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Sistema financiero uruguayo en tiempos de pandemia

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Foto: El País

TEMA DE ANÁLISIS

La confianza, el mayor activo.

El sistema financiero de Uruguay se encuentra sólido, líquido y con carteras crediticias de buena calidad. Esta afirmación cobra relevancia porque son los resultados luego de transitar el segundo trimestre 2020 —donde la actividad cayó 10,6% interanual, cifra que no se registraba desde la crisis de 2002— afectando significativamente los niveles de empleo y de ingresos tanto de familias como de empresas.

El Banco Central reaccionó rápido al comienzo de la pandemia con la idea de mantener la economía en marcha, e implementó medidas para evitar la ruptura de la cadena de pagos. Redujo la exigencia de los encajes para aumentar la liquidez y permitió postergar vencimientos sin tener que recategorizar las obligaciones con problemas que hubiesen implicado pérdidas para el sistema financiero. Las medidas trataron de sostener la actividad, relajando normativas o expandiendo liquidez, pero reduciendo al máximo los costos para el erario.

Según el último Reporte del Sistema Financiero, las entidades financieras mantenían en el segundo trimestre 2020 un excedente de capital que duplicaba el requerimiento mínimo regulatorio, situación que no ha sido alterada por la crisis del COVID-19. Según el mismo informe, los bancos privados cubrían con recursos propios 21,6 veces los créditos vencidos. Por otra parte, los activos líquidos eran 62,7 veces las obligaciones exigibles en 30 días, mientras que la mora del sistema fue 3,1%, (2,4% en Bancos Privados y 4,1% en Bancos Públicos), prácticamente al mismo nivel que al cierre del 2º trimestre de 2019 cuando alcanzó 3,0%. El informe ratifica la solvencia del sistema financiero uruguayo y la rentabilidad medida tanto sobre activos como sobre el patrimonio de las instituciones.

¿Cómo se comportaron los créditos y depósitos en este año tan particular?

Los depósitos del sector privado tampoco escaparon de la pandemia (gráfico 2). En el “semestre pre-pandemia” (septiembre 2019 a febrero 2020), las captaciones medidas en dólares crecieron a un promedio mensual de 0,5% hasta que en marzo, con la irrupción del coronavirus, cayeron un 0,6% para luego recuperar un promedio mensual de 1,5% desde abril hasta agosto. Así, acumularon un aumento de 9,4% desde diciembre 2019 hasta agosto equivalente a USD 2.754 millones.

Al observar la dinámica de los depósitos por moneda de origen surge que, en moneda nacional, aumentaron 10,5% en el acumulado 2020, pero al expresarlos en dólares se traduce en una caída de 2,5% por el efecto de la suba del tipo de cambio. Por su parte, los depósitos en dólares se incrementaron 13,2% durante el año (USD 2.931 millones), lo que implica un crecimiento mensual promedio de 1,6%.

Esta distinción es importante puesto que casi el 80% de los depósitos del sector privado se encuentra nominado en moneda extranjera. Esto responde principalmente a tres motivos: en primer lugar, la historia de alta inflación en Uruguay, aunque mucho más moderada en los últimos años; en segundo lugar, debido a que gran parte de la oferta de bienes (en especial los durables) es importada, es lógico ahorrar en dólares para su compra; por último, el aporte de ahorristas extranjeros atraídos por la confianza del sistema financiero uruguayo. El saldo de agosto de los depósitos de No Residentes alcanzó USD 3.295 millones, representando 10,3% de las colocaciones del sector privado y 13,1% de los depósitos en moneda extranjera.

Un motivo adicional, de carácter coyuntural, lo aporta la dinámica de la crisis del COVID-19 que en Uruguay comenzó con un shock de demanda (externa) pero continuó con fuerte restricción de la oferta forzada por la cuarentena y llevando a la caída de la actividad. El consumo sufrió las consecuencias de estas restricciones: parte de la población está padeciendo reducciones drásticas de sus ingresos y no puede mantener el ritmo de consumo. Sin embargo, otra parte de la población ha mantenido su fuente de ingresos adaptándose a la nueva normalidad, pero por las restricciones y como actitud precautoria ha reducido su consumo y ha transformado esos excedentes en ahorros, especialmente depósitos en moneda extranjera.

En cuanto a los créditos, sin dudas ha sido en la hoja del activo del sistema financiero donde se registró el mayor impacto de la crisis (gráfico 1). Al anémico resultado de la economía en los últimos años, se sumó la incertidumbre sobre los ingresos por el freno en la actividad que impuso la extraordinaria situación sanitaria. Así, se postergaron planes de gasto e inversión, y se ha reducido la demanda de crédito por parte de familias y empresas que representan el 35,5% y 59,2% del total de la cartera crediticia del sistema (casi el 95% del total).

El total del crédito al sector privado no financiero, medido en dólares, mostró un pobre desempeño que ya era evidente al observar el semestre pre COVID-19, cuando la cartera permaneció estancada. En marzo, con el impacto de la crisis, el saldo de la cartera activa de los bancos cayó 3,4% respecto a febrero. A partir de abril el crédito mantiene una dinámica errática alternando módicos crecimientos y caídas mensuales.

Las últimas cifras de agosto señalan una recuperación de los préstamos bancarios otorgados a empresas (0,8% a/a) mientras que los otorgados a las familias recortan la caída gradualmente luego del desplome de 8,2% de marzo.

Los desafíos a futuro

Sin dejar de resaltar la sólida respuesta del sistema financiero en esta extraordinaria crisis, hay que poner en foco los desafíos por venir: dar profundidad al sistema financiero, bajar la participación de moneda extranjera en el balance y avanzar en la digitalización. Es importante para la economía un sistema financiero desarrollado puesto que abarata el crédito y genera una mejor asignación de financiación a los proyectos.

Medido en términos de PIB, el stock promedio de los préstamos en Uruguay aún es bajo, comparado con algunos de los países de la región, lo que implica alto potencial de crecimiento sin condicionar la salud del sistema financiero (gráficos 3 y 4).

Por otro lado, la condición bimonetaria del sistema genera ciertas vulnerabilidades, como el riesgo de tipo de cambio, pero además quita potencia a la política monetaria. El cumplimiento del compromiso del BCU en sus objetivos de inflación será la mejor manera de crear incentivos al ahorro en moneda doméstica. El BCU ha orientado sus pasos en esta línea, haciendo explícito el objetivo de “desdolarizar” la economía.

Sin lugar a dudas, la digitalización cambiará el futuro de muchas industrias, pero será imprescindible en el sistema financiero. La pandemia no hizo más que acelerar los tiempos y otorgar ventajas a las entidades que ya venían transformando su operatoria y que contaban con gran parte de sus productos disponibles, para contratar y gestionar, en plataformas virtuales. La digitalización ha permitido a las entidades mejorar la experiencia del cliente de manera integral y logrando servicios a la medida. Además, el uso de la tecnología de punta mejora la eficiencia en los procesos y reduce los costos asociados redundando en un beneficio económico tanto para las entidades como para los clientes.

Aprovechando la fortaleza institucional del país y la buena capacidad de gestión de autoridades y sector privado, como quedó demostrada en la actual crisis, el sistema financiero debe abordar los desafíos mencionados que abonarán un círculo virtuoso canalizando la liquidez excedente hacia crédito productivo de manera eficiente, la forma más sana de crecer sustentablemente.

(*) Economistas Adriana Haring y Juan Manuel Manías.

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