Sin embargo, considerando las cifras del año móvil terminado en junio pasado, la realidad nos dice que se han perdido en el entorno de los 42.000 en dicho lapso. Esto es, hoy tenemos trabajando unas 86.000 personas menos que las que deberíamos tener.

Más aún, la cantidad de trabajo no es solamente los puestos ocupados, sino el producto de la cantidad de empleados por la cantidad de horas trabajadas. Tampoco aquí las noticias son buenas ya que éstas han retrocedido 3,6% en el mismo período de 4 años, lo que equivale a la pérdida de 60.000 empleos adicionales si las horas trabajadas por persona se hubieran mantenido constantes. En buen romance, la caída en las horas totales trabajadas en cuatro años es de 6% y, si consideramos los empleos que se debieron crear para absorber el aumento vegetativo de la oferta de trabajo, la reducción llega al 8,4%, una cifra sideral.

Sin que el PIB haya caído —tampoco creció, la estadística solo muestra el "efecto estadístico" en la medición de las telecomunicaciones— las cifras nos indican que algo relevante está pasando en el mercado de trabajo. En mi opinión, confluyen una serie de factores que desembocan en la caída de la inversión, la que se traduce en menor dinamismo y retrae las oportunidades de creación de empleo.

Siempre hay que tener presente que el ingreso de las personas depende de la generación de valor de lo que producen, sea un bien o un servicio.

El valor de ese bien o servicio en el mercado determina la cantidad de dinero con la que se cuenta para pagar los costos —salarios y beneficios sociales, reponer el capital necesario para seguir produciendo, impuestos, intereses, alquileres— y generar un excedente que retribuya el capital propio y el riesgo. Si lo que se vende, "vale poco", toda la cadena recibirá menos dinero. Del mismo modo, si determinada unidad productiva produce el mismo bien con menos horas de trabajo y/o menos necesidad de capital físico, su productividad será mayor, por lo que, dado el precio de mercado —el que se comercializa el bien o servicio—, habrá más dinero para repartir entre quienes generaron el bien.

Del lado de la oferta, que alguien pueda producir bajo esas condiciones (menos horas trabajadas y/o unidades de capital por unidad de bien o servicio final), lo hace más competitivo y le posibilita reducir su precio de venta. Un estudio presentado en la reunión de bancos centrales de Estados Unidos en Jackson Hole la semana pasada, muestra que el tiempo que las empresas mantienen sus precios inalterados se ha reducido a la mitad, y que los mismos se han "homogeneizado" por regiones. A esto se le llama "efecto Amazon"; lo relevante es que las rigideces nominales están en franco retroceso, por tanto, el tiempo que disponen las empresas para adaptarse se acorta. Ya no es posible mantenerse con precios altos por mucho tiempo, como sí lo era antes. Entonces, la flexibilidad para adaptarse ya no es imprescindible a mediano plazo, sino cuestión de sobrevivencia de corto plazo.

En medio de esta revolución en nuestra comarca seguimos pensando que "todo el resto son unos giles". El cariz de los reclamos es extremo, mientras se suceden en alto número cierres o suspensiones de actividad de empresas relevantes (2). Lo sucedido con Pili, los reclamos en Conaprole, molinos y algún frigorífico, son la prueba elocuente de lo que sucede cuando la rigidez no deja adaptarse. A vía de ejemplo, tener un convenio laboral que obliga a la empresa a tomar un funcionario por cada uno que se retira es ridículo.

Las ocupaciones de los lugares de trabajo, los piquetes de miedo a quienes trabajan, conspiran contra el mejor clima de inversiones. No es sencillo ejercer el derecho de propiedad de parte de los empresarios, ello hace que cualquier inversor exija mayor tasa de retorno ante el mayor riesgo por medidas arbitrarias que lo lleven a la ruina. No son pocos los casos de empresas internacionales que anunciaron su retiro del país, dejando decenas de millones de dólares en instalaciones que no se usarán. Aplicaron a carta cabal el pensamiento "más vale perder que más perder".

Querer subir el salario real cuando no crece la producción y los precios internacionales han bajado, termina perjudicando a los trabajadores. Ni que hablar, si la falta de flexibilidad es tan grande que, ante cualquier inconveniente el destino es que la unidad productiva desaparezca.

Personalmente no entiendo las actitudes. Como sociedad deberíamos reflexionar profundamente. El final se conoce empíricamente y es muy malo.

(1) La población en edad de trabajar crece un 0.6% anual, unas 18.000 personas.

(2) Las aperturas y cierres de empresas es algo innato y bueno para las sociedades, mantienen su vitalidad, pero lo que observamos actualmente está fuera de lo normal.

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